Un dia en Coronda

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Si a Valentín le decían hace un año que iba a dedicar su único fin de semana de descanso en ir a pescar, honestamente, se hubiera reído.

Pero detrás de su postura fría y poco malhumorada, era totalmente débil a la sonrisa de su novio.

Así que cuando este le contó muy feliz que sus descansos coordinaban, así que podían viajar a Santa Fe juntos y hacer esos planes que tenían pendientes, con una sonrisa brillante, no pudo negarse.

Por eso, ahora se encontraba con la cabeza apoyada en la ventana del auto mirando,a través de la ventana, el paisaje que le  iba dejando la ruta N°9 mientras iban en viaje.

—Che, ¿y los mates? — preguntó Agustín sacándolo de sus pensamientos mientras le apoyaba su mano libre en la pierna.

Valentín se acomodó derecho en el asiento, agarró el termo y lo movió para darle a entender a su novio que estaba vacío, ya que no se escuchaba el ruido del agua.

—¿No hay ninguna estación cerca? — le preguntó, y el castaño se quedó pensativo.

— Creo que en unos 15 minutos deberíamos pasar por una — le respondió.

Dicho y hecho, Agustín había acertado y unos pocos kilómetros antes de que cruzaran la frontera entre Buenos Aires y Santa Fe, había una estación de servicio, así que, el colo aprovechó para bajar a cargar el termo y también comprarse unas galletitas. Siempre manteniendo un perfil bajo ya que no quería ser reconocido.

Volvió hasta el auto que Agustin había estacionado en un costado después de cargar nafta.

—¿Qué compraste? — preguntó apoyado en un costado del auto cuando se acercó.

— Unas pitusas — le respondió mientras sentía que su novio apoyaba una mano en su cintura — Agustín.

— ¿Qué? — pregunto el mayoy haciendose el tonto.

— Estamos en público.

Agustín lo miró con una sonrisa, que distrajo momentáneamente al Colo, y ese segundo el mayor aprovechó para robarle un beso.

— Sigamos — dijo el ojiverde después de haber conseguido su objetivo.

Valentín iba a quejarse pero sabía que era al pedo, así que solo miró hacia sus costados para ver si alguien estaba cerca y para su tranquilidad, esa estación se encontraba prácticamente desierta.

***

El sol pegaba fuerte ese día sobre Coronda, pero nada iba a impedir los planes de pesca de la pareja.

— Sabés que todavía no entiendo el plan— dijo el colo mientras se acomodaba en un rincon del barco.

—¿A qué te referís? — preguntó Agustín mirando atentamente a su novio.

— Tipo, yo me siento acá y miro mientras intentas agarrar algo, y eso por horas, ¿no?

—Te dije que te puedo enseñar.

— No no, creo que ya me gustó el plan de mirar  — dijo al ver como su novio se quitaba la camiseta.

Agustín se rió, al darse cuenta del motivo de la aceptación de su novio e iba a decirle algo, pero prefirió seguir preparando la caña y la carnada.

Valentín aprovechó para sacar un libro que tenía pendiente hace un tiempo y lo empezó a leer mientras pispeaba lo que iba haciendo su novio.

Y además, aprovechaba para deleitarse la mirada con la imagen de su novio iluminado por el sol mientras estaba en cuero.

“Gracias destino por darme un novio tan lindo” pensó.

Agustín cada tanto le dedicaba una mirada a su novio, que en ese momento se veía un poco tierno, aunque jamás lo diría en voz alta.

Antes de salir camino al puerto, la abuela de Agustín, al ver la extremadamente blanca piel de Valentín, le había regalado un sombrero pesquero de esos que tienen colgados adornos de pececitos.

— Chiquito, te vas a quemar todo, tomá este sombrero, te va quedar bien — dijo la abuela del ojiverde.

En primer momento, Valentín se había negado absolutamente a colocárselo, pero la sonrisa amable de la señora lo había convencido.

Además, siempre le molestaba que su rostro quedara todo enrojecido después de un día de sol, y el sombrero lo iba ayudar a prevenir eso.

Mientras caminaban, Agustín resistió reirse, igual, el pelirrojo notó sus intenciones, así que antes de que hablara, le dijo:

— Decís una mínima cosa y te juro que no me tocás en todo el fin de semana.

Al recordar eso Agustín volvió a reírse, a veces Valentín le podía salir con cada cosa.

Ahora mientras se dedicaba al proceso de la pesca, que nunca tenía un tiempo definido, a veces era lento, a veces rápido, miraba de reojo a su pareja.

Él era conocedor del hobby del leonino por la lectura, aunque no era habitual de su rutina, ya que los tiempos casi nunca se lo permitían. Pero, más de una vez Agustín había llegado al departamento que compartían para encontrarse con Valentín leyendo en el sillón.

El pelirrojo siempre lo había querido sumar a la actividad.

Y al recordarlo, se le ocurrió una idea.

—Amor– lo llamó y el nombrado lo miró — ¿estás muy avanzado en ese libro?

— Eh, no, ¿por qué?

— ¿Te gustaría leerlo en voz alta para mí?

La pregunta dejó sorprendido a Valentin, ya que, habitualmente el castaño se hacía el boludo cuando le proponía de leer juntos.

—Puede ser engorroso con mi voz.

— A mí me gusta el sonido de tu voz.

El pelirrojo se sonrojó ante la respuesta de su novio, pero procedió a ignorarlo mientras buscaba la página de inicio de la historia.

—Bueno, empiezo — dijo con una sutil sonrisa mientras Agustín asentía — "tengo esta idea incrustada con fuerza en la cabeza: hay que nacer hermoso para soñar cosas hermosas. Dios no escribió 'hermoso' en mi corazón.  Así que me tocan sueños feos. Sueños feos para los chicos malos. Supongo que eso es lo que me corresponde.  No hay nada que pueda hacer al respecto."

Agustín escuchaba la voz de su pareja, mientras tenía la mirada en el horizonte,  sostenía con fuerza la caña y sentía un sutil viento rozar sus mejillas.

Se sentía en un momento de absoluta tranquilidad, donde no importaba si lograba o no pescar algo, lo que le importaba era estar compartiéndolo con Valentín.

Pero parece que la suerte lo quería hacer quedar bien frente a su novio, porque sintió como algo tiraba la caña desde el río.

Agustín puso toda su atención en eso, al punto que Valentín notó que algo pasaba, fueron unos 5 minutos más o menos donde el mayor renegó con el pez hasta que finalmente pudo sacarlo del agua y colocarlo en el balde a su costado.

Valentín quedó impresionado, no por el pez en sí sino que, con todo el movimiento que había hecho Agustín, se le habían marcado varios músculos. Se había visto muy atractivo.

Así que mientras el mayor sonreía y se reía muy contento, el pelirrojo se acercó a él tomándolo por sorpresa, y le robó un beso.

El castaño no comprendía el repentino beso de su novio pero apenas lo notó, lo correspondió apoyando una de sus manos en la cintura del menor.

En ese momento, el atardecer enmarcaba la escena con ellos dos felices, besándose, con una pesca bien hecha.

¿Qué más se podría desear, no?




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