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Se supone que el día más feliz de tu vida es el día de tu boda. Los adornos, las flores, el vestido, los invitados, la música al entrar; todo debería ser un hermoso recuerdo.

Pero ella detestaba todo.

¿Los invitados? Eran desconocidos para ella, y los pocos que conocía solo sonreían con falsedad ante su desgracia.

¿El vestido? Le parecía horroroso; el encaje le picaba, y el diseño lujoso con piedras le resultaba repulsivo. Ese tipo de vestido no le quedaba bien.

Los adornos eran ostentosos, buscando acaparar la atención, justo como el hombre sonriente que se encontraba ante ella.

Debería sentirse alegre en este gran día, pero lo único que experimentaba era repulsión, asco y odio hacia la persona que la esperaba en el altar.

Ansiaba escapar, huir de esa maldita iglesia, regresar a México. Sin embargo, el fuerte agarre en su brazo por parte de su supuesto padre, junto con un objeto punzante presionando contra su costado, confirmaban que no habría escape. 

Ella no estaba caminado por voluntad propia hacia el altar.

Mientras se acercaba no pudo evitar preguntarse si se habría salvado de toda esa mierda si tan solo hubiera esperado unos minutos más adentro de ese salón de clases sin hacer ruido todo sería distinto.

 No se habría enterado de la red de prostitución y drogas que operaba dentro de la escuela de especialización médica, ni mucho menos habría sido forzada a experimentar con estudiantes novatas víctimas de dicha red.

No... si no hubiera sido egoísta, habría rechazado la beca y se hubiera quedado en México conforme con ser solo médico general, se habría librado de todo eso.

No tendría que casarse a la fuerza con el hijo de puta de Jérémie para que se quedara callada, pero no era tonta; sabía que el francés la mataría una vez que estuvieran solos para eliminar cualquier evidencia. 

—No, por favor—murmuró cuando ya casi llegaba.

Comenzó a rezar para que algo sucediera, que una oportunidad milagrosa apareciera para poder escapar, lo que sea.

—No me importa que sea, pero que se detenga. Ten piedad de mi señor—continuó, mirando al cristo  que estaba más atrás del altar. Estaba desesperada, le rogaba mentalmente que se apiadara de ella.

palideció cuando llegó y fue recibida por Jérémie y su sonrisa falsa.

—¿por qué tan nerviosa, cariño?—se burló. —Este es el momento más feliz de tu vida, sonríe.

No, que alguien detenga toda esa mierda, quien sea, no importa quién.

 La ceremonia continuó, sus súplicas parecían haber sido ignoradas. Estaba al borde de las lágrimas, y cuando se detuvieron para dar sus votos, sintió que la vida se le escapaba.

 Justo cuando iban a ponerle el anillo, se oyeron disparos y gritos desde afuera.

Los invitados entraron en pánico, creando un caos que se acompañaba de disparos cada vez más cercanos a donde estaban.

 Volvió la cabeza hacia el crucifijo y, con un rayo de esperanza, habló.

—Gracias —agradeció por la oportunidad que se le estaba brindando.

Rápidamente se quitó el velo y los tacones. Aprovecharía el caos para escapar. Cuando intentó correr, la agarraron por el cabello con fuerza, provocando un gemido de dolor.

—Oh no, no lo harás —el francés le dio un puñetazo en la mejilla que la tiró al suelo.

Nadie se daba cuenta de lo que ocurría; estaban más concentrados en huir o esconderse mientras hombres vestidos de negro y armados irrumpieron violentamente, enfrentando a los guardias.

Cuando Jérémie se agachó a su altura, le escupió sangre a la cara antes de patearlo y comenzar a gatear lejos de él. El vestido le estorbaba; la cola le pesaba y le impedía levantarse por sí misma.

Cuando finalmente logró el equilibrio para ponerse de pie, su vestido fue tirado con fuerza, haciéndola caer nuevamente.

El francés no tenía intención de dejarla escapar; si no podía matarla en la luna de miel, lo haría ahora.

—Bastardo —gritó con fuerza. Comenzó a arañar los brazos del francés en un intento desesperado de liberarse mientras pataleaba, pero no servía de nada.

  Su vista empezó a nublarse debido a la falta de oxígeno.

Otro disparo resonó, seguido por los gritos de dolor y maldiciones de Jérémie.

El vestido blanco se tiñó de escarlata.

Tosió mientras luchaba por respirar. Su garganta ardía por el dolor, pero al menos estaba llegando oxígeno a sus pulmones.

—Estás muerto, cabrón.

Aun estando aturdida, pudo reconocer la voz. Miró hacia un lado con asombro: una mujer de cabello corto y negro se abría camino entre los hombres armados, quienes se apartaban respetuosamente. La mujer no la miraba, tenía los ojos fijos en el hombre que había intentado matarla; Sus oscuros ojos prometían que esto era solo el comienzo de la catástrofe que estaba por desencadenarse.  

—¿Valeria?



𝐇𝐎𝐍𝐄𝐘━━━ 𝐕𝐀𝐋𝐄𝐑𝐈𝐀 𝐆𝐀𝐑𝐙𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora