Ante las palabras, secas, del vampiro, lo único que ella pudo hacer fue suspirar de forma disimulada, para armarse de paciencia. Apretó los dientes con fuerza ante el desagrado que le suponía tener que vivir cualquier situación en la que Segod y ella estuvieran a solas. Se giró sobre sus talones, hacia una pequeña mesa, en la que un gran garrón con rosas rojas frescas se situaba justo en el centro, dejando allí la caja. Quitó el lazo con cuidado para levantar la tapa y observar un vestido de color azul eléctrico, con una tela brillante, de aspecto sedoso y suave.
Con un simple movimiento de hombros, Minnow, dejó caer su chaqueta por sus brazos y la arrojó a una de las sillas, quitándose la camisa para tirarla al mismo lugar que la primera prenda.
Al darle la espalda, no tenía que controlar la expresión de su rostro. Quizá debería estar más que acostumbrada a ese tipo de situaciones, pero no lo estaba y no creía poder hacerlo jamás. Era algo que iba más allá de incomodidad porque la viera desnuda, con poca o mucha ropa, era algo que no deseaba; no quería a Segod cerca. Pero no podía ser demasiado obvia, no podía permitirse que él supiera el asco que le producía, porque su vida dependía de Segod, que siguiera viviendo y de una forma más o menos digna.
Y él no era tonto, aunque Minnow era muy buena actriz, muchos años respaldaban la intuición e inteligencia del vampiro. Casi podía saborear su desagrado ante todo eso. Pero él no lo soportaba, sentía una mezcla de contradicciones navegando por su cuerpo que conocía perfectamente, una sensación que solo ella causaba en gran dimensión; una variación extraña de adrenalina, deleite y rencor porque que fuera capaz, una simple humana, de repudiarlo.
Las facciones inexpresivas del vampiro se vieron estorbadas por un atisbo de sonrisa perversa y divertida que rápidamente desapareció cuando la distancia entre ellos quedó reducida en solo un segundo; contuvo su respiración cuando su pecho dio con la espalda de Minnow, y su mirada se estancó en la pálida piel de su cuello.
—¿Cuál es el problema?
—susurró en un fingido tono dulce, como si realmente le interesara lo que la disturbaba o como si no lo supiera. Pero sabía que Minnow jamás se atrevería a expresar con palabas aquel asco inhumano que sentía.
Segod mordió levemente su propio labio inferior cuando sus manos se deslizaron por los costados del cuerpo femenino para ocasionar que el pantalón que vestía resbalara por sus piernas. Con una suavidad, que no solía tener, pegó sus palmas a la piel desnuda de sus caderas y ágilmente la giró para que quedara frente a él, endureciendo su mirada al encontrarse con sus ojos, dos pedacitos de cielo, dándole a entender que quería una respuesta.
Cuando Minnow se encontró frente a él, su mirada se clavó, casi a la altura de su pecho, con su cuello erguido y la barbilla alzada; frunció los labios en una línea.
—No hay ningún problema
—recitó con la expresión fría, calculada y controlada, que solía tener siempre y la que ponía mucho cuidado de no romper. Si había algo que había aprendido a hacer, había sido a controlarse a sí misma, y a controlar la imagen que daba al exterior.
Segod volvía a no creerse nada, así que su respuesta fue un simple asentimiento con la cabeza. Estaba acostumbrado a la falta de aprecio, de confianza, era algo con lo que había vivido desde que dejó de ser humano. No confiaba ni siquiera en su mayor aliado, ni mucho menos en sus empleados que juraron sacrificar su alma por él. Pero aunque en el caso de Minnow la confianza no era algo que pudiera preocuparle, porque sabía con certeza que le pertenecía, sí le despertaba demonios internos hambrientos por conseguir al menos un ser en la faz de la tierra que no respondiera a él por deber, sino por elección.
—Muy bien
—susurró indiferentemente Segod, sintiendo el resentimiento entumecer sus músculos anhelantes de violencia.
Minnow, en cuanto se vio libre de la cercanía de Segod, dejó ir un suspiro con cuidado, pero aliviada de haberse escabullido una vez más, aunque no la última, nunca iba a haber una última mientras siguiera allí. Agarró el vestido de la caja y lo colocó por encima de su cabeza, subiendo la cremallera lateral, antes de agacharse para recoger los pantalones y dejarlos sobre la silla.
Se acercó a una de las mesitas de noche que había a ambos lados de la cama de matrimonio de su habitación, abrió una pequeña cajita de madera y sacó un par de pendientes, que por supuesto también habían sido un regalo de Segod.
—Vámonos
—articuló simplemente con voz apagada el vampiro al ver que ella estaba lista.
No tardó en abrir la puerta, aunque el picaporte se deshizo en el momento exacto que cerró su mano sobre él, incapaz de medir su fuerza. Sin embargo no mostró respuesta alguna, no tardarían en remplazar la cerradura entera. Sus pasos resonaron más secos en el piso, tal como si demostraran su cambio de humor, y recorrió la distancia hasta el ascensor interno al otro extremo del pasillo en un ritmo rápido, deteniéndose solo para aguardarla a ella. Solo Minnow tenía ese poder, ponerlo de mal humor en menos de un segundo con un simple e inofensivo gesto y eso era de preocuparse, porque quería decir que cada vez su control ganaba más terreno en Segod; algo que no le gustaba al vampiro.
Pero a fin de cuentas no importaba, realmente, qué sentía él, o qué sentía ella, en cuanto los ojos ajenos la divisaran, tenían que recordar que le pertenecía, por lo que aparecerían juntos.
Ambos entraron en el ascensor y Minnow permaneció en silencio, como siempre, a su lado derecho y un poco más atrás, con los ojos clavados en el suelo. Volvieron a reanudar su paso cuando se abrió la puerta y el ambiente se convirtió algo más lúgubre, oscuro y frío.
Aquello parecía más una cueva en medio de una rocosa montaña perdida, que una de las partes del sótano de aquella casa. Su aspecto era antiguo y robusto, como si se hubiera mantenido intacto por siglos y siglos, incluso había velas en las paredes, pero todo el mobiliario de nuevo daba a entender que estaban aún dentro del control y el poder de los vampiros, de aquella nueva era.
Los murmullos y las risas habían cesado en el momento que Segod y Minnow habían puesto sus pies en el ascensor, cada uno de los presentes no tenía dificultad en percibir el mínimo ruido de un alfiler, aunque hubiera dos pisos de diferencia separándolos, de la alfombra en donde había caído. Otra simple formalidad, porque Segod había oído sus comentarios a la distancia en todo momento.
El líder tomó la mano de su acompañante, no por aprecio o cuidado, sino por costumbre; siempre lo hacía para dejar las cosas bien claras. La silla que ocupó, primera de dos que había situadas en la mesa rectangular y amplia, tenía el respaldo más alto y su decoración dejaba al descubierto que sin duda quien se sentara allí tenía el rango más importante, más si la presencia femenina ocupaba la punta a su lado.
—Azul
—murmuró uno de los visitantes con cierta sorna.
—Leix
—pronunció otro su nombre, con un tono de prudencia, evidentemente fingido.
Aquello fue suficiente para que el aludido tensionara la mandíbula, aunque en seguida soltara una risa despreocupada a causa de su exagerada seguridad, contradictoria al temor que podía sentir. Sin dudas no fue el mejor recibimiento para el dueño de casa, puesto que realmente tuvo dificultad en no saltar sobre la mesa para abalanzarse sobre el invitado.
—Azul será el color de tu piel si no te callas
—amenazó Segod sin paciencia, arriesgándose a ser incauto y quizá demasiado evidente.
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Permanent
VampireLa clave de todo el nuevo sistema de gobierno es el miedo y la mentira. Dos cosas que Segod ha conseguido a base de esfuerzo y todos los sacrificios que fueron necesarios. Hacer creer a generaciones de humanos que ellos ni siquiera existen es su may...