A las 10 horas

13 0 0
                                    


Hace un par de meses conocí a una chica por Facebook. La recuerdo muy bien, esa clase de personas que pasan desapercibidas porque no se muestran demasiado. Bella por dentro y por fuera, muy alegre, con un carisma único, una locura exquisita y una inteligencia encantadora; extrovertida en su perfil, de las que le toman foto a todo y publican parte de lo que hacen en el día; en dónde se encontraba, a dónde iba, cuál era su estado de ánimo, una selfie, qué comía, sus tristezas, sus alegrías. En fin, de verdad daba gusto leerla, disfrutar de sus publicaciones, de sus locuras y ocurrencias y, a la distancia, ser parte de su vida.

Todo empezó con un comentario en un grupo, luego una charla, luego otra, una solicitud de amistad, saber más de cada uno, compartir historias, nuestro tiempo, anécdotas, confesiones y de pronto nos volvimos muy amigos. Forjamos una amistad muy bonita, nos volvimos inseparables a pesar de la distancia; nos contábamos todo y nos reíamos de todo, lloramos y sufrimos juntos, había una conexión muy especial y teníamos la esperanza de, algún día, conocernos y compartir nuestra realidad.

No hay día que no charlemos, que nos saludemos a diario pues, además de que no queremos dejar de hacerlo, tenemos una promesa con penitencia, prometimos qué, pasara lo que pasara, siempre nos saludaríamos por la mañana, sin importar nada. Pero aquel que faltara a dicha promesa, tendrá que pasar la noche en un cementerio y grabar un video, además de tomar fotografías que servirán como evidencia de que se ha cumplido la penitencia.

Con el paso del tiempo, las cosas han cambiado, ya no platicamos tanto, ella está muy ocupada con su arte y yo con mi trabajo, pero no hemos perdido esos detalles que indiquen que estamos presentes el uno para el otro. Al día de hoy nadie ha faltado a la promesa, los saludos matutinos ahí se encuentran, cada vez más cortos y sin respuesta por parte de ella, sólo un simple saludo y no más.

Desde hace nueve días, su perfil se ha vuelto triste y abandonado, ya no publica sus estados de ánimo, ya no hay fotos, ni sus ocurrencias. Está la misma publicación de hace nueve días ahí, quieta, con la misma fecha, inmóvil, como resguardando algo, abandonada, quieta, tristemente quieta.

Le he preguntado a diario, por mensaje, el por qué de este cambio, el por qué de su ausencia sin obtener ninguna respuesta, sólo ese mensaje que siempre llega por las mañanas, a la misma hora, con las mismas palabras, a las diez de la mañana. Esto me inquieta bastante, ella no es así, algo está pasando y se vuelve cada vez más desesperante, recibir el mismo mensaje sin rastros de ella, de lo que ella siempre era. Me pregunto: ¿Acaso habré hecho algo que le molestara?

Hoy por la mañana he leído algo que me ha dejado petrificado, helado, fuera de mí. Su madre ha publicado, en el perfil de mi amiga, un mensaje en el que agradece a todos por sus oraciones y su muestras de cariño y resignación para con la familia, por la pérdida de la vida de su hija así como el anuncio de que esa cuenta desaparecería.

«Te vamos a extrañar hija hermosa, eras la alegría de la familia, aún no podemos creer que te hayas ido de este mundo así de pronto. Pensamos en ti a diario, sabemos que estás con Dios y en una mejor vida, los que estamos aquí te recordaremos siempre con cariño. Te amamos y te extrañamos linda. Descansa en paz.»

Termino de leer. No encuentro las palabras para describir lo que siento, un escalofrío tétrico recorre mi espalda y se instala en la nuca haciendo estremecer todo mi cuerpo. Me he quedado mudo, sin aliento. Cientos de pensamientos inundan mi mente, los recuerdos, los momentos, su voz, sus expresiones, sus palabras. Ella seguía aquí, aún no podía creerlo, tampoco podía aceptarlo.

Al cabo de unos minutos, una vez recuperado de mi shock y con un poco de valor, con las manos sudando y los dedos entorpecidos, mando un mensaje a su madre como muestra de apoyo, más con tintes de investigación, de intromisión, de saber si no había sido alguna equivocación o una broma, una mala broma. Y en el fondo, eso deseaba que fuera, una broma. Sin embargo, no fue así, su madre lo ha confirmado, hace diez días que ella ha muerto, ya la han enterrado y rezado el novenario. Entonces, sólo entonces, mis músculos se destensan y mi rostro se pierde, las lágrimas aparecen y ahora es el corazón el que enmudece, mi cuerpo se abandona, se pierde en la nada sin poder regresar, se va lejos, lejos.

De pronto, mi llanto cesa de manera inmediata, un pensamiento, como un sable, corta todo de tajo, todo esto que estoy sintiendo; mi rostro se desvanece, mis ojos se abren, aprieto mis manos y dientes, el corazón late con fuerza mientras mis pensamientos se clavan en una idea, ¿cómo puede ser que esté muerta si yo he recibido sus mensajes estos nueve días?

Camino inquieto por la habitación, de un lado a otro, tomo el móvil y reviso la conversación por si ha habido algún error, pero no, ahí están los mensajes de estos días. Me siento en la cama, mis manos tiemblan, no sé qué pensar, me levanto de la cama, me miro en el espejo sin poder entender lo que está sucediendo. Entonces levanto la vista y reflejado en el espejo miro el reloj colgado en la pared, son la diez horas, en el bolso izquierdo del pantalón un pitido, acompañado de una vibración, hace que salte como gato asustado, erizado; se hiela todo mi cuerpo, inquieto y con miedo saco el móvil del bolsillo para revisarlo, tengo un mensaje nuevo, abro la aplicación y entonces leo:

"Buenos días, espero que te encuentres bien, lo prometido es deuda, te dejo mi saludo como cada mañana. Estoy esperando a que tú pierdas para que vengas a visitarme y al fin conocernos.»

CreppypastasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora