Inmersión

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Habían sido dos días agitados, mis pensamientos variaron de la preocupación a la alegría, de la tristeza a la tranquilidad. Jornadas extrañas, llenas de revelaciones y sorpresas, que aún no terminaban. Imaginé que los próximos días iban a ser muy interesantes. Un ciclo en el cual debería establecer un máximo de contacto y conocimiento de Loreta. Un lapso de tiempo para indagar en mis propios sentimientos de adicción a la soledad, para intentar descifrar la posible señal que me ayude a acabar con la inmolación y su morboso concurso.

Para Loreta este significaba su primer paseo por la ciudad, la primera oportunidad de conocer el sitio donde se encontraba. Aunque se veía tranquila seguía con esa imagen triste. Su silencio, su mirada taciturna. Quizá era el enmudecimiento lo que enlutaba su alma bajo mis ojos. Para ella también habían sido días agitados, días donde naufragó y había perdido a los amigos que venían con ella. Supongo que de alguna forma ella se sorprendió en ser la única sobreviviente. Alguien pudiera haberse sacrificado para salvar su vida y eso (talvez) era lo que más le acongojaba.

Tiempo habría luego para más conjeturas, así que apresuré el paso del caballo, dejando atrás esos pensamientos, junto a aquellas curiosas gentes. Loreta se asustó un poco por el medio galopar de nuestro transporte, pero casi enseguida se sumió en sus pesares. Yo diría que fue producto de un acto reflejo y no uno voluntario.

Pronto llegamos a mi casa. Jani y mamá Selva nos esperaban en la puerta. Sin perder mucho tiempo en protocolos inútiles (en parte debido al impedimento idiomático), mi hermana y mi madre me ayudaron a recibir a Loreta. Hicieron algunos comentarios entre sí, que no alcancé a escuchar y Jani se colocó justo al lado de la extranjera, comparando su estatura con la de ella. De nuevo reparaba en detalles que no había percibido antes, su altura era un poco mayor de lo normal. Aunque eso talvez no era muy relevante (en Auyani hay chicas más altas) no dejaba de ser interesante.

—Le voy a prestar uno de mis vestidos; bueno, si es que le quedan —manifestó Jani—. Una chica tan linda no puede andar por allí con una bata tan fea.

Condujo a Loreta hacia el armario de su habitación, mientras me exhortaba con la mirada para que saliera de la misma.

—Esto es cosa de mujeres. ¿Verdad, Loreta? —comentó divertida mi hermana, tratando de ser cordial.

—¡Roben! —exclamó Loreta al ver los vestidos.

Se miró y se tocó la bata con displicencia. Luego vio su imagen en el espejo, observando su estropeada figura en el mismo. Jani me sacó del cuarto a empujones. Sin querer retrasé mi salida y una vez más me había hipnotizado yo solo.

—Esto es cosa de mujeres —repitió sonriente—. Los hombres deben estar afuera.

Fue una noche especial. Cenamos temprano. Con dos hechos relevantes. Por un lado, teníamos a una invitada muy peculiar; una extranjera, de la cual no sabíamos casi nada y que ella no conocía nada de nosotros. Perfectos extraños enfrentándose en una tertulia taciturna, tres conocidos de toda la vida y una desconocida de ahora. Talvez deseábamos hablar, pero ninguno sabía que tema tratar. El otro hecho era la ocupación del puesto habitual de papá Kai. Desde su muerte, hacía ya dos años, nadie se había sentado en su lugar favorito. La nueva ocupante era toda una antítesis de mi padre. Yo sabía que esa era una de las razones para tanto silencio en la comida.

—Se ve muy bonita con ese vestido —comentó mamá, refiriéndose a Loreta.

Creo que se dio cuenta de lo contraproducente del mutismo y decidió romperlo.

—¿Qué esperabas? Fue hecho con tus propias manos —señaló Jani.

—Pues sí, se ve muy bonita —afirmé, tomando un pan—. ¿Quieres pan? ¿Loreta?

Las Islas del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora