bronca, confusión y otros sentimientos

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La cabeza de Schelotto era un completo desastre.

Cuando salió de aquel vestuario con un nudo en la garganta y un incendio expandiéndose en su pecho. Lo único que quería en este momento era que lo tragara la tierra y lo escupa en Bariloche o cualquier lugar donde no se cruce al menor bajo ninguna circunstancia, le vendría bien.

Caminó con pasos rápidos que resonaban por los pasillos del predio, apurado por salir de ahí lo antes posible, respirando errático y con la cara roja cuál camiseta de su clásico rival. Ignoró la presencia de Román que lo miró con el ceño fruncido, extrañado por ese notorio sonrojo que acompañaba a su típica cara de culo. Sus pasos y murmullos insultando a todos los antepasados del rubio resonaban en el frío estacionamiento, donde finalmente llegó a su auto y al rebuscar en su bolsillo dejó caer su llave accidentalmente, insultando aún más al universo por el día que estaba sufriendo e iba de mal en peor. Luego de encontrar las llaves para por fin subir a su auto, se sentó sobre el asiento negro en el que largó todo ese aire que retenía quemando sus pulmones y le pegó con su puño a la bocina hasta el cansancio.

¿En qué estaba pensando al hacer eso?

Golpeó su frente contra el volante repetidas veces y soltó un grito de bronca. Su cuerpo se inundaba de vergüenza, arrepentimiento, ira... Y ganas de más, quería más, más de Martín.

Era consciente de que convertía en un completo idiota impulsivo cuando se trataba de Martín, pero esta vez fue demasiado lejos, no sabía cómo hacer para mirarlo a la cara después de besarlo como tanto había anhelado desde que lo vió entrar con esa cara de boludo perdido al predio. Lo odiaba tanto, lo odiaba porque no sabía cómo lidiar con él ni con todas las cosas que le hacía sentir, esa bronca cuando lo veía cerca de otro compañero con esa sonrisa de chamuyero o como le sacaba el aire cuando en los entrenamientos el sol hacía brillar sus rulos dorados y piel tostada, hasta como lo sacaba de quicio cuando lo ignoraba siendo que todas las pelotudeces que le hacía Guillermo era para llamar su atención.
Se sentía de nuevo como un nene molestando a la chica que le gustaba en los recreos, solo que ahora era un adulto que se encontraba perdido por un rubio tarado. Pero no sabía manejar de otra forma todo lo que sentía por el menor, porque ni él entendía sus sentimientos.

Agradeció el viaje a casa, ya que podía concentrarse en otra cosa que no sea aquel rubio que le complicaba la vida. Prendió la radio y se concentró en el camino, todavía tenso y agarrando el volante con más fuerza de la necesaria.

Aunque la falta de esos pensamientos duró poco porque al entrar a su casa y tirarse al sillón, todo le recordaba a él. La bolsa casi vacía de chupetines en la mesa de café, la camiseta de boca que se asomaba de su bolso de entrenamiento, el partido de estudiantes en la tele... Todo era Martín.

Tan rápido como la prendió, apagó la tele y tiró el control contra la mesa para luego dejarse caer entre los almohadones frustrado.

No sabía en qué momento lo comenzó a mirar de esa forma porque cuando se dió cuenta ya era muy tarde, ya se encontraba a sí mismo mirándolo entrenar cuál colegiala enamorada y no tenía idea de qué hacer al respecto, jamás se había sentido así por un hombre y que encima ese hombre sea su compañero de equipo que lo detesta, empeoraba aún más la situación. Le era imposible ser como su hermano Gustavo, tan despreocupado sobre quien le gustaba. Pero Guillermo tenía miedo. Miedo de cómo reaccionaría el plantel sabiendo que tienen un compañero puto, si sentirían asco por él o si puede cagarse la carrera por un simple capricho y atracción hacia el 9 del equipo xeneize.

Un alivio recorrió su cuerpo al llegar a la concentración la siguiente semana y ver que Palermo decidió ignorar su existencia por completo y no hablar sobre aquella situación. Pero también lo hizo pensar si el beso significó algo para el menor o solo lo ignora por asco ¿Si le decía a alguien y arruinaba su carrera como él pensaba? No era capaz, no creía que Martín sea capaz de hacer eso, pero el miedo y la ansiedad lo consumían una vez más.

Estaba paranoico por esa horrible sensación de sentir que sabían, todos lo sabían, que lo miraban con desprecio, que murmuraban sobre él y creía que estaba a punto de enloquecer, como siempre por culpa de ese maldito rubio.

Y para colmo las miradas rápidas que le dedicaba durante el entrenamiento no lo ayudaban, cada vez que sus ojos se cruzaban el más alto miraba a otro lugar y ya lo estaba sacando de quicio... Como de costumbre.

Mientras Guillermo tomaba su botella de agua del piso, se abanicó con una mano su nuca por el calor y sudor post entrenamiento, pero, como si fuera un fantasma, la presencia de Martín se hizo palpable y puso alerta a todos sus sentidos.

- Emm... Guille- Se acercó Martín al terminar los ejercicios finalizado el entrenamiento, hablando bajo y tranquilo, cosa que no era normal en sus interacciones. -¿Tenés un segundo?

Pero la única respuesta que recibió fue la típica cara de desprecio del mayor, quien se fue rápidamente una vez más. Dejándolo solo, confundido y con las palabras en la punta de la lengua otra vez.

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⏰ Última actualización: Oct 13, 2023 ⏰

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