capitulo 1

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Con el pasar de los meses, fui aceptando mi embarazo, pero la verdad es que con los comentarios de mi marido sobre cómo no me debería encariñar con mi niña me destruían el alma. Si es una niña, según los médicos, lo que me hace feliz y triste al mismo tiempo, saber que no estaré para ella.

Pensarán: ¿por qué no la aborté? ¿Por qué dejé que creciera tanto como mi amor por ella? Pues fácil, si no tuviera a mi niña, haría lo mismo con cada hijo que tuviera. Y ni siquiera puedo alejarme de él por miedo a que se lleve a Max. Me puso muchas condiciones y no tuve otra opción que aceptar.

Llevé mi embarazo con tranquilidad hasta el día del parto.

—Hola, mi amor... mi Risu —decía mirando a la pequeña bebé que dormía tranquila en mis brazos. De pronto, vi entrar a mi esposo y esa felicidad desapareció.

—Felicidades, cariño. Me alegra que cumplas con tu parte. Verás que esta niña será el mayor descubrimiento —las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos y, en un descuido, él me quitó a la bebé.

—¡Espera, no! ¡No te la lleves! ¡Debe estar conmigo! —la desesperación se apoderó de mí, aunque mi cuerpo no me dejaba moverme con facilidad.

—Tranquila, Miriam, ella estará bien. ¡Por favor, atiendan a mi mujer, está alterada! —como ordenó, los médicos entraron en acción para dormirme.

Esa fue la última vez que vi a mi exesposo y a mi pequeña. No supe noticias y, si me acercaba al centro, era detenida por la policía. Lo único que recibí fue el acta de divorcio, que obvio firmé. Me odié por permitir esto durante tanto tiempo y por saber que no tenía vuelta atrás en mis acciones. Solo espero algún día ver a mi hija y que me perdone.

**7 años más tarde**

**Narradora**

La pequeña niña creció rodeada de médicos, niños también parte del centro y la mujer llamada Lucía, que se encargaba de ella. Con su padre nunca tuvo contacto desde que fue internada en ese lugar, y los conceptos de familia que cualquier persona normal conocía, ella nunca los aprendió. Todos los niños, con el pasar de los años, fueron criados con un motivo: ser armas de matar sin sentimientos, con un solo dios: Ector.

—¿Está seguro de esto, señor? Después de todo, sigue siendo su hija, ¿no? —dijo el hombre delgado de tez pálida y cabello con canas, mientras configuraba la cápsula.

—Lo sé, pero se supone que debe ser la mejor en todo el centro. ¡Y es mejor empezar desde temprano! —podía ver a la pequeña acurrucada en la camilla, sin entender nada a su alrededor, ya que ella no los veía. —Además, ella nunca lo sabrá y, sin sentimientos de por medio, no hay culpa, ¿verdad, Doctor Luis? Usted me entiende más que cualquiera —dijo con una leve sonrisa ganadora.

El doctor solo agachó la cabeza y entendió la máquina que provocaba distintas temperaturas. El objetivo de esto era que aguantaran situaciones que el ser humano común no manejaría.

—Avísame cuando termines y si sigue viva, ¿ok? —sin ninguna preocupación en su voz, decidió marcharse de la sala, aún escuchando los pedidos de ayuda de la niña. Horas más tarde, el doctor la dejó salir y la entregó a su cuidadora.

—Lucía... —dijo la pequeña, con voz temblorosa.

—Ya, tranquila. Ya fue suficiente por hoy —con el tono más frío de todos, respondió. Sabía que tenía estrictamente prohibido crear un lazo con los niños. Antes de dar la media vuelta, fue interrumpida.

—¿Lucía, 16 puede venir? —preguntó con pequeña ilusión de ver a su compañero.

—Le informaré.

Las únicas relaciones que tenían eran sus cuidadores y los demás internados. Los niños no tenían nombre, ni edad, ni conocimiento de sí mismos fuera de las reglas. Fueron enumerados por orden de llegada. La pequeña era identificada por 2, al ser de las primeras de su edad en entrar al centro. 16 era su mejor amigo; claro, ellos no entendían ese contexto, pero como ambos se llevaban bien, decidieron cuidarse entre ellos.

La puerta se abrió, dejando ver a un niño pequeño de cabello negro, piel pálida y ojos celestes, con pequeños moretones en su rostro y brazos.

—¿2? ¿Cómo estás? —preguntó.

—¡16! ¡Qué gusto verte, jejeje!

Los pequeños pasaron el rato juntos, hablando entre ellos. Tampoco había mucho para hacer, así que conversaban el poco tiempo que les dejaban estar juntos.

—Oye, 16… ¿tú siempre serás mi compañero, ¿no?

—¡Claro que sí, 2! ¿Qué pregunta es esa?

—No quiero quedarme sola.

—Prometo que siempre estaremos juntos. ¡Tú me cuidas, yo te cuido!

El niño tomó la pequeña mano de su compañera y entrelazaron sus dedos. Era la forma en que habían acordado que sería algo que no podrían mentir.

—¡Es una promesa!

—¡Sí!

Escapando De Tu Traición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora