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En Fayflower las memorias felices y tristes quedaban grabadas sobre ese trozo verdoso de tierra, como una de esas cintas viejas que casi no se pueden recordar. Aquel lugar encantado, perdido, oculto... en los mapas de tierras lejanas que no se podía hallar sin la ayuda de magia o susurros de ánimas benditas.

Este día en particular, el sol quemaba con beligerante autoridad sobre las tierras de alrededor del bosque encantado haciendo de las verdes y acuosas hojas nada más que un trozo de papel amarillento y quebradizo, estas advertían la tardía llegada de un otoño abochornado.

Pero la estación rojiza pronto abandonó su timidez y arrasó autoritariamente con las enormes hectáreas de gran vida que había dejado atrás el verano.

Nótese que ahora las hermosas rosas se escondían en sus capullos cada vez que el viento, inoportuno y helado, soplaba más de lo debido. Pero las rosas son vanidosas, bermejas y llenas de autosuficiencia por su gran belleza. Las otras florecillas, en cambio, danzaban al son del viento, como es el caso de las margaritas quiénes se meneaban de un lado al otro siguiendo el silbido del viento.

¿Y que hay de los animales?

Ellos disfrutaban el otoño, las pequeñas ardillas rebosaban de apetito y quedaban con las panzas llenas por todas las nueces que habían recolectado en el abrasante verano. Los pajarillos trinaban día, tarde y noche hasta que no quedaran más notas que entonar en sus gargantas.

Pequeños o grandes, todos disfrutaban a su manera del otoño.

Y hoy... era un día particularmente rojizo.

Rojo, tal como la capa de una pequeña niña de ojos negros y cabellera brillante quien saltaba de un lado al otro al ritmo de una canción pegajosa que había oído quién sabe dónde.

Ella era Caperucita roja, y por cuestiones del destino se encontraba rumbo a una cabaña en medio del bosque, llevando en su cesta con lazos azules, diversos dulces y leche fresca.

-Qué bonito día hace hoy-

Ella dió un salto, pues se había encontrado un charco y eso arruinaría sus zapatos acharolados. Uno, dos, tres... Contó despacio sus propios pasos.

-Uno, dos...

-¡Hey, qué tal!

Ella alzó la mirada de un respingo, era el lobo.

El lobo feroz del bosque.

-Muy buenos días, mi nombre es Garou- se inclinó sutilmente mostrando sus educaciones -¿qué hace una pequeña dama caminando solitariamente por aquí?

Preguntó con cortesía y elegancia en su voz.

-Hmph.

Ella, con la soberbia de una rosa, retornó su mirada al camino, y sin verlo ni contestarle, prosiguió.

Él, atontado y un poco enojado, decidió seguirla.

-Oi, ¿no te han enseñado a saludar?

-Mi hermano dice que no hable con extraños- respondió sin dejar de caminar.

Zenko es inteligente pero el lobo es mayor y por lo tanto, aún más astuto.

-Tu hermano tiene razón- afirmó dándole la razón -pero no soy un extraño, por este lado del bosque me conocen bastante bien.

Se llevó una mano al pecho, mostrando una sonrisa sincera. Zenko, muy perspicaz, lo miró con cautela: Un joven alto y bastante apuesto, de cabellos blancos como la nieve y ojos del color del ámbar. Quién además vestía ropas elegantes y limpias pero no excesivas, parecía alguien de fiar.

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⏰ Última actualización: Nov 03, 2023 ⏰

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