Amor

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Luna, desde el fondo de su corazón, sentía un poco de envidia de Sol, que siempre era brillante y feliz.

Sin embargo, mientras más existencias convivían en la lejanía, más rocas desprendían retazos y viajaban velozmente por todos lados acaparando espacios. Irremediablemente esos pedazos de rocas y hogares llegaron hasta ellos.

Golpeaban a Sol y lo lastimaban, a su roca y a su cuerpo.

Luna lo escuchó llorar muchas veces, gimiendo por el dolor de cada golpe y ocultándose para evitar salir herido.

Un día, sin poder escuchar más el dolor de Sol se interpuso con su hogar y su cuerpo a las rocas filosas que viajaban hacia él.

Sol no debía ir a él, estaba tan lejos. Y a pesar del frío que sintió de dejar su hogar, viajó hasta el malherido Luna, por primera vez en mucho, mucho tiempo sin cruzar el límite.

—¿Por qué...me protegiste? —Sol le preguntó con tristeza y dolor.

—Mi cuerpo se movió solo... —Luna le respondió con una sonrisa.

Luna se desplomó por culpa de la heridas y Sol lo sostuvo en su regazo, abrazándole tan fuerte y derramando lagrimas por su sacrificio.

Sol se dio cuenta que se había enamorado.

Después de aquello, nació su propio "amor". No era el tipo de alegría que les dio Madre o nacer, era uno muy diferente.

Era un amor cálido e inmenso, como Sol, era un amor atento y profundo, como Luna.

Luna, que nunca había encontrado utilidad a sus tambores que siempre llevaba en la espalda, comenzó a crear melodías para Sol; a Sol le gustaba bailar con todos esos sonidos sobre su roca y para Luna, agradeciéndole por estar a su lado con muchas sonrisas e iluminándole con alegría.

Luna, viendo que cada vez más hermanos suyos aparecían y dejaban retazos sueltos, ideó una forma de poder comunicarse con Sol sin herirse o quemarse.

Luna agarró aquellas rocas que golpeaban su hogar y escribía mensajes en ella para poder comunicarse y luego las lanzaba con delicadeza hacia Sol; su atracción y la lejanía hicieron lo suyo.

Sol recibía cada mensaje en las rocas con regocijo y esperaba anhelante una nueva cada cierto tiempo.

A cambio de su amor y siendo recíproca la atención, Sol tomaba una roca cercana y escribiéndole a su amado la lanzaba lo suficientemente fuerte con ayuda de sus erupciones solares en pequeñas ondas para que saliera de su halo y pudiera llegar a él.

Madre un día apartó la mirada de sus otros hijos y recordando a Sol y Luna, los vio lejos de su regazo. Estaban juntos, sus miradas contenían una mirada añorante y parecían amarse.

Madre al comprender sus sentimientos, decidió ayudarles a permanecer juntos, aunque fuera en un instante de existencia.

Madre tomó a sus dos hijos, alejándoles de su hogar y les dispuso frente suyo.

—Sol, Luna... puedo ver cuánto se aman, hijos míos. Voy a darles un regalo.

Y tal como sus palabras, ella prometió darles un momento en los que podrían estar juntos; sin que temieran a lastimarse mutuamente o preocuparse por el calor o el frio.

Madre llamó a este precioso regalo "Eclipse".

El cuento de Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora