Capítulo II. Avalon Noir

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Me preparo para lo que viene. Pero las luces se han encendido de golpe y un pitido como los que anuncian el fin de algo comienza a sonar, retumbando mis oídos.

—¡Bienvenidos, agentes! —Habla un hombre desde lo que parecen ser altavoces. Yo sigo en shock, mirando los zapatos del asesino de mi amigo—. Avalon Noir les da la bienvenida a lo mejor que le puede pasar a sus miserables vidas. Ingresen sus llaves y den paso a esta nueva etapa.

Haber tenido tan cerca a la muerte me deja impactada, incapaz de moverme.

El chico cruza a mi lado como si nada, como si yo no existiera, e inserta su llave en la ranura en que debía de haber ingresado la de mi amigo.

Ni siquiera supe su nombre. Y nunca lo sabré.

De repente me invade la rabia, seguida de una angustia terrible. Por un momento, había pensado que encontré un compañero, un apoyo en todo esto que no tengo idea de qué es. Sin embargo, en solo un segundo, se terminó.

Todo por culpa de este otro chico.

Al fin puedo armarme de valor para levantar la mirada y me encuentro con su espalda. Él ya está atravesando la puerta, lleno de confianza, sin una pizca de este miedo e incertidumbre que parecen asaltarme a mí. Es alto, de cabellos oscuros, e incluso desde atrás luce intimidante.

Continúa su camino como si yo fuera un cadáver más y un intenso odio surge desde lo más profundo de mi ser.

Ya ha atravesado su puerta, mientras yo sigo tiesa. El silencio ha acaparado todo y mi vista se posa de nuevo en el cuerpo inerte de mi amigo. No quiero levantarme de aquí, no quiero seguir hacia lo que sea que me espera detrás de esa puerta. Sin embargo, no me dan muchas posibilidades. De repente, un sonido perturbador comienza a incomodar mis oídos. Proviene desde lejos, desde el fondo del laberinto. Un sonido como de algo que se aproxima a una velocidad escalofriante. No parece humano, ni de máquinas, más bien una especie de fuerza de la naturaleza. Y entonces, pronto las veo: Intensas columnas de fuego que provienen desde el techo, bañando cada uno de los pasillos, arrasando a su paso todo lo que había quedado atrás. El calor comienza a sentirse desde donde estoy y, aunque por un momento me siento tentada a quedarme aquí, a dejarme consumir por las llamas, a ser una más de tantos cadáveres que se están calcinando en este mismo instante; el miedo y las ganas de sobrevivir se apoderan de cada músculo de mi cuerpo y me obligan a levantarme y huir a toda prisa.

Y no me da tiempo a pensar en el cuerpo de mi amigo, el cual será una pila de cenizas más. Ahora solo queda preservar mi vida, por lo que cruzo mi puerta lo más rápido posible, y el metal se cierra tras mi espalda, trayendo de nuevo la calma.

Como supuse, la puerta que abrí con mi llave no deriva al mismo pasillo que la que abrió el otro chico, así que lo he perdido de vista. El espacio que se extiende delante de mí es completamente blanco, largo y fino. Camino unos pasos hasta que diviso una caja alta de metal, con una inscripción en la parte de arriba, que dice: Agente, deposita todas tus armas y pertenencias aquí.

Con un poco de desconfianza, hago lo que indica el cartel. Me deshago de todo lo que llevaba en los bolsillos, incluso cosas que no había visto allí antes.

Entonces continúo transitando el pasillo, que no tarda en desembocar en una habitación pequeña, pero muy bien iluminada.

Atravieso algo que parece un detector de metales, el cual no hace ningún sonido a mi paso.

La luz es tan intensa que me toma un segundo notar la silla blanca que se encuentra en el centro del lugar y que no está acompañada de nada más. No parece ser una silla común y corriente, es un poco más gruesa, completamente de metal y con una especie de mecanismo al costado.

Tu nombre no importaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora