Carta III

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Me gustaría decir que de nuevo me encontraba sentada buscando razones para buscarte. Pero la verdad ya era tarde, mis pies se encontraban cruzados frente al ventilador, sintiendo el frío rozar cada parte de mi piel, había llorado tanto y sentía lo salado en mi cara, cómo si me hubiera sentado enfrente de la playa. No sé cuántas lágrimas te he dedicado, creo que me merezco un abrazo, un par de manos que me ayuden a seguir dando más pasos. Me pause, me quedé sentada esperando que algún día volvieras, pero ya entendí que no lo harás, que tus ojos y tu voz ya no estarán, que te fuiste sin poder regresar. Mis manos arden, he tratado de cavar tu tumba y volver a tocar tus manos, volver a mirar tu piel y escuchar tus susurros. Creo que perdí la cabeza más de una vez. Hundí mis pies en la arena y juré verte nadar en aquellas olas, quizás pidiendo ayuda, quizás queriendo huir. Ahora no lo sé, quizás nunca lo supe, pero me cautive viéndote renacer en cada amanecer, cómo si aquellas madrugadas fueran eternas y tus manos disfrutaran el agua salada al rozar con la marea. Entendí que era el significado que yo te dí, que te imaginé de la manera más pura frente al mar, con ese vestido blanco que jamás llegaste a usar, con tus pies al desnudo pisando aquella arena que tanto solías odiar, pero juré verte disfrutar. Preparé mi despedida y la grité al mar, mientras aquellas gaviotas rozaban el límite del cielo con el mar, y no sé si en alguna vida me habrás escuchado, pero tengo la certeza de que si fue así, finalmente te quedaste a mi lado. Y mientras el sol caía, me dediqué a seguir llorando por tu partida, cómo si aquel sol significase el final de aquella pesadilla, aunque sabía que al llegar la noche tu nombre nunca olvidaría, al día siguiente volvería a pensarte y volvería a llorarte, se ha vuelto parte de la rutina. Pero te prometo algo, algún día seré tan feliz cómo alguna vez deseaste que lo fuera, y viviré, viviré por las dos, por ese amor que nunca se dió, por aquellos ojos que jamás brillaron en mi dirección.

Cartas al vacío. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora