Lᴀ ᴄᴀʀᴛᴀ

73 12 1
                                    

Osamu Dazai, aquel joven de 22 años y pelo castaño con una altura bastante destacada, había sido encontrado muerto, tras haber estado desaparecido unos días. Fue encontrado por su novio Nakahara Chuuya, su cuerpo estaba sobre un gran charco de sangre, y con un orificio de bala en su pecho, justo en el corazón; y en su mano una pistola ya desgastada.

Cuando Chuuya entró por la puerta de su casa no se esperaba encontrar a Dazai, y menos en ese estado. No pudo evitar sentir náuseas, incluso a pesar de que estaba acostumbrado a tratar con cadáveres. Pero con Dazai era diferente, incluso si lo había traicionado dos veces, era la persona que más amaba en el planeta, y verlo en ese estado le rompió el corazón aún más de lo que estaba.

Todo su cuerpo estaba temblando, gruesas lágrimas saladas bajaban por sus mejillas y finalmente caían al suelo. Chuuya, sin poder seguir viendo esa escena se fue corriendo al baño, cerrando la puerta tras él. Apoyó su espalda contra la pared de azulejos, y se deslizó poco a poco por ella hasta estar completamente sentado en el suelo. Abrazó sus rodillas con sus brazos temblorosos y se encogió en sí mismo para seguir llorando, sus sollozos eran débiles, y de por medio soltaba lamentos que le salían con la voz entrecortada 'tendría que haberlo sabido', 'es mi culpa, tendría que haberme dado cuenta', 'si no le hubiera gritado de esa forma él...'

Su llanto duró hasta que sus ojos se secaron y ya no podían salir más lágrimas. Estos estaban completamente rojos e hinchados. Buscó su teléfono en sus bolsillos, y aún temblando marcó un número.

-¿Diga? -le contesto una voz a través del dispositivo.

-Je-jefe, es Osamu, é-él... -no pudo, un nudo en su garganta no le permitió seguir hablando.

-Voy para allá -dijo Mori serio, como si ya supiera lo que estaba ocurriendo.

Colgó la llamada y no se movió durante unos minutos, sus ojos estaban en un punto fijo de la pared, su mente estaba completamente en blanco, como si se hubiera desconectado de la realidad. Como si estuviera esperando a que en algún momento se despertara y esto solo hubiera sido un mal sueño. Pero no era así, esto no era una pesadilla ni ninguna alucinación, esto era la realidad, la cruda realidad.

.
.
.

Los minutos pasaron sintiéndolos eternos. Chuuya seguía allí, todavía en trance.

-Chuuya... -escuchó su nombre siendo pronunciado como un susurro lejano.

-Chuuya -Esta vez el susurro se escuchaba más cerca.

-¡Chuuya! -Ese grito lo sacó por completo del trance en el que se encontraba.

Alguien abrió la puerta bruscamente, y lo vieron, lo vieron débil y vulnerable. Esa forma de él que siempre ocultaba a los demás, y que muy pocas personas habían visto.

La persona que había entrado era Kouyo, alguien con, quien se podía decir, que tenía una especie de confianza.

Un sollozo salió de sus labios, esta vez sin lágrimas, solo aquel sonido lastimero.

La mujer del kimono corrió a su lado y le dio un pequeño abrazo. Después de eso, se separó de él y retiró los mechones de cabello que estaban pegados en su frente por el sudor.

-Hey... ¿estás bien? ¿Necesitas algo? -preguntó preocupada. Sus miradas se conectaron, y vio qué tan lastimado estaba, su mirada estaba vacía, lo único que podía ver en ella era miedo y tristeza.

En ese momento volvió a abrazarlo, tenía que cuidarlo ahora más que nunca. Porque después de haberle enseñado a vivir en la mafia y cómo protegerse aún más de todos los peligros posibles, había resultado dañado, y ella no podía hacer nada para revertirlo. Y tampoco pudo evitarlo.

Lᴀ ᴄᴀʀᴛᴀ | Soukoku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora