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Jimin jamás había ido a la playa. Cada año sus padres prometían que por fin podría ver el inmenso mar azul y que sentiría la arena entre los dedos de sus pies, pero sabía que era mentira.

Comenzando con el pequeño inconveniente de que ellos jamás tenían dinero. Era un milagro que Jimin estuviera en un colegio público, pero era un martirio tener que usar sus piernas como transporte diario, que su ropa no fuera más que un pantalón desgastado, un par de playeras y una chaqueta roja remendada.

La  promesa de ir a la playa algún día siempre se veía opacada cuando su madre lloraba por las deudas o porque su padre se había desaparecido con el dinero de todo el mes otra vez.

Ella se había ganado la vida lavando y planchando la ropa de sus vecinos, pero para cuando Jimin cumplió dieciséis años sus manos comenzaban a doler demasiado por el agua fría que utilizaba.

Su padre, el hombre desconocido que solo venía una o dos veces a la semana a gritar y golpear todo lo que estuviera a su alcance, ni siquiera tenía un oficio, sabrá la Luna de dónde sacaba el dinero que después gastaba en putas y alcohol, cómo él decía.

Pero ahora estaba aquí, en un autobús maltrecho en camino hacia la playa donde su madre le contó que creció, con la esperanza de encontrarse con su abuela y tener algún apoyo para su... Problema.

─ Shh. No, no llores ahora, por favor ─Jimin comenzó a mover los brazos para arrullar al bebé que había estado dormido la mitad de trayecto—. No, no, aún falta para que lleguemos... Oh, por favor, no llores...

─¡Que ese mocoso haga silencio! ─Gritó una voz que venía de la parte trasera del vehículo, evidentemente molesta—. ¡Bájate!

—¡Lo siento! ¡Lo siento! ─Contestó—. ¡Haré que se calle!

Comenzó a mecerlo con más fuerza, algo desesperado para ese punto, tratando de que se calmara. Seguramente tenía hambre, pero no tenía más que dos biberones para el camino y uno lo estuvo reservando para la noche, para que pudiera dejarlo dormir un poco.

Terminó por meter uno de sus dedos a la boquita del bebé logrando que se distrajera con él y succionara como si fuera a salir algo de ahí. Faltaban cerca de cinco minutos para llegar a la estación de autobús, ese pequeño tiempo se la pasó con el dedo en la boca de su hijo para que se mantuviera callado.

Al llegar y salir del transporte, lo primero que sintió fue el sol abrazador sobre su piel y una brisa salada que le llenó los pulmones. Eran cerca de las cinco de la tarde, el autobús había salido de la ciudad por la madrugada y Jimin estaba muriéndose de hambre, pero quería buscar a su abuela primero.

Con su bebé en un brazos y una enorme mochila en la espalda, Jimin comenzó un viaje a pie de la estación hacia el pueblo a las orillas del mar. Hubiera deseado tomar un taxi, pero apenas si traía el dinero justo para comprar algunos insumos y quedarse dos noches en el hotel más barato que pudiera encontrar.

─ Toma, es todo lo que voy a darte ─le había dicho Daseung días antes, entregándole un sobre con algunos billetes dentro─. No vuelvas a buscarme jamás, ¿está claro?

Jimin hizo maravillas para que ese dinero le durase lo suficiente hasta que pudo tomar un autobús e irse de la cuidad.

Mientras caminaba recibía miradas curiosas de la gente local, era muy obvio que él no era alguien que perteneciera a ese lugar, tenía piel blanca con toques rosas y cabello negro lacio que le cubría los ojos, muy diferente a las pieles bronceadas y cabellos crespos que se podía ver a su alrededor. La falta de vitaminas le daban esa apariencia fantasmal, y esa delgadez que hacía a los demás preguntarse cómo podía cargar a un bebé y una mochila al mismo tiempo.

Ese pequeño iba a quebrarse.

Tuvo suerte de que la dirección escrita en una postal que robó del cuarto de sus padres estuviera frente a sus ojos luego de media hora de caminata.

El problema fue que al llamar a la puerta nadie respondió.

─¿Abuela Park? ─Gritó con fuerza─. ¡Soy Jimin!

Siguió golpeando hasta que una voz se escuchó a sus espaldas:

─Oye, chico, esa casa ha estado vacía desde hace dos años ─al voltear se encontró con una mujer de edad avanzada que lo miraba con recelo─, la señora Park falleció ahí sola, ni siquiera la puta de su hija vino a cuidarla.

Oh.

Jimin se sonrojó de pies a cabeza, su madre no tenía noticias de ella desde que él tenía como seis años, claramente no sabía que había fallecido. Y aunque jamás la conoció, no pudo evitar sentir un enorme hueco en el pecho.

─¿S-su hija?

─Sí, ella nos contó que su única hija la abandonó por buscar una mejor vida en la cuidad, pero que terminó con un alcohólico y un hijo no deseado que le arruinó la vida.

No necesitó más para bajar la mirada y acariciar con cuidado una de las manitas de su bebé. La frialdad con la que esa mujer hablaba logró calarle los huesos aunque estuviera al borde de la insolación. ¿Será alguna amiga de su abuela?

─Oh, no-no sabía eso... Yo... Bueno, conocí un poco a la hija que usted menciona y venía de su parte para-...

─No tienes que mentirme ─replicó ella─, te escuché gritar "abuela Park". ¿Eres su nieto? ¿Y por qué jamás vendiste a ver a tu abuela? Que mocoso...

Tal vez Jimin debería replicar, tal vez no debía dejar que una extraña lo hiciera sentir culpable y humillado por una anciana que solo conoció por boca de su madre, pero se sentía demasiado exhausto para pelear.

Y muy sensible por las palabras que le decía.

─Ahora que sé que no está viva me iré, perdón por molestarla.

Abrazó a su hijo con más fuerza y pasó de largo a la extraña con pasos rápidos, tan rápidos como su deshidratación y cansancio le permitieron.

Su siguiente parada fue una tienda donde compró dos botellas de agua y unas galletas saladas. Con eso logró aguantar hasta que encontró un motel de paso que seguramente era habitado por turistas que iban a ese lugar.

Pagó una noche la habitación más barata que tenían y ahí y entró antes de que comenzara a anochecer.

Dentro de la mochila que traía había dos sábanas, un paquete casi vacío de pañales, toallitas húmedas para bebé, dos playeras suyas y ropita de segunda mano que encontró en mercados callejeros cerca de su casa. De la que solía ser su casa.

─Bebé, necesito que hoy duermas mucho, mañana será un mal día ─hablaba con el pequeño que se había quedado en silencio desde que la señora les había gritado momentos antes─. Iré a comprarte más leche mañana y le llamaré a la abuela para darle la noticia, ¿de acuerdo?

Mientras Jimin hablaba, iba armando una especie de cama para el pequeño usando las cobijas de la cama del hotel, una almohada y la ropa extra que traía, el pequeño solía tener frío toda la noche y debía mantenerlo calientito a toda costa.

─Si tenemos suerte... Podremos volver a casa ─el bebé no entendía nada, pero sonrió cuando su padre le acercó el preciado biberón que había estado guardando todo este tiempo. Después de una nana se quedó dormido.

ʀᴏᴄᴋᴀʙʏᴇ ↬ ᴠᴍɪɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora