Capítulo 2: El nacer de nuevos recuerdos

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Livorno, Italia (Noviembre 1910)

Mientras la lluvia caía sobre la ciudad de Livorno, mi vida daba sus primeros pasos, era mi nuevo amanecer; a pesar de los presagios que mi destino portaba, no dejé que esto cambiara mi opinión sobre el futuro. Según las enfermeras era un bebé bello y con una dulce sonrisa. Mi nacimiento aquel día de otoño, sin saberlo, sería el inicio que marcaría el comienzo de mi última vida y que desde ese momento, jamás volvería a ser el mismo de antes.

Cada minuto en mi infancia era especial, recordé almas que había conocido en otras vidas y que  gracias a mi trato con el dios del recuerdo, pude reconocerlas inmediatamente. Era una emoción que con palabras no puedo explicar, era como conocerlas sin haberlo hecho antes, pero a la vez, era como volver a encontrarse con un viejo amigo y por supuesto también conocí nuevas almas que me brindaron nuevos recuerdos, una experiencia única y especial en la vida del recuerdo. Aunque siendo un niño tan pequeño no comprendía su significado, sentía como esos recuerdos se abrían paso al interior de mi alma, lo que me hacía sentir una gratitud inmensa hacia las personas que me habían hecho feliz en vidas pasadas y lo demostraba a través de un suave resplandor que era la propia sonrisa de aquel pequeño niño que algún día sería un hombre.

A medida que crecía, iba entendiendo el verdadero sentido de las memorias. Aunque algunas veces eran una gran bendición, otras me atormentaban por las noches lo que me hacía sentir inquieto. Cada vez la idea de la muerte y la finitud de la vida se convertían en un miedo constante en mi mente. No me gustaba encariñarme demasiado con aquellos que eran parte de no solo esta vida, sino de todas las anteriores; ya que sabía que las despedidas de ahora en adelante serían para siempre.

Me convertí en un joven maduro, la gente me consideraba apuesto, respetable y educado, aunque algo frío con las mujeres. Sin embargo, a pesar de todo, era un caballero y respetaba a las damas, pero no quería confundirlas sobre sus sentimientos hacia mí y yo tampoco quería confundirme a mí mismo.  

A mis 21 años, mi vida comenzó a cambiar por completo. Me mudé a Ponsacco una de las provincias de Toscana, cerca de Livorno. Ahí por primera vez en esta vida, volví a encontrar a Leandro Verona, mi gran y viejo amigo; nunca creí poder volver a verlo, pero por fin el destino había decidido unirnos de nuevo. La ciudad, la universidad y los amigos le daban un toque de frescura a los antiguos recuerdos, que me hacían sentir realmente vivo. 

Con el paso del tiempo Leandro y yo nos convertimos en los amigos que solíamos ser en nuestras vidas pasadas, con el mismo nivel de confianza y cercanía. Sabía que si le hablaba sobre mi trato con el dios del recuerdo, estaría violando las reglas, pero sentía que contarle la verdad sobre mi alma era importante ¿Sería más fácil para mí encontrar a la persona que realmente necesitaba y que había estado buscando durante ese tiempo? ¿Estaría condenando mi alma a la perdición eterna? Pero sobre todo... ¿Me creería? O, ¿me tomaría por loco? Tenía miedo de lo que podría pasar si le contara; así que decidí esperar más tiempo y tomar la decisión de hacerlo o no.

Tenía que mantener un perfil bajo y evitar decir algo que pudiese arruinarlo todo. Sabía demasiado, más de lo que debía sobre el mundo de los espíritus. Los nuevos recuerdos eran algo realmente preciado para mí, era conocer una versión distinta de lo que yo fui tiempo atrás. Entendía porque los dioses se quedaban con unos cuantos recuerdos de  las almas cuando  mueren;  algunos de ellos serían difíciles de llevar hasta la eternidad, pero otros significaban el verdadero latir de la existencia humana. Afortunadamente, mis nuevas memorias serían sólo para mí, propias de mi última vida y se quedarían conmigo, junto a mi espíritu, junto a mi recuerdo.




El espíritu del recuerdo: Hacia el descubrimiento de la verdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora