Alucard se encontró atrapado en las profundidades de su castillo, no por las murallas de piedra que lo rodeaban, sino por las amargas cadenas de la traición. Había entregado su cuerpo y alma a quienes consideraban amigos, solo para experimentar una traición tan terrible y horrenda que aún le atormentaba meses después. Lo que una vez había sido un refugio para él se había convertido en una prisión de recuerdos dolorosos.
Recordaba la última vez que vio a quienes creían que le amaban. Habían apuñalado sus esperanzas y su corazón, dejando dos cadáveres como espantosa muestra de su desprecio. La traición había sido tan profunda que Alucard había perdido la fe en la humanidad y en sí mismo.
En otro rincón del mundo, ajena a la tormenta emocional de Alucard, una joven herida corría como si su vida dependiera de ello. Cada paso era un tormento, y el bosque densamente poblado parecía conspirar en su contra. Pero en su huida desesperada, sus ojos captaron una vislumbre del enorme castillo que había oído en los rumores: el castillo del hijo de Drácula.
— Un fenómeno puede refugiarse con otro fenómeno ¿No?— Se dijo a si misma gruñendo ronco por el dolor.
Sin pensarlo dos veces, la joven se apoyó en la puerta del castillo, sus manos empapadas de sangre. El agotamiento se reflejaba en su rostro demacrado mientras golpeaba con su puño en busca de refugio.
— Por favor, necesito refugio. Estoy herida, y me están persiguiendo. Por favor, se lo suplico, señor, déjeme entrar —gimió con voz rasposa.
Desde el interior del castillo, unos pesados pasos resonaron en los pasillos oscuros. La voz de Alucard, sombría y amargada, se dejó oír.
— No me interesa. Eso no es mi problema. Ahora vete y llévate tus problemas a otro lugar —dijo, asomando su rostro desde la penumbra.
La joven miró con desesperación a los ojos cansados de Alucard, su última esperanza desvaneciéndose.
— Pero, señor... —intentó suplicar una vez más.
Alucard hizo un ademán impaciente, cortando sus palabras.
— Nada de "peros", solo lárgate —gruñó, y estuvo a punto de cerrar la puerta en su cara.
La joven, con lágrimas del dolor de sus heridas en los ojos y el corazón dolido, dio la vuelta y le dio la espalda a Alucard.
— Está bien, pero ten en cuenta que si muero, será tu culpa —susurró con un tono amargo antes de marcharse.
La puerta se cerró de golpe detrás de ella, y Alucard quedó solo una vez más, atrapado en su propio tormento, incapaz de dejar atrás los horrores de su pasado.
Mientras Alucard permanecía cerca de la puerta, una serie de voces inquietantes lo arrancaron de sus pensamientos oscuros. Sus oídos captaron las palabras de un monje mayor, obeso y autoritario que había llegado junto con otros para atrapar a la joven.
— Jaja, pero si estás aquí, fenómeno. Atrapenla y que no vuelva a escapar —ordenó el monje con una sonrisa malévola.
La joven resistió valientemente, mostrando sus dientes en un gruñido desafiante, pero las cadenas mágicas que la rodeaban comenzaron a emitir cargas eléctricas, llenando el aire con sus horribles chirridos mientras la hacían gritar y gruñir de dolor tirando de ellas con fuerza derribando a algunos monjes pero era inútil.
Alucard sentía algo una punzada en su pecho al escuchar tales dolorosos gritos, roncos y de dolor que resonaban en el aire por semejantes dosis de electricidad, parecían los rugidos más bien de una especie de león que humano, pero sabía que era la joven.
Finalmente, la joven quedó inconsciente y los hombres la agarraron con firmeza.
— Llévenla al pueblo. Debe ser ejecutada de inmediato. Debemos dar ejemplo al pueblo de que monstruos como ella no son bienvenidos y deben ser asesinados —ordenó el monje.
Las cadenas sujetaron a la joven y la llevaron fuera del castillo, mientras Alucard observaba con impotencia desde la oscuridad. Un sentimiento de culpabilidad comenzó a crecer en su interior, un sentimiento que se negaba a permitirse sentir para evitar volver a sufrir. Se pasó una mano por el rostro, debatiendo en su mente qué hacer a continuación.
La joven se despertó en medio de una pesadilla surrealista, con una patada en las costillas que la sacó de su aturdimiento. Se encontraba rodeada por una multitud hostil, vestida con ropas que no eran las suyas y con una espada apuntándola. El monje, sentado a cierta distancia, se regodeaba en su captura y se dirigía al pueblo con burla.
— ¡Cómo ven aquí, querido pueblo, capturamos a este fenómeno! —exclamó el monje, señalando a la joven—. Podría ser hombre o mujer, pero es mujer, ¡que su apariencia no los engañe! No por su cabello corto y bien peinado será un hombre.
— Ahora decide, fenómeno, te ejecutamos, o te ejecutas tu misma.
Luego, el monje la enfrentó con una decisión brutal: debía elegir entre su propia ejecución o tomar su propia vida.
Con un suspiro y los ojos cerrados, la joven respondió con determinación: — Prefiero matarme a mí misma que morir ante sus asquerosas manos. —Se saco la túnica hacia los lados revelando un abdomen con cicatrices y espalda con marcas de latigazos, dispuso a usar una cuchilla que llevaba consigo para tomar su propia vida apuntandola hacia su abdomen dándose un suave masaje antes de hacerlo, pero antes de que pudiera hacerlo, sus ojos se abrieron de golpe y exclamó un grito desafiante: —¡Hoy no! Hoy no pienso morir. ¡Primero morirán todos ustedes!
Una extraña habilidad púrpura surgió de la joven, sorprendiendo a todos los presentes, incluyendo a Alucard quién no resistió y se coló para ver qué ocurriría con la joven, quien observaba desde la distancia. La joven usó esa habilidad para matar al monje y a todos sus secuaces, dejando un rastro de muerte a su paso.
Después de la batalla, la joven se volvió con una mirada feroz y seria. Sostenía tres katanas en sus manos ensangrentadas, su torso musculoso revelando una fuerza inesperada para su estatura. No obstante, estaba debilitada y apenas se sostenía en pie debido a las múltiples heridas que había sufrido.
A pesar de su debilidad, la joven amenazó a los pueblerinos hostiles con su katana, imponiendo su autoridad y mostrando que no se rendiría fácilmente. La sangre cubría el suelo y el aire estaba cargado de tensión mientras todos observaban con asombro a esta misteriosa y formidable mujer que había surgido de la nada para defender su vida con ferocidad desenfrenada, Alucard jamás había visto una mujer así ni oído hablar de una así.
Los pueblerinos, aterrorizados por la furia desatada de la joven, se dispersaron rápidamente, dejando atrás el caos que habían provocado. La joven, con una determinación orgullosa, se enfrentó a una figura que reconocía por su rostro. Era Alucard, quien se había mantenido en las sombras durante la confrontación.
— Llegas tarde, ya no necesito de tu ayuda. Sobreviví, no morí. No tienes culpa de nada —declaró con arrogancia mientras se arrancaba algunas flechas que habían quedado en su espalda.
Alucard la miró con una ceja alzada, sorprendido por su actitud, pero no dijo nada mientras ella se alejaba de él. Sin embargo, su orgullo y valentía pronto se vieron opacados por el agotación y la pérdida de sangre. La joven se tambaleó y finalmente se desplomó en el suelo, víctima de las heridas que había sufrido durante la batalla. Alucard, a pesar de todo, se acercó rápidamente para ayudarla, reconociendo que aunque pudiera estar orgullosa, también era una superviviente valiente que merecía su respeto y ayuda en ese momento de necesidad.
Con cuidado y suavidad, Alucard cargó a la joven en sus brazos y la llevó de regreso a su castillo. Ella seguía inconsciente, mostrando los signos evidentes de fatiga, dolor y agotamiento. A pesar de su confusión inicial sobre por qué la había ayudado, Alucard reconocía la valentía de la joven y su capacidad para enfrentar las adversidades.
En una habitación libre de su castillo, Alucard la recostó con delicadeza sobre una cama y comenzó a tratar sus heridas. Con manos expertas, cuidó de las heridas más graves y atendió las superficiales, limpiando, desinfectando y vendando con precisión. Su experiencia como vampiro le permitiría hacerlo con una destreza sobrenatural.
Después de cuidar de sus heridas, Alucard se sentó en silencio junto a la cama, vigilando a la joven mientras descansaba. Aunque había desconfiado de sus habilidades al principio, ahora sentía que había algo más en ella que simplemente una luchadora valiente. Tal vez, en medio de la oscuridad que los rodeaba a ambos, encontraría respuestas sobre su pasado y su propósito compartido en ese castillo imponente y enigmático.
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Unidos por la soledad
VampireUna joven, vestida con harapos y con el aliento agitado, corría a toda prisa a través de un bosque oscuro y retorcido. Las ramas retorcidas de los árboles parecían atraparla en su danza macabra, mientras las hojas secas crujían bajo sus pies descalz...