Gerónimo 💖🔥

2.2K 153 113
                                    

Llevar una doble vida no era algo que a Gerónimo Blake lo pusiera feliz siendo sacerdote. Sin embargo, hay pecados que son inevitables, hay errores los cuales te persiguen y los vuelves a cometer una y otra vez.

Intentaba dormir en la habitación de hotel luego de días de locuras y malas decisiones, no obstante, el mundo no estaba hecho para débiles sino para los que se animan.

Era la quinta vez que llamaban a la puerta de la habitación. El hombre se levantó y caminó hacia ella, solo para encontrar al fruto prohibido a metros de él. Deseoso y dispuesto, como era su estado permanente.

—¿Sabes? Estaba pensando—dijo buscando en el bolsillo un condón y jugando con él—. Esto es lo que sobró de nuestro último encuentro, sería una pena desperdiciarlo, ¿no crees?

—Ariel.

Y Ariel, como un demonio al que invocan y aparece se lanzó sobre sus labios. Lo llevó al interior de la habitación y cerró la puerta con su pie. La boca ansiosa del kinesiólogo se deslizó por la piel desnuda de Gerónimo después de haber estado acostado. El bastardo se quitó la ropa sin preguntar ni cruzar una palabra.

«Instinto y seducción».

Y cuando se trataba de Ariel Imhoff esa era una combinación mortal. Como bestias presas del deseo se arrojaron a la cama. Las primeras horas de luz solar iluminaban la habitación.

Y Gerónimo, de pronto, dejó de pensar con el cerebro y comenzó a escuchar su cuerpo.

Era más grande que Ariel. Lo giró en la cama y lo posicionó debajo de él, solo para bajarse el bóxer y montarse sobre su pecho. Ariel rio ante la osadía.

—Mira nada más.

—Veamos si con esto te callas.—Gerónimo gruñó antes de enterrarle la verga en la boca a su amante, a punto de ahogarlo por la longitud, sorprendido por la fuerza de los embistes.

Gerónimo se sujetó del respaldo de la cama y cabalgó ese rostro, adueñándose de la boca habladora que ahora lo único que podía hacer era chupar y emitir soniditos de succión. Los ojos verdes de Ariel se llenaron de lágrimas. Gerónimo empujó en su interior sin darle respiro. Lo ansiaba, le gustaba devorarlo. La verdad es que, sin importar lo bastardo insensible que era Ariel siempre encontraba el punto justo para estremecerlo, para hacerlo sentir único.

«Único».

Quizás era una palabra enorme cuando se trataba de Ariel, para él de seguro solo era uno más, pero eso al cerebro de Gerónimo no le importaba. Cuando estaba con él, estaba lejos de los preceptos, de lo prohibido. En el fondo, ambos eran parecidos.

Gerónimo sacó su miembro, Ariel respiró, de inmediato volvió a introducirlo en su boca. La saliva escurría de las comisuras de sus labios. Mirar a Ariel en ese estado le aumentaba la líbido a cualquiera. Se vino a los pocos minutos, dejando caer gota a gota en la garganta de ese hombre que lo tomaba gustoso.

Luego de eso, y sin pensar demasiado en Ariel, Gerónimo abandonó esa boca y se puso

de pie para dirigirse al baño.

«La puta madre».

Maldijo por su debilidad recurrente, por desear a ese hombre prohibido y

malévolo. El agua de la ducha caía y esperó no tener que salir de allí, porque era en el

único lugar donde encontraba calma.

—Creo que me arrancaste la campanilla.—Esa voz detrás de sí que no le daba un minuto de paz. Gerónimo negó, e intentó ignorarlo.

—¿Todavía estás aquí?—preguntó Gerónimo enojado. Ariel se humedeció los labios y caminó hacia él, envolviendo la estrecha cintura entre sus brazos, su pene acariciando las nalgas de Gero.

—Voy a tomar este culito ahora—musitó Ariel en su oído. Esta vez Gerónimo rio, increíble la seguridad del tipo.

—Si piensas que voy a dejarte.

—Lo harás—interrumpió—, y te va a gustar tanto que me lo vas a pedir de nuevo—prometió Ariel mientras besaba su cuello. Un escalofrío recorrió la columna de Gero.

—Escucha, Ariel yo no...

—¿Qué? ¿Me vas a decir que no eres gay?

—No—respondió casi con risas—, iba a decirte que soy sacerdote.

—Para el caso es lo mismo.

Y sin mayores explicaciones, Ariel volvió a besarlo con vehemencia. Un beso picante, febril, dejando a Gerónimo deseando todo. Lo preparó apenas con un gel de ducha, jugando con la próstata, arremetiendo con cada dedo hasta que Gero gemía y rogaba que lo follara.

La velocidad en la que sus falanges entraban y salían. Ardía, dolía, era el flagelo más placentero al que Gerónimo había sido sometido ¿Así es como se sentía? ¡Ahora entendía a Damián! ¡Por Dios, esto le replanteaba un montón de cosas en su cabeza!

—Voy a correrme.—Gerónimo gimió.

—Te dije que iba a gustarte.—La confianza de Ariel era total cuando se trataba del sexo. Claro que lo folló, lo aprisionó contra las baldosas de la ducha y se hundió en él, sacando gritos de placer de Gero quien movía sus caderas con descaro.

El contraste entre el calor del cuerpo detrás de él y las frías baldosas blancas. Gerónimo se preguntó cómo se vería en ese momento. Allí, con el culo en pompa, a la espera de las estocadas profundas y el agarre intenso sobre su cadera. Sus piernas trémulas, a punto de caer de rodillas por las fuertes embestidas. Ariel no le tenía piedad, ni siquiera sabía lo que eso era. Ese hombre saciaba sus fantasías, y después pensaba en el amante de turno.

Gerónimo se sintió desechable, y le encantó. Adoró ser un polvo furtivo, algo de paso. Le pareció erótico y morboso, algo que jamás pensó vivir.

—¿En qué piensas?—Ariel lo sujetó del pelo e hizo que empinara más el culo—. Puedo escuchar a tu mente desde aquí. No se calla nunca.

Gerónimo lo apretó en su interior y ambos gimieron. Ariel miró el punto en donde estaban unidos y le acarició las nalgas con intensidad. Gero volvió a hacerlo, una y otra vez. Comprimía el miembro que ahora disfrutaba esa acción y se adentraba lento y profundo. Ariel lo estrechó de la cintura y lo llevó a unirse más a su cuerpo y que se separara de la pared de baldosas. El agua ahora se deslizaba sobre los impresionantes pectorales de Gerónimo. Ariel lo acarició con ahínco. Fuerte, aguerrido, sus dedos se enredaron en los pezones canela y Gero volvió a gemir.

—Ven, terminemos esto en la cama.—Ariel salió de su interior, y Gerónimo se giró de inmediato hacia él. El sacerdote lo devoró en ese momento. Le encantaban los besos empalagosos y húmedos.

—Vamos—susurró Gerónimo sobre sus labios, y lo sujetó del pene a Ariel y lo tironeó hacia afuera de la ducha. El fisioterapeuta comenzó a reír ante el desparpajo.

Gerónimo lo tiró de la verga hasta que llegaron a la cama. Se colocó en la orilla de la cama en cuatro, Ariel enarcó una ceja divertido.

—Vaya, que aprendes rápido.

—Cierra la boca y fóllame.

Gerónimo no tenía ganas de hablar. Quería sentirlo, que se vaciara en él. Una estoca firme y profunda, Gerónimo se estremeció cuando Ariel embistió con todas sus fuerzas. Quería marcarlo, necesitaba que ese hombre siempre lo tuviera en su piel.

Se vinieron al unísono, después de media hora de embistes bajo la ducha, de movimientos alternados, de una sincronía tan mágica, como si fueran amantes de toda la vida.

Hombres Blake - Relatos Saga besos ocultos (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora