3. El Sótano: Una Hermosa Humanidad

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¿Cuándo fue la última vez que saludaste a un extraño en las calles? ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ese compañero nuevo de trabajo? La historia de Ian "El Cortador" Fuentes es una prueba de que todas las cosas pueden salir del revés. El apodo antes mencionado es debido a que es el único hombre capaz de meterse al deshuesadero a buscar las piezas faltantes para reparar la maquina sin nombre, a la cual apodaron "la Cortadora". Nadie tenía la fuerza, el tamaño, y el aguante que tenía aquel hombre. Divorciado, con problemas de habla, dentadura escasa, y ni un solo rastro de que su cabeza hubiera tenido cabello en algún punto de su vida. Robusto, con joroba, era el blanco perfecto de burlas por parte de sus compañeros de trabajo. Al deshuesadero iban toda clase de piezas, escombros, o desechos que se expulsaban en la planta nuclear, en la que Ian llevaba trabajando más de cuatro meses. Se desconocía todo sobre su pasado, aunque eso no preocupó mucho a sus empleadores. La empresa necesitaba personal, y no podían darse el lujo de rechazar a gente como el "Cortador".

Se colocaba el overol, bajaba al sótano, y entre ese mar de aceite, agua sucia, y sustancias químicas, buscaba las piezas que embonaran mejor en la Cortadora, misma que le daba energía y seguimiento a todo el sistema de la planta. A veces solo encontraba hierro o cobre, los colocaba en la bolsa de su overol a prueba de toda esa mierda que rosaba por su cuerpo. Sus enormes manos estaban tan llenas de llagas, tan duras, que no requería de guantes, además de que no había de su tamaño. El overol le quedaba casi justo, pero había algo en su piel, en su cuerpo, que lo volvía casi indestructible ante cualquier sustancia química...y enfermedades.

Pero todo esto que estoy contando culminó el 10 de octubre, el año es desconocido, y creo que ustedes pueden deducirlo con simple intuición. No es que sea desconocido, más bien no quisiera entrar en detalles con algo tan traumático y a la vez difícil de contar. Pero tengo que hacerlo.

Ian el Cortador salía de trabajar a las diez y cuarto de la mañana. Su puerta de salida estaba detrás de la fachada de la planta. Es poco práctico mencionarlo, pero detrás de la cerca que dividía a la planta se encontraba el preescolar del condado. El patio de juegos se llenaba de niños, pero había un pequeño grupo de ellos que se quedaban un rato más, saludando a su querido amigo "el gigante calvo". Ian se recargaba en la puerta, sonreía con sus escasos dientes amarillentos, pero a los niños no les aterraba, podían ver en él su verdadera personalidad, esa nobleza y esa tristeza que ese pobre hombre cargaba consigo mismo.

Pero hubo un día, en el que Ian dejó esa personalidad noble, en el que la sociedad le falló, le volvió un ser de destrucción, quien haría daño a cualquier criatura en retribución por todo lo que había cargado a lo largo de su vida. Ian no era un mal tipo, pero su aspecto físico, su tamaño descomunal, su falta de cabello, eran motivo suficiente para que esa sociedad perfeccionista y con estándares ridículos lo rechazara, lo escupiera y lo pisoteara tanto a tal grado de estar en uno de los peores trabajos, con mayor riesgo y mayor carga física. Ian siempre estaba en el sótano, escondido de cualquier persona que entrara a la fábrica como visitante, a excepción de los niños del preescolar. Quizás y los dueños de la empresa no se habían percatado de esa vista. Jamás había sido un problema con los directores, maestros, padres de familia, mucho menos los niños.

Todo sucedió el 10 de octubre, el año no es relevante, sino el día, que se conoce como la tragedia de Pueblo Nuevo. Corría el día, en el que Ian estaba por terminar su jornada laboral. Estaba a punto de amanecer, terminó de levantar las piezas de la cortadora, en esta ocasión fue un ventilador enorme casi deshecho. Los ingenieros se encargarían de reparar la pieza, eso ya no era problema del Cortador.

Era el segundo domingo del mes de octubre, y el preescolar estaba cerrado. Ian estaba quitándose el overol para dejarlo en un pequeño cajón de metal a un lado de las escaleras que llevaban al riachuelo. Salió al pasillo, en donde se encontraban las tuberías, caminaban roedores de casi un metro y con ojos saltones, como perlas amarillas. Secó el sudor de su frente con la camiseta interior que siempre llevaba puesta. Una mancha de aceite y mugre le pintó las enormes arrugas de su calva y brillante piel. Su rostro estaba carcomido, pero su gran calva brillaba con la luz.

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⏰ Última actualización: Oct 24, 2023 ⏰

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