Nebesky Les, Norte del mundo, entre los perímetros del Clan de los Hombres Lobo.
Junto a unas montañas grises, cubiertas por Lágrimas congeladas de Gaia —nieve, para los humanos—, se libraba la última batalla de una larga guerra que había asolado Nebesky Les, lastimando y destruyendo a sus habitantes. La sangre de su Diosa —el mar— chocaba con furia en el acantilado que sostenía y arropaba a los caídos, los cubría con el llanto blanquecino.
El aire trasladaba el aroma del metal blandido por manos estremecidas, que luchaban por escapar a toda costa de las garras de la muerte.
Los corazones de los Guerreros latían al compás del estruendo provocado por los gemidos de placer de los Afym y Creaciones. Esos gritos de sufrimiento aterrizaron a oídos del Guardián de los Mestizos, Dante Abad, quien tensó la quijada. Las manos le cosquilleaban ante el anhelo de blandir la espada de cristal —esa que le regaló Gael— para correr en defensa de su gente. Sin embargo, avanzar hacia Azael, el Guardián Supremo que empezó la guerra y controlaba a aquellas criaturas, era su prioridad.
Necesitaba finalizar el derramamiento de sangre.
Con la mirada puesta en él, Dante detalló cada movimiento que realizaba, atento a un punto al que pudiera atacar. Azael estaba rodeado por decenas de criaturas que nada más deseaban enterrar sus colmillos en carne fresca, babeando un líquido viscoso y amarillento.
Arrugando la frente, Dante experimentó repulsión.
Su rostro moreno permanecía indiferente, como si no le afectaran los sollozos de quienes perdían extremidades o los gemidos de terror de ver a un ser amado, inerte, en el manto níveo. Pero solo así podría enfrentarse al Demonio, no debía dejar que su propia debilidad lo dominara. Atacar a las criaturas, protegiéndose y desgarrándole las gargantas, fue que acortó distancia con él.
Iba a concluir con ello y nadie lo detendría, ni siquiera Izel, la Guardiana de los Mestizos, quien rompía su propio aliento para llamarlo.
—¡Detente, Dante! ¡Dante! —exclamó ella entre la bulla de la agonía, donde el llanto de clemencia se perdía entre otros sonidos que impregnaban en ambiente—. ¡Por favor, no lo hagas!
«Lo siento, Izel. No tengo intenciones de parar en este momento», decidió el Mestizo.
Se detuvo frente a Azael, cuya piel oscura realzaba los ojos rojos que poseía, clavados en él. Lágrimas descendieron por las mejillas de Azael, quien se pasó la lengua por los labios cosidos y tragó saliva.
—Será un honor enfrentarme al Guardián de los Híbridos —comentó el Demonio con una curvatura que delataba la profunda tristeza que lo invadía—. Por favor, no se contenga.
—Quizá los Mestizos me acogieron en esas paredes de piedra, Azael —masculló Dante con los dientes apretados—, pero soy un Ángel, del Clan que usted masacró.
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Cruce de Almas
FantasyMás allá de la realidad conocida, existen almas que se entrelazan en encuentros que el destino ha escrito para ellas.