Estoy caminando por el pasillo y hacia la mujer que he amado casi toda mi vida. Sus ojos me devoran, prometiéndome una luna de miel que jamás olvidaré.
Todo es hermoso, es el momento que siempre he soñado. Es casi perfecto, excepto que Samantha Rive...
En vez de dormir, me quedé echada en la cama viendo cómo Samantha lo hacía mientras revivía en mi cabeza el mejor día de mi vida. Apenas podía creer todo lo que había hecho.
Nadar con tiburones y hacer paravelismo. Era como si Rivers me hubiera convertido en una mujer diferente.
Mis ojos descendieron hacia sus pechos desnudos, apreciando las líneas de sus abdominales antes de aterrizar en los cordones de los sexys pantalones de chándal que llevaba puestos. Su aroma era embriagador. Pronto los recuerdos de la noche anterior llegaron a mi mente: La suavidad venosa bajo mis labios y mi lengua. Se estaba volviendo mi manera favorita de complacerla.
Acarició mi labio inferior con su pulgar antes de cubrir mi mejilla con una mano. Levanté la vista, viendo cómo me observaba con una expresión de crudo abandono.
Era mía.
Era el sentimiento más poderoso que había experimentado jamás.
Tener a una mujer dominante como ella bajo mi hechizo me hacía sentir invencible.
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—¿Es eso lo que quieres, Ángel?
Soltó un gruñido, tirando más fuerte de mi cabello, como si sus propias palabras le hubieran excitado.
Me había llamado Ángel. Eso podría llegar a funcionar. No era Amairani. Era un nombre solamente para mí.
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La mañana siguiente decidimos pasar el día descansando. Luego del desayuno, nos sentamos en el muelle fuera de nuestro búngalo y disfrutamos la vista del océano con los pies en el agua. De vez en cuando, nos metíamos al mar para enfriar nuestras acaloradas pieles.
Jugamos un juego de veinte preguntas, lo cual era peligroso para mí porque tenía de asegurarme de responderlas como lo haría Ama.
Aunque había pasado la mayoría de nuestro tiempo juntas siendo yo misma, y parecía disfrutar de mi compañía.
