Pov LuzEra la décima tienda a la que le hacía entrar a Ainhoa, pero es que llevaba un mes sin conseguir verme bien con nada, mucho menos con un vestido. Todos los que me gustaban, que eran pocos, me sobraban o me quedaban muy justos. Sin hablar de que no me gustaba la forma que me hacían.
Seguía pensando en el vestido verde que había visto algunas tiendas atrás. Hace unos meses me hubiera quedado espectacular. Quién sabe, tal vez en unos meses, si sigue ahí, vuelva a por él. El problema era que cada vez se me hacía más difícil encontrar algo que me gustase.
–Luz, ese te queda increíblemente bien.
–Mi amor, has dicho eso con todos los vestidos que me he probado.
–Si todos te sientan bien qué culpa tendré yo. Además, eso es mentira. El naranja fosforito ese que te has puesto en algunas de las cien tiendas a las que hemos ido hoy te he dicho que era espantoso.
Puse los ojos en blanco y cerré la cortina para quitarme lo que me había probado y volver a ponerme mi ropa. Eran las 20:30, la boda era en dos días y yo seguía sin nada que ponerme. Con cada tienda a la que íbamos mi autoestima iba bajando y se me iban quitando las ganas de probarme cualquier cosa.
Mientras estaba sentada en el pupitre atándome los cordones, escuché la voz de Ainhoa pidiendo permiso para entrar.
–Ey, amor. Encontraremos algo con lo que te sientas cómoda, ¿vale? Tú y Arene seréis las más guapas de toda la boda –dijo mientras me acariciaba el vientre.
***
No quedaban zanahorias, ¿cómo que no quedaban zanahorias? No pasaba eso cuando yo estaba en la cocina o, bueno, muy de vez en cuando. Muy a mi pesar, llegó un punto de mi embarazo en el que no pude seguir en la cocina y tuve que cogerme la baja. En mi lugar, contrataron a Cuca y Marifrán. En realidad hacían muy bien su trabajo, pero a la mínima que hubiera chisme desaparecían. Se sabían mejor los cotilleos de cada una de las personas de Vera que los platos que cocinábamos, así que bueno, digamos que la cocina podía ir mejor.
Desde que cogí la baja me prohibieron tocar esa cocina e incluso acercarme a ella, sobre todo Ainhoa, pero hoy no estaba por el motivo de siempre, de hecho, estaba en el otro lado de la cocina. Se me había antojado una porrusalda y tenía que ser de las que cocinaba Ainhoa, pero no quedaban zanahorias.
–Ainhoa, creo que tu hija se va a morir por tu culpa, no va a poder sobrevivir a esta tortura llamada no quedan zanahorias. Es que no lo entenderías es cuestión de vida o muerte.
Vi desde la lejanía cómo Ainhoa rodaba los ojos y se acercaba a mí.
–Menos mal que conozco a mi chica y tengo guardadas las zanahorias de emergencia en el bolso.
–No es verdad –le respondí riéndome–. Dime que no tienes unas zanahorias en el bolso.
No debí haber subestimado a mi mujer porque, efectivamente, salió corriendo hacia el almacén y sacó del bolso media docena de zanahorias.
–A ver, teniendo en cuenta que tienes antojo de zanahorias aproximadamente... todos los días y que te pones modo Pou a decir que no a todo lo que no sea lo que se te ha antojado, más me vale por mi integridad buscar soluciones.
Eso es algo que siempre me ha gustado de ella. Aunque por fuera pareciera la persona más fría que fueras a conocer, en poco tiempo te demostraba que era la persona más detallista y atenta del mundo. Tengo mucha suerte de poder compartir mi vida con ella.
–Por cierto, Luz –me dijo desde la cocina mientras pelaba zanahorias– ¿has pedido ya por Amazon el regalo para José Antonio y Manu?
Me metí en la cocina y me senté en la encimera.

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Nuestra Vida en un Papel
RomansaLa vida de Luz y Ainhoa nunca se había caracterizado por ser tranquila, pero el desastre se desató cuando llegó Arene, un terremotillo pelirrojo que pondría todo patas arriba. Bienvenidas al resto de nuestra vida.