En el silencioso bosque, las criaturas mágicas temían a los humanos, quienes sin saberlo, herían sus hogares. En sus ojos brillaban lágrimas de angustia mientras agradecían por las migajas de los dioses inadvertidos. En la penumbra, una pequeña voz susurró la esperanza perdida de que algún día los hombres verían su sufrimiento, transformando la pena en compasión.