La luz de mi alma// Mitake

Capítulo II: EL RUISEÑOR ENJAULADO.

Es asombroso como un acto tan inocente como dar la mano, a través del tiempo puede evolucionar de una forma increíble, llevándote a caminos que simplemente son muy diferentes a lo que alguna vez imaginaste.

Recordaba el sonido de las risas de mis compañeros del salón de clases como si hubiese sido algo que viví hace mucho tiempo, cuando sucedió hace poco. Podía escuchar a los pájaros cantar a la distancia y mientras mi cabecita daba vueltas, la voz de mi madre creaba un eco doloroso con todas las advertencias sobre desconocidos, mis ojos no paraban de soltar lágrimas y quedarse estancadas en la venda que el señor que me recogió puso en ellos, mis bracitos duelen por las veces en las que intenté liberarme de su agarre en vano y mis mejillas de seguro estaban rojas por las incontables bofetadas recibidas.

Jason debe sentirse culpable por llegar tarde, George por no estar en el lugar en donde esperábamos a su padre, y yo, siento tanta soledad como nunca antes la había experimentado.

Cadenas invisibles ataban mi cuerpo al piso húmedo y posiblemente sucio de este frío lugar en el que me encuentro. Mientras, la cadena que, si es verdadera, irrita la piel alrededor de mi piecito derecho por las incontables veces en las que me he movido para intentar quitarla y no lo he logrado.

—¡Cállate! —grita con estridente voz, el hombre que me trajo a este feo lugar, mientras deja mi mejilla ardiendo por una nueva bofetada —¡No hables!

Mi corazón late dolorosamente contra mi pecho liderando una batalla decisiva que solo tiene dos opciones, entre callarme obedientemente o seguir gritando por mi madre y ayuda, obviamente para mí que soy un niño, los nervios y el miedo me imposibilitan el callarme y seguir las órdenes de ese hombre, y la segunda opción es la que todo mi sistema ejecuta.

—¡Déjeme ir! Quiero ver a mi mami... quiero a mi hermano y a mi papá —grité desesperado, moviéndome de lado a lado golpeando y lastimando mis pies contra algo duro que estoy seguro me hizo sangrar, pero eso no importaba, el miedo seguía creciendo dentro de mí al no escuchar nada proveniente de esa voz ronca que inspiraba miedo.

—Shhh —siseó en mi oído haciéndome sobresaltar y temblar de terror —Obedece cuando un adulto te hable, guarda silencio, jovencito —dijo abrazándome por detrás, pasando sus manos por mi pecho que subía y bajaba conforme a mi respiración acelerada —Amo cuando los niños son obedientes y hacen caso a lo que les digo.

En ese momento, comencé a gritar del terror que sus palabras y acciones provocaron en mí.

—¡Quiero a mi mami! —grité con todas mis fuerzas —¡Déjeme ir!

Mi garganta dolía por el esfuerzo que gritar suponía, pero no iba a rendirme fácilmente, no cuando unos gritos tal vez fueran capaces de sacarme de este lío.

—¡Mierda, niño! —gritó exasperado —¿No sabes lo que significa guardar silencio? —con terror escuché como se quitaba el cinturón y lo azotaba, golpeando amenazante alguna de sus manos.

Después, escuché como claramente el aire era cortado con fuerza y el cinturón se estrellaba contra mis piernas dejando seguramente un rastro rojo de donde cayó el primer azote, luego el segundo, el tercero e incluso tal vez... un quinceavo.

Me encogí en mi lugar para evitar cualquier mal a mis piernas, pero los azotes no paraban y llegaron a mi pequeña espalda, el dolor incrustándose en cada parte de mi cuerpecito y llevándose cualquier rastro de valentía o berrinche de mi sistema.

Quería a mi mami de nuevo, ella nunca me ha golpeado, ni mucho menos mi papá cuando vivía, se atrevió a levantarme una mano, pero este señor desconocido viene y descontrola todo en cuanto conozco.

Tocó mis piernas con un poco de miedo y descubro que arde demasiado y la piel está viscosa, seguramente era sangre, tengo mucho miedo, mis ojos siguen vendados, mi espalda duele, tengo frío y hambre, nunca había estado tan lejos de casa y de la seguridad de mis padres o de Jason, quien, aunque no le dijera papá, siempre me cuidaba como si lo fuese.