[ 05 ]

685 82 8
                                    

Mientras introduzco la llave en la puerta principal, le digo a Sana: " Sólo necesito dejar salir a Buckley. Las alfombras para pipí tienen un límite", Es una información innecesaria, porque ella ha vivido en esta casa junto a un perro que se pasaba el día en casa mientras nosotras trabajábamos. Pero necesito hablar para disimular la incomodidad.

"Claro, no hay problema". Está justo detrás de mí y, mientras abro la puerta y desactivo la alarma, sus dedos rozan la parte trasera de mi chaqueta como si temiera que fuera a salir corriendo por la puerta, dar un portazo y dejarla fuera. Buckley corre a saludarme como siempre y, cuando ve a Sana, se queda inmóvil con una pata delantera suspendida en el aire y el rabo erguido.

Riéndome, le digo: " Tranquilo, Buck, grandísimo tonto. Mira más de cerca"

Apenas he terminado de hablar cuando Sana exclama: "¡Buckie! Hola, mi chico. Te he echado de menos".

En cuanto habla, Buckley corre hacia ella y estalla en un frenesí de saltos, retorcijones y lametones antes de empezar a dar vueltas alrededor de la casa. Le dejo dar dos vueltas seguidas -sobre todo porque el sonido de la risa de Sana es increíble- antes de pedirle que se calme. Es demasiado grande para corretear así y ya ha llegado a la fase en la que se balancea de lado por las esquinas y empieza a derrapar, por lo que es sólo cuestión de tiempo que pierda el control y se lleve por delante un mueble o se haga pis de la emoción.

Sana cae de rodillas y abre los brazos, y Buckley casi la derriba por la fuerza de su acercamiento. Ella lo abraza con fuerza, le rasca la espalda, le besa la carita, le frota las orejas y lo aparta riendo cuando intenta lamerle la oreja. A diferencia de mi, que soy una persona de gatos, Sana siempre ha sido una persona de perros y cuando mi hermano, Chenle, dejó a Buckley de la nada y me pidió que lo cuidara durante unos días, Sana se adelantó y dijo que nos encantaría cuidar a Baby-Buckie antes de que yo pudiera quejarme de lo molesto que sería.

Le había encantado cuidar del cachorro mimarlo y continuar con el adiestramiento básico de obediencia que Chenle habia empezado. Le daba de comer a Buckley, trabajaba en su adiestramiento, me ponía mala cara cuando insistía en que el cachorro tenía una maravillosa y cómoda cama para perros y mantitas en nuestra habitación, y que no necesitaba dormir en nuestra cama. Dos días después de la visita de Chenle, cuando recibí la llamada, Sana me acompañó con Buckley, de cuatro meses, a identificar los restos de mi hermano. Y cuando volvimos a casa, Sana tenía a Buckley sentadito en sus pies mientras ella se acurrucaba contra mí, me cogia de la mano y me limpiaba las mejillas mientras yo leia la nota de suicidio de Chenle porque no me atrevía a hacerlo sola.

Sana se habia asegurado de que Buckley recibiera todos los cuidados necesarios cuando yo me encontraba desconsolada e intentaba arreglar las cosas para que mis padres no tuvieran que lidiar con ello desde lejos. Cuidó de mí y nunca me había sentido tan querida y apoyada como en aquellos meses. Cuando se fue, no dejaba de pensar en aquella época y me preguntaba si había sido real, por qué ella se había molestado en poner tanto de su parte en nuestra relación si ni siquiera estaba tan dispuesta a anteponernos a su carrera.

Buckie finalmente detiene su arrebato de excitación y se pone en modo de adoración tonta, recostándose contra Sana, estirando la cabeza hacia arriba para frotarse contra su cadera con una sonrisa de perrito bobalicón firmemente en su lugar. Sana deja de frotarle las orejas y me mira, con una sonrisa en la boca. "Lo siento. Supongo que no me habia dado cuenta hasta ahora de lo mucho que lo
echaba de menos".

Echaba de menos a mi perro, pero no a mí. Me aclaro la garganta y fuerzo una sonrisa.
"Parece que él también te ha echado de menos. Voy a dejarlo salir y luego le daré algo de comer. Ponte cómoda y sirvete lo que quieras". Se me hace raro decirle a alguien con quien solía compartir la casa que actúe como si viviera allí.

El corazón quiere lo que quiere | Satzu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora