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Al llegar al restaurante, Julián se sorprendió. Era un lugar lujoso, de colores fríos, mucho blanco, muchos vidrios.

Enzo lo amaba, lo sabía. Y él lo amaba cada día un poco más.

Estaba realmente enamorado. Enzo era lo único que lo mantenía con vida. Amaba a Enzo, y Enzo a él.

¿Verdad, Enzo?

—Hola, buenas noches.— Saludó Enzo en un tipo de recepción que había en aquel lugar. —Tengo reservada una mesa para dos. A nombre de Enzo, Enzo Fernández.

—Está bien, acompáñenme.— Dijo el empleado para luego dirigirlos a su mesa reservada.

Al llegar a esta, creyó que su mandíbula caería al piso. Era una pequeña mesa para dos, en la esquina y con vista a una hermosa vista.

Si no estuvieran ya casados, creería que Enzo le pediría matrimonio allí mismo.

—Julián— llamó la atención del cordobés —, ¿te podés sentar de una puta vez? ¿Tanto vas a tardar, flaco?

—S-si, perdón Eni.— Respondió avergonzado, sentándose cabizbajo. Enzo tenía razón, podría seguir viendo tal vista por el resto de la cena. —¿Qué vas a pedir?— Preguntó con ese tono de voz tan dulce que empalagaría a cualquiera que lo hubiera escuchado.

Aunque Enzo era demasiado amargo. Ni con mil kilogramos de edulcorante podrían llegar a endulzarlo.

O eso era lo que aparentaba hasta ese momento.

—No sé Julián, recién me senté, ¿tan apurado estás?— Contestó con el ceño fruncido y un tono de voz enojado.

Julián solo se sentó frente a el, mientras lo veía usar el celular y sonreírle a este.

Solo se sentó y lo miró.

Notaba todo lo que hacía y lo que no.

—Mm, yo creo que voy a pedirme unos mariscos. ¿Vos querés? Hay varias opciones de porciones.— Dijo.
La mirada que Enzo le otorgó era oscura y opaca, sin ninguna emoción en esos ojos negros que si te miraban por mucho tiempo podrían llegar a quemar. Solo tenían un pequeño brillo, proveniente de Julián.

Era un rayo de sol en medio del campo una tarde calurosa de verano.

Insoportable. Algo que no era capaz de soportar, pero aún así llegaba a tolerarlo.

—No sé, Julián, no sé. No leí la carta ni siquiera, pará un toque, chabón.

—Eso es porque estás todo el día con el celular hablando con los del trabajo— Río falsamente. Era verdad. Desde que Valentina, la nueva secretaria, había comenzado a trabajar en la empresa de Enzo, el moreno estuvo mucho más distante, pasaba todo el día en el celular. Estaba comenzando a hartarse de esa situación.

—¿Y a vos que mierda te importa lo que yo hago?

—P-erdón, t-tenes r-razón.— Se disculpó demasiado avergonzado. No quería que Enzo le pegue o lo humille en frente de tanta gente. —¿Entonces pedimos los mariscos? Para tomar pensaba en un vino que te guste, hay una gran variedad.— Desvío el tema mientras continuaba analizando las opciones dentro de la carta.

Su esposo era alguien que realmente lo intimidaba. Aunque no era mayor de edad, lo era en cualquier otro aspecto que pudieran preguntarle a Julián. Era mucho más inteligente que el. Sabía cómo torturarlo hasta morir. Era más grande y más sabio.

—¿Vos no sos vegetariano? — Cuestionó Enzo de la nada.

—S-si, b-ueno yo ya te había contado que la doctora me sugirió dejar la dieta, no entendí muy bien para que. —Explicó, tratando de ignorar el detalle de que seguramente no lo había escuchado por prestarle atención a su celular. —Supongo que quedé con todo mi sistema mal después de mi TCA y depresión.

AT THE RESTAURANT ━━ e.fernandez ; j.alvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora