III - Ojos Pardos

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El bar lucia como siempre al aproximarse. Un local de altas paredes con ventanas cerradas y aquella puerta de acero sin el seguro puesto que se abalanzaba sobre las fuertes ráfagas de viento que venían de la costa. Pareces pintadas de un azul oscuro que solo se notaban por tres bombillos al nivel del poste. Un techo de hecho de roble que lo había hecho bastante bien resistiendo las agresiones del mar. En conclusión, un sitio que fuera sido feo hasta recién construido. 


Recordaba los lujos bares a los que iba antes de mudarse para aquel sitio olvidado por Dios.

Al entrar, todo era como de costumbre. A la izquierda podía ver todas las mesas y bancos repletos de fracasados, criminales y marineros. Muchas caras conocidas que solía ver a diario. Ni un solo nombre que el recordara. A la derecha estaba aquella barra maltrecha donde se apoyaba Jess, viendo a todos los presentes con su insensible expresión. 

 Vestía una blusa rosa sin mangas. Sus brazos blancos y esbeltos apoyados sobre la barra apenas si tenían vellos visibles a plena vista. Sus manos pequeñas pero habilidosas tenían unos hermosos dedos que culminaban en uñas increíblemente conservadas, a pesar de todo lo que trabajaba. La blusa tenia uno o dos botones sin sujetar y se apreciaban unos pechos bien generosos para una mujer delgada, decorados con mil y una pecas. Su cuello era largo y elegante y terminaba en un hermoso rostro que parecía ser hecho de porcelana. Mejillas delicadas, una diminuta boca con labios bastante carnosos, bastante rojos. Una nariz pequeña y distinguida, sin igual. Christian se perdía en aquellos ojos enormes y pardos protegidos por largas pestañas. Unas cejas naturales y delgadas sobre ellos. Una frente corta y blanca que finalizaba donde su preciosa cabellera castaña comenzaba. Unos rulos casi rubios se posaban en sus delgados hombros, también decorados con pecas hipnotizadores.

Ver todo aquello era un espectáculo. 

De lejos lo veía el perturbador ayudante de Jess, al fondo de la barra desempolvando unas botellas de whisky veintiún años. Christian se acercó como siempre a la barra, solo que hoy se veía nervioso. Se sentó en su puesto de costumbre y Jess se le acercó. 

- ¿Como está mi cliente número uno el día de hoy? -preguntó Jess con dulzura y una sonrisa sincera. 

- Bastante nervioso y contento, -respondió el nervioso hombre, sin intentar ocultar su estado- por primera vez en mucho tiempo. 

- Me alegra bastante verte así Christian, -le replica Jess tocando su mano posada en la barra, haciendo estremecer a Christian- día tras día vienes y te emborrachas, claramente intentando ahogar tu dolor. 

- El dolor no se puede ahogar, solo hay que aprender a vivir con el, -aclaró Christian con serenidad- y para poder vivir con el, hay que acompañarlo con alegrías.

- Muy cierto, -dijo Jess, expresando algo de tristeza- pero en este sitio, si que es difícil encontrar alegrías. 

- Creo que se pueden encontrar alegrías en las pequeñas cosas, -el rostro del hombre irradiaba esperanza mientras decía esto- dicho esto, te quiero invitar a comer algo un día de estos. 

- Ponle fecha -respondió la hermosa mujer viéndolo a los ojos, tan serena como siempre. 

Aquel alcohólico hombre sintió, por primera vez en mucho tiempo, una llamarada de felicidad dentro de sus entrañas. Intercambió un par de palabras más con la mujer y se marchó antes de las doce de la noche, aquella vez sin emborracharse hasta perder el juicio. Aquella experiencia le dio el empujón que necesitaba para cambiar. Tenía una cena a la cual asistir dos noches después de aquella que terminaba.

Día de la IraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora