|Capítulo 1: Stratený Les|

91 17 205
                                    

Stratený Les, Oeste del mundo, entre el Klan de los Nacidos de las Nubes y el Klan Hijos de Tierra

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Stratený Les, Oeste del mundo, entre el Klan de los Nacidos de las Nubes y el Klan Hijos de Tierra.

El viento fresco se deslizaba entre las rocas y las flores que adornaban el paisaje, arrullando los pastizales en una danza delicada. Cada brizna de hierba y cada pétalo liberaban un perfume que se entrelazaba con el aire. A poca distancia de un acantilado, donde la furia de la sangre de Gaia impactaba en las rocas, Gael se acercó a pasos lentos hasta la orilla.

Al llegar, se sentó y una tigresa de pelaje blanco se recostó a un costado suyo.

El hombre juntó los párpados.

Aspiró el aire que revoloteaba entre sus hebras rojas y, como si se tratara de un hechizo, toda angustia que lo había estado acechando se esfumó. Cuando la salada fragancia del mar inundó sus sentidos, una sonrisa se dibujó en su rostro sereno.

Pese a fingir con cierta desesperación que su corazón no lloraba de dolor, era inevitable que —en soledad— las lágrimas no bañaran sus mejillas caobas.

A tales alturas de su existencia, Gael perdió la cuenta de las veces que abandonó las paredes de piedra del Klan para regresar al mismo sitio al que había llegado trece años atrás. Estaba seguro de que ese día sería su décima visita desde la celebración del Nuevo Sol, cuyo evento se realizaba cada doce lunas oscuras.

En ocasiones, se preguntaba por qué continuaba destrozando su alma de esa manera.

Era consciente que nunca volvería a ver a su hija, así que aferrarse a la fe de que otro portal se abriera, solía causarle risa. Sin embargo, también era la única razón por la que no se entregaba al Templo del Lobo, ni se dejaba comer por los Afym.

Izel lo mantenía con vida, la esperanza de estar con ella y abrazarla era un impulsor.

Por ella, no se destruía.

Emitió un suspiro, abrió los párpados y se fijó en Akna. Ella reposaba la cabeza en su regazo, permitiéndole pasar los dedos por el pelaje terso.

—Si no me equivoco, Izel a estas alturas tendrá veintiocho años —musitó. Cuando el Soul elevó el hocico y lo observó, Gael prosiguió—: ¿Crees que se haya convertido en la Guardiana?

Akna ladeó la cabeza a un lado, interesada en el dialecto del Híbrido. Aunque a los segundos terminó por restregar la nariz en su brazo, causando que él soltara una sutil carcajada.

»De regreso, prepararé una deliciosa sopa de verduras y celebraremos que mi hija ha cumplido otro año de existencia. ¿Qué te parece? Se acercan los días en que las Lágrimas de Gaia se congelen por los vientos gélidos, y recuerda, Akna; en ese tiempo, nació Izel.

En respuesta, la tigresa ronroneó. Utilizó la lengua rasposa para besar la piel descubierta de Gael, quien le correspondió el gesto con caricias en las orejas.

Cruce de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora