Capítulo VI Carne fresca para la temporada

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Era una bonita mañana, el cielo se presentaba despejado y el clima estaba agradable. Debía hacer mucha ilusión a Penélope el salir a disfrutar de ese raro presente que le daba la naturaleza a la casi siempre lluviosa y húmeda capital.

Sin embargo, allí estaba, atrapada con su madre y hermana en los pedios de la modista. Lo único bueno de esta visita es que ya no tendría que salir furtivamente para entregarle la columna a Madame Delacroix , la dueña de la tienda, que era su conexión con la imprenta desde que La Reina se había encarnizado en su búsqueda.

Era un mecanismo ingenioso el que llegaran cocidas al falso de alguna prenda enviada para la esposa e hijas del editor, que se veían favorecidas de enaguas y capas en abundancia. Esta pequeña pérdida se compensaba por la asombrosa popularidad que le daban los escritos a su negocio, siempre lleno de señoritas que querían ser vestidas por la favorita de Lady Whistledown.

En su paseo por el parque había recogido suficiente información para escribir una buena hoja y ahora solo esperaba que su madre dejara de importunar para poder entregarla discretamente.

- Pues sí Madame necesitaremos unos cuantos vestidos de fiesta para esta temporada. He oído que Lord Debling está en busca de esposa y mi Prudence debe resaltar del resto de señoritas.

-Sería difícil que no lo hiciera con esas telas que has elegido mamá.

Definitivamente ese era el naranja más chillón que había visto en su vida.

- No hagas que me arrepienta de la libertad que te dí para que eligieras tus conjuntos - le contestó cortante Portia -aún no sé qué le ves a esos colores tan pálidos y tristes que escogiste en Kent. Pensé que solo los usarías en casa y por eso te permití encargarlos.

- Queda el asunto del pago- interrumpió Madame- comprenderá que esta vez no puedo otorgarle más crédito Lady Featherington.

- No se preocupe, lo recibirá en cuanto nos entregue estos vestidos. Cuatro para Prudence y para tí Penélope...

- Solo uno Madre y ya tengo la tela perfecta para él. Creo haberla visto en la trastienda la última vez que estuve aquí pero no sé si aún la conservará- dijo volviéndose hacia la modista y haciéndole un rápido guiño.

Con su fingido acento francés, tan conveniente para dar realce al negocio,esta le pidió que la acompañara al interior. Una vez solas, Penélope le entregó el panfleto mientras le contaba de su estancia en el campo.

- Lamento no haber encargado los vestidos con usted pero si espero demasiado pierdo mi oportunidad y no quería que nadie me viera nunca más en esos horribles tonos de amarillo y naranja. No se ofenda, el diseño es sublime pero no me favorecen los colores y usted lo sabe.

La modista no pudo evitar sonreír

- Mi querida señorita si de mí dependiera ya hace mucho tiempo que la hubiese hecho brillar pero sabe lo obstinada que su madre llega a ser. Nunca acepta recomendaciones, se guía por su exclusivo criterio, aunque esté equivocado.

Eso lo sabía muy bien Penélope, llevaba casi veinte años sufriendo el hermético carácter de su madre. La quería y sabía que a su manera se preocupaba por ella y por su futuro. Sólo por eso aceptaba con relativa sumisión sus estrafalarias ideas pero a veces resultaba imposible poder mantener una conversación civilizada. A tono con sus pensamientos Madame Delacroix prosiguió

- Si la desafiaba era capaz de arruinarme solo con el poder de su lengua.

- Sé bien el peso de las palabras...por eso Lady Whistledown solo las usa para intentar hacer el bien y escarmentar a los que necesitan lecciones de humildad. Sin embargo he pagado un precio muy alto tratando de hacer lo que creo que es correcto...a fin de cuentas quién soy yo para decidir eso?- dijo con pesar

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