Leyendo un claro día mis bien amados versos, he visto el profundo espejo de mis sueños
que una verdad divina temblando astá de miedo, y es una flor que quiere echar su aroma al viento.
El alma del poeta se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto.
En esa galería, sin fondo, del recuerdo, donde las pobres gentes colgaron cuál trofeo el traje de una fiesta apolillados y viejos, allí el poeta sabe el laborar eterno.
Mirar de las doradas abejas de los sueños.
Poeta, con el alma atenta al hondo cielo, en la cruel batalla o en el tranquilo huerto, la nueva miel labraremos con dolores viejos, la veste blanca y pura pacientemente hacemos, y bajo el sol bruñimos el fuerte arnés de hierro.
El alma que no sueña, el enemigo espejo, proyecta nuestra imagen con un perfil grotesco.
Sentimos una ola de sangre, en nuestro pecho, que pasa... y sonreímos, y a laborar volvemos.
