Reino Olvidado: Tragedia y Renacimiento

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El retumbar de la guerra resonaba en el aire, liberando un torrente de caos y furia. Jūn Xiān, con el peso de las vidas perdidas sobre sus hombros, se alzó frente a los regentes de la Corte Tianguang, su mirada decidida y su espíritu inflexible. Cada respiro parecía contener siglos de conflictos no resueltos, y en la penumbra de aquel consejo solemne, su presencia era un faro entre la tempestad. Entre la multitud de figuras solemnes y sombras al acecho, el padre de Méi Biǎn lo observaba en silencio, sus ojos oscuros revelando la memoria de antiguas batallas y sacrificios que jamás serían olvidados.

En un instante, el héroe desveló el criptograma que había tejido a lo largo de su vida, un código ancestral que prometía desviar la ira del destino. La luz de su espíritu vibró mientras el mundo giraba en torno a él, una danza de vida y muerte entrelazadas. "Debemos alejarnos", susurró con una voz llena de resolución, "esto es más grande que nosotros".

Méi Biǎn, impulsada por el amor y el deseo de luchar a su lado, insistió en que también participaría. Su padre, preocupado, le advirtió sobre el peligro, pero la joven, con la determinación de un roble en plena tormenta, se preparó para unirse a la batalla. Así, con el fuego de su herencia brillando en sus corazones, se unieron a los guerreros, enfrentando al emperador demoníaco en una lucha que trascendía el tiempo y el espacio, como si la historia misma estuviese entrelazada con sus destinos.

La batalla se extendió a lo largo de milenios, un viaje épico donde la esperanza se alzaba y caía, como las olas besando la orilla. Pero en medio del fragor del combate, el destino se tornó oscuro. Un eco sibilante rasgó el aire y, como un susurro de muerte, un cuchillo traicionero surcó la bruma de la batalla. Con un movimiento cruel y furtivo, la hoja se hundió en el costado de Méi Biǎn, quien se detuvo en seco, los ojos desorbitados, el aliento entrecortado.

La escena se congeló, el tiempo se detuvo. Jūn Xiān, al percatarse, giró con horror. "¡Méi Biǎn!" gritó, su voz desgarrada resonando como un tambor en la tormenta.

Con un hilo de vida deslizándose entre sus dedos, ella sonrió con tristeza, el brillo de sus ojos disminuyendo. "No llores por mí, amado mío. En este instante, somos eternos... un amor que desafía incluso a la muerte."

Su esencia brilló como un faro en la oscuridad, pero la sombra del destino se cernía sobre ellos. Jūn Xiān se arrodilló a su lado, el alma desgarrada, sus manos temblorosas aferrando la herida que la devoraba. "Te salvaré. No puedes dejarme, no así, no ahora," suplicó, mientras lágrimas caían como perlas de un collar roto.

Méi Biǎn, en su último aliento, pronunció palabras que se deslizaban como susurros entre las hojas. "El amor nunca muere, Jūn Xiān. En cada ciclo, en cada estrella, siempre estaré contigo. Recuerda nuestro fuego."

Y así, con el susurro de su voz fundiéndose con el viento, ella se desvaneció, dejando solo un eco de su luz en el corazón de Jūn Xiān. La batalla continuaba a su alrededor, pero el mundo se había reducido a una desoladora soledad.

Al final, cuando las fuerzas se agotaron, un último resplandor de poder emergió de sus corazones entrelazados. Juntos, invocaron un ataque cósmico, un destello de energía que resonó en el tejido mismo del universo, una danza de estrellas que estalló en luz y sombra. Con dagas en mano, crearon una espada forjada por la unión de sus esencias, y con un grito que desató el eco de su amor, Jūn Xiān se lanzó contra el enemigo.

El golpe fue devastador. El emperador demoníaco, herido de muerte, lanzó su última maldición: "Cada milenio, perderás a quien más amas, en un ciclo eterno de desolación." La maldición se adhirió a Jūn Xiān como un manto de sombras, una marca que resonaría a través de sus reencarnaciones.

Al terminar su ataque, el héroe se convirtió en polvo estelar, y en ese instante, la esencia de Méi Biǎn, ardiendo por su sacrificio, se unió a él en un abrazo final. A través de su amor, le transmitió un último mensaje a su padre, un destello de luz y amor que iluminó la oscuridad de la desesperación.

La escena era de una belleza dolorosa. El padre, al acercarse al lugar donde el amor y el sacrificio habían estallado, vio solo un destello de luz y el eco de un amor perdido. La esencia de su hija flotaba en el aire, un susurro que prometía regresar en formas insospechadas.

En el crepúsculo del ocaso, donde los ecos de una batalla antigua susurraban entre las sombras, un grifo de rostro de búho, con plumas verde olivo doradas, se posó con gracia en las ramas del sagrado Sakura. Este árbol, emblema de un paraíso perdido, brillaba con la luz de mil recuerdos, su fragancia a esperanza y renacimiento. En la quietud de la noche, la majestuosa criatura alzó su cabeza, los ojos resplandecientes como estrellas en la vastedad del cosmos, observando el polvo estelar que alguna vez fue su guardián.

El grifo, símbolo de la constelación noctua, extendió sus alas en un gesto solemne, un homenaje a la memoria de dos héroes. Aunque sus cuerpos se desvanecieron en el tiempo, su amor trascendía el velo de la muerte. Las plumas doradas relucían en el viento, susurrando secretos del pasado, entrelazando destinos que la eternidad había sellado con dolor y sacrificio.

Y así, en cada milenio, cuando las estrellas alineaban sus caminos, el grifo regresaría al mundo mortal, recordando a aquellos que amaron y perdieron, un eterno guardián del legado de un amor que desafió las leyes del universo.

Melodía EstelarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora