Capítulo 2. EL DESCUBRIMIENTO

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Abrí la puerta cuidadosamente intentando evitar el ruido alarmista que provocaba, aunque... sin tener demasiado éxito. Me cercioré de que nadie me hubiera escuchado, mirando el pasillo de lado a lado. Más tranquila, entré, y allá estaba la habitación de Gael, «el señor de la casa». Se hallaba toda enmoquetada de color granate, envuelta en un papel diplomático con rayas negras y grises; los muebles eran muy señoriales y su cama era resaltada por un grandioso cabecero acolchado de terciopelo color carmín. En la pared de enfrente colgaba un pintoresco cuadro rectangular muy alargado, que ilustraba un día tradicional de cacería inglesa, en el que aparecían hombres vestidos con sus habituales trajes de batida mientras galopaban persiguiendo a sus instruidos e implacables setters. Y recordé de pronto que un tío abuelo por parte de madre —creo que se llamaba... Arthur Lennon— había sido terrateniente y miembro del ejército inglés y, por lo que había escuchado, le entusiasmaba ir de caza. Me fijé en los jinetes y, por el parentesco, el que encabezaba la caballería se llevaba todos los puntos. Pero según el chisme, mi abuela no soportaba ni siquiera escuchar hablar de él porque había manchado el casto linaje irlandés con indigna sangre inglesa. Así que no entendía cómo «su esposo» osaba en lucir aquel cuadro en la pared de su habitación. Seguramente lo colgaría después de perecer ella; Dudo que quisiera enfrentarse a la señorísima por aquella Sandez.

En su mesita de noche, relucía la foto de la patrona; destacaba en el limitado marco de plata su bello y vanidoso rostro en forma de diamante, con su terso cutis, logrado a base de cuidados intensivos diarios; salía guapísima. Me fijé en su nariz, chata y redonda; todo el mundo me aseguraba que había tenido la suerte de heredarla y, por lo visto, estaban en lo cierto.

Empecé a curiosear por los cajones sin ver nada que me llamara la atención: pastillas, lentes, tarjetas de comerciantes, pañuelos, caramelos de regaliz... y un libro de bolsillo, El camino hacia la felicidad. Este guardaba un pie de página en la ochenta y seis; era una pequeña estampita de san Patricio. «Una lectura muy emotiva para ser suya; la de sorpresas que te encuentras en las intimidades ajenas...», medité sorprendida. Debía tener especial cuidado en ponerlo todo en su sitio, dado que don Gael presentaba un trastorno obsesivo compulsivo del orden.

Seguí buscando en el armario, en el escritorio e incluso en el baño que incluía su habitación, pero nada. «Contra fortuna no vale arte ninguna», me dije. Decepcionada, me senté encima de su cama, pero entonces... escuché un ruido: alguien se acercaba. Enseguida me metí debajo de la cama cuando aquella alarmante puerta se movió y entraron los que parecían ser... los pies de Muriel. Abrió el armario, supongo que para reponer sus mudas limpias. Yo aguantaba la respiración con el pecho encogido, mientras que Muriel se dirigió finalmente a la salida, y se marchó. Respiré profundamente, lo que alivió mi karma.

En un parpadeo, mis ojos detectaron una figura peculiar escondida tras las patas de la cama, en dirección al cabecero. Mi cuerpo escuálido me permitió arrastrarme, y vi en la cercanía que se trataba de un cofre. Alcancé una de sus asas y ambos nos arrastramos hacia el exterior; por fin, con la claridad de la luz, lo abrí. Estaba repleto de fotos antiguas de mis abuelos, cartas románticas de su histórico noviazgo y al fondo de todo... ¡Sí!, una llave preciosa con brillantes engarzados: sin lugar a duda, la que Muriel me había descrito.

No entendí cómo había hecho servir tan simple escondrijo para sus abalorios más memorables, aunque deduje que eran chifladuras de ancianos. «¿Y cómo será capaz de llegar al fondo inferior del lecho...? ¡Ah, claro!, con su inseparable garrota», cavilé creyendo lo mucho que se complicaba la vida.

Me metí la llave en el bolsillo del vestido y sin dejar rastro desaparecí antes de que alguien pudiera descubrirme.

Llegué a las cristaleras, rodeándola de nuevo para dar con el cerrojo de la puerta. Estaba tan camuflado que cuando di la segunda vuelta supe que me lo había pasado, y retrocedí.

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⏰ Last updated: Oct 22, 2023 ⏰

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