Coronación

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Camelot, Antigua Inglaterra. 11 de agosto de 3119

Blackjack contempló en el espejo su cuerpo envuelto en el traje de Luna y comprobó que lo tenía bien puesto, dándole la elegante apariencia de una auténtica reina de Ecuestria; lo cual no sirvió de nada para aplacar sus nervios. Dentro de no más de veinte minutos, sería la coronación: Sunny Starscout, también conocida como la Redentora de Meridian, hija de Argyle Starshine y Elisabet Sobeck, recibiría la corona que marcaría el comienzo de su gobierno como la única reina de Ecuestria, y el comienzo de la jubilación de las dos yeguas alicornio que antaño fueron conocidas como la Portadora de Luz y la Protectora. Una ceremonia como esa exigía la más alta formalidad de todos los asistentes, y especialmente de Littlepip y ella misma, como le recordaba la corona que llevaba puesta en la cabeza, la corona que una vez perteneció a la reina Luna. No podía cometer ningún error.

Pero había otra cosa que la molestaba, mucho más que la posibilidad de, por ejemplo, tropezarse y caer de cara o estornudar violentamente en mitad de la ceremonia. Un pensamiento que había rondado su cabeza con frecuencia siglos atrás, cuando las palabras del Legado estaban frescas en su mente. Un pensamiento que con el tiempo acabó apartando a un rincón alejado de su mente, como tan bien se le daba hacer, pero que ahora había resurgido, encontrándose como estaba ante el inicio de algo que hasta hoy solo había conocido por historias y libros: una edad dorada, una edad pacífica. La edad que debió haber comenzado hacía ya más de mil años, cuando Twilight Sparkle se convirtió en la Portadora de Magia, si el curso de los acontecimientos hubiera seguido la dirección correcta.

Alguien tocó a la puerta. Blackjack suspiró. Tendría que tragarse sus preocupaciones y mantener la compostura, al fin y al cabo ella seguía siendo la reina. Después tendría tiempo para sumirse en sus pensamientos.

—Adelante.

Entró una yegua thestral, vestida como una de sus sirvientas, y le dijo a Blackjack con una voz tímida:

—Mi reina, se acerca la hora. La Guardia Lunar te espera en la plaza. Preguntan por ti.

—Solo estaba ajustándome el traje. Iré ahora mismo —dijo, viéndose en el espejo otra vez por si encontraba algún desperfecto.

—¿Necesitas ayuda?

—No, ya he terminado ­—insistió Blackjack. Sus sirvientes ya se le habían ofrecido a ayudarla a ponerse el traje, pero ella había insistido en ponérselo por sí misma—. Dile a los conductores del carruaje que no me esperen; iré volando yo sola.

—¿Estás segura? Las reinas de Ecuestria siempre viajaban en carruaje, y acompañados por su guardia personal. La gente espera verlo.

—¡Ya he dicho que no soy la reina Luna! —replicó Blackjack, más hoscamente de lo que pretendía, ahora mirándola a los ojos.

—Oh, por supuesto. Perdón, mi reina. Me iré a avisar a los conductores —dijo y se fue de la habitación, cabizbaja.

Blackjack suspiró otra vez. Debería haber sido más amable con ella. Los mortales seguían dirigiéndose a ella como «reina Luna». Incluso sus guardias, a quienes había pedido en varias ocasiones que la llamaran «reina Blackjack» o simplemente «Blackjack», solían descuidarse y tratarla como a la difunta diosa de la noche. Tal vez, pensó, creían que un protocolo implícito exigía ese tratamiento, dado que Blackjack llevaba la corona de Luna, o tal vez creían consciente o inconscientemente que ella era la reencarnación de la propia Luna, como esta lo fue de Nyx, y Celestia de Hemera; a veces ella misma se preguntaba si en efecto lo era. Con el tiempo, Blackjack había acabado rindiéndose y permitiendo que todos la llamaran como más les placiera. Pero esta noche simplemente no estaba de humor.

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