Ojos en la presa (Yaoi/BL)

'Si, señor.'

En un reino olvidado, envuelto en sombras y secretos, reinaba con imponente autoridad el rey Joseph d'Angelo. Su figura majestuosa se alzaba sobre todos los demás, emanando un aura de poderío y misterio que cautivaba a todos los que se atrevían a cruzar su camino.

Su presencia era tan imponente como las altas torres de su castillo, y su mirada penetrante parecía leer los más profundos secretos de aquellos que se atrevían a encontrarse con ella. Su cabello oscuro, enmarcado por una corona de oro, caía en cascada sobre sus hombros musculosos, añadiendo un toque de salvaje sensualidad a su figura regia.

Pero bajo su apariencia imponente yace un trasfondo serio y enigmático. La iglesia orfanato que poseía era su refugio, su santuario sagrado donde encontraba consuelo y redención. Los muros de piedra, antiguos y robustos, guardaban los secretos de los niños huérfanos que habían encontrado un hogar bajo su protección.

Las velas parpadeantes iluminaban la capilla, creando sombras danzantes que parecían susurrar historias de dolor y esperanza. El aroma de incienso llenaba el aire, envolviendo a los fieles en una atmósfera de devoción y misticismo. El rey Joseph, de rodillas ante el altar, rezaba con fervor, sus manos fuertes y callosas unidas en una plegaria silenciosa.

Los ojos de aquellos que lo observaban no podían evitar ser atraídos hacia él. Su atractivo magnético, combinado con su aura de misterio, despertaba pasiones y deseos ocultos en los corazones de quienes lo rodeaban. Joseph d'Angelo era un rey en todos los sentidos de la palabra, pero su poderío no se limitaba solo a su corona y su trono, sino que irradiaba desde lo más profundo de su ser.

En esta escena oscura y cautivadora, Joseph d'Angelo se revelaba como un rey enigmático, un hombre de poder y belleza, pero también un alma atormentada que encontraba consuelo en su iglesia orfanato. Su historia, envuelta en sensualidad y antigüedad, sigue siendo un misterio para aquellos que se aventuran a conocerla.

En aquel lejano pueblo, donde los suspiros del tiempo se mezclaban con el canto de los pájaros y el aroma de las flores silvestres, El gran rey cuya majestuosidad se reflejaba la esperanza.

Un día, movido por la curiosidad y el anhelo de ver cómo florecían las vidas que había tocado con su generosidad, el rey Joseph decidió visitar aquel lugar sagrado. Su figura imponente y su mirada penetrante atravesaron los pasillos adornados con arte sacro y se adentraron en las habitaciones donde las niñas más rebeldes eran educadas con firmeza y devoción.

Las monjas, serias y cultas en su labor, observaron con respeto la visita del rey a su amada institución. Cada rincón de la iglesia orfanato era un testimonio de la belleza divina, y el rey se deleitaba con la exquisita decoración que adornaba cada espacio.

La iglesia orfanato,  era un santuario de esperanza y amparo para aquellos desamparados en el mundo. Sus muros, erguidos como guardianes de la fe, ostentaban una elegancia antigua y majestuosa, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para admirar su esplendor.

Las puertas de roble macizo, talladas con delicadeza y detalle, parecían susurrar historias ancestrales a todo aquel que se atreviera a traspasar su umbral. Las bisagras crujían suavemente, como una melodía antigua, anunciando la entrada a un lugar cargado de misterio y belleza.

Una vez dentro, la vista se perdía entre los altos arcos góticos, que se alzaban hacia el cielo como testigos mudos de la devoción que allí se respiraba. Los vitrales, teñidos por los rayos dorados del sol, dibujaban en el suelo un mosaico de colores divinos, iluminando los corazones de los feligreses con su resplandor celestial.

El aroma del incienso, que flotaba en el aire como una caricia espiritual, envolvía cada rincón de la iglesia orfanato. Su fragancia embriagadora era una invitación a perderse en la contemplación y la reflexión, a sumergirse en un éxtasis de plegarias y meditaciones.