El buzo de osito

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Agustín estaba paseando por Avenida Santa Fe, comprando ropa para un próximo viaje que iba a hacer con su familia cuando, en una vidriera, pudo ver un buzo de un tono marrón claro con un estampado de un oso muy tierno, pero que tenía la cabeza separada del cuerpo.

La imagen que se le vino inmediatamente a la cabeza fue su novio, Valentín, con aquel buzo puesto. Era una imagen muy tierna, que le daba una sensación de calidez en su cuerpo, más cuando se imaginaba siendo abrazado por su pareja. Así que, con ese pensamiento en mente, entró a la tienda y lo compró, sin dudarlo.

Tuvo el buzo guardado por semanas en su departamento, sin encontrar la ocasión perfecta para dárselo al pelirrojo.  Así que no tuvo otra que esperar a que su aniversario, el 21 de septiembre, sí, el día de la primavera, cumplían dos años de noviazgo.

Es que sí, ambos se conocían desde los 14 años, pero siempre sus sentimientos quedaron resguardados, sin ser dichos en voz alta, pero siempre expresados a través de pequeños gestos, imperceptibles hasta para ellos mismos.

Cuando perdieron la oportunidad de poder competir en el mundial sub 17, debido a la pandemia, en una charla de esas tantas madrugadas encerrados, ambos tuvieron un momento de sinceridad absoluta, y se confesaron mutuamente que se gustaban.

— ¡Dale! Decime, no te hagas el misterioso — le dijo Valentín, insistente.

— Me gustas — dijo con rapidez, Agustín, porque si se tomaba el tiempo de pensarlo no lo decía.

Valentin se quedó totalmente en silencio, en un intento de procesar las honestas palabras del mayor. A su vez, sintió como sus mejillas se coloreaban del color de su cabello.

— Y vos a mí — admitió en susurro muy bajito, casi imperceptible para el ojiverde.

Pero sí escuchó, y con una inmensa sonrisa en su rostro se lo hizo notar al pelirrojo.

Al principio solo salían, casi como salidas de amigos, pero Agustín siempre más mandado y emocional, poco a poco fue buscando más; primero fueron pequeños besos robados, agarrar su mano cuando estaban solos, apretar su muslo cuando estaban en el auto.

Hasta que esos mismos gestos nacieron del propio Valentín.

Y para sorpresa de Agustín, fue el mismo Valentín quien le terminó preguntando un 21 de septiembre cuando fueron a pasar el fin de semana al delta del Tigre, si quería ser su novio.

El castaño lo recordaba como ayer, los dos abrazados al calor de una pequeña fogata, los ojos brillantes mirándolo mientras hacía la pregunta, poniéndose inmediatamente colorado al pronunciar la última palabra, escondiendo la cabeza en su pecho.

Agustín, sin decir nada en sí, lo besó en un intento de transmitir todo lo que sentía en ese pequeño acto, Pero claramente el pelirrojo le exigió una respuesta con palabras mientras hacía un puchero con su boca.

Agustín le dio otro corto beso, y entre risas, le respondió que obvio, si él estaba ya planeando cómo pedírselo.

Ya habían pasado dos años de ese día, y pesar de los problemas que podían tener de típicas parejas, como desacuerdos, celos, días donde no se soportaban.

Un gran abrazo de oso solucionaba todo, solía decir su hermano menor, Nicolás.

Así que, ese día, cuando Valentín fue a cenar a su departamento, le entregó el buzo.

Al principio noto cierta expresión de desagrado por parte del pelirrojo. Conociéndolo sabía que se debía a las burlas que podría llegar a recibir de sus compañeros de equipo.

Igualmente, con que lo usara, al menos cuando estaba con él, Agustín era feliz.

Pero, para su sorpresa, mientras miraba tiktok en un rato libre durante el entrenamiento, se encontró con un video de Valentín donde llevaba el buzo.

Sabía que ese día el menor tenía que ir a buscar su auto al taller porque se lo había contado irritado, pero verlo con ese buzo lo puso muy contento.

Cuando volvió a entrenar, varios de sus compañeros le llamaron la atención por la inmensa sonrisa que tenía plasmada en su rostro.

A lo que Agustín, con una sutil risa, solo respondía "es que soy un hombre muy enamorado"

***

Valentin había atrasado por semanas el usar el buzo de osito. Lo tenía guardado en su armario, y cada vez que abría la puerta de este lo veía ahí. Siempre decía “mañana”, pero esquivaba la ocasión.

Cuando tuvo que ir de urgencia a llevar su auto al taller, el frío engañoso de octubre lo tomó desprevenido, y sin tomar conciencia del estampado del buzo, lo había agarrado por su color.

Lo que no esperaba es que el dueño del taller le pidiera hacer un pequeño video para las redes, al que no se pudo negar. Fue así cuando se miró a través de un espejo del lugar, que se dio cuenta de que llevaba justo ese buzo.

Por un minuto pensó en sacárselo, pero no sabía cuánto tiempo iba a tomar el video, y su cuerpo era muy sensible al frío. Entonces, seguramente no iba a aguantar mucho tiempo estando solo vestido con la camiseta que traía debajo.

Miró de nuevo el estampado del buzo, era bastante tierno hasta que notabas que la cabeza del oso estaba separada del cuerpo, pero era linda. Además, recordaba la carita de felicidad de su novio al entregársela.

“Seguro Agustín va a sonreír si ve el video” pensó, y le pareció motivo suficiente para dejárselo puesto. Después de todo, Valentín solo era un chico feliz de ver sonreír al chico que amaba.

Con una expresión amable en su rostro respondió las preguntas, hasta lograron sacarle una risa. Fue un momento entretenido. Después subió la historia que había prometido en Instagram y finalmente pudo ir rumbo hacia su departamento.

Al llegar, se encontró con Agustín quien estaba tomando un té mientras pasapalabra en la televisión del living.

— Amor, llegué — gritó mientras cerraba la puerta. Al darse vuelta se encontró con la mirada  de su novio. Entre el verde de sus ojos brillaban pequeñas lucecitas blancas demostrando lo feliz que se sentía el mayor.

— Te lo pusiste — comentó con una sonrisa tan inmensa que Valentín podía notar sus tiernos colmillos.

El pelirrojo se acercó con lentitud hacia él, y se acomodó sobre su regazo, apoyó su cabeza entre el cuello y el hombro de Agustín para aspirar su perfume. La paz que le hacía sentir el mayor no tenía comparación alguna.

— Vos me lo regalaste, obvio que tenía que usarlo — dijo con timidez aún con su cabeza escondida.

— Te amo — Agustín apoyó una mano en la mejilla de Valentín para sacarlo del escondite y poder verse cara a cara — No te das una idea de cuanto te amo.

Y sin esperar respuesta junto sus labios con los de Valentíin en un beso suave, donde quería transmitir cada sensación que sentía, donde se notara lo feliz que era con un gesto tan pequeño.

Porque al final del día solo eran dos jóvenes enamorados.


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