Despertó en la penumbra, su mano buscó instintivamente el calor que solía estar al otro lado de la cama, pero solo encontró sábanas frías y arrugadas. La realidad golpeó como una ola implacable; ya no había nadie a su lado. La habitación estaba impregnada con el eco de risas compartidas y susurros de amor, pero ahora se encontraba vacía, como un relicario sin su tesoro más preciado.