ENMASCARADO

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Relato por: WangNini_

...

—Bueno, me parece un poco pretencioso —Jimin ladeó la cabeza mientras observaba a Ciara.


Su esposa había conseguido comprar un par de máscaras blancas con detalles hechos a partir de oro y con pequeños detalles de piedras preciosas. No estaba seguro de cómo había logrado pagarlas porque no se encontraban precisamente en su mejor momento económico, es más, estaban peor que nunca. Jimin a duras penas trabajaba durante las noches en el bar que se encontraba en el centro de la ciudad mientras Ciara buscaba trabajos esporádicos, pues a una mujer no se le solía dar empleo tan fácilmente.

La muchacha de cabello negro azabache y ojos verdes como la oliva posó con una de las máscaras sobre su rostro, contorneado sus caderas y viéndolo de manera seductora a través de los orificios.

—¿Cómo luzco?

Una pequeña sonrisa se formó en el rostro del joven y tuvo que morderse el labio inferior para aguantar decirle algo sucio. No tenía palabras suaves para describir lo que Ciara provocaba en él.

—Muy linda, pero sigo creyendo que es mucho. ¿Cómo las pagaste?

Ella dejó las máscaras sobre la polvorienta mesa de tablones que su padre les había construido cuando se casaron y se cruzó de brazos.

—¡Oye, nunca hemos tenido máscaras para el festival! Sólo quise comprar unas que fuesen lindas…

Era cierto, llevaban tres años casados y jamás habían podido unirse a la gente que celebraba el festival en las calles, un festival en el que lo imprescindible era vestir una máscara. Venecia y sus extrañas costumbres, eso decía Jimin, un forastero que había llegado desde el lejano oriente en busca de nuevas oportunidades y que inmediatamente se había enamorado perdidamente de la hija de un zapatero.

Y es que Ciara no era solamente la mujer más hermosa que había visto en toda su vida, sino que era inteligente, carismática y noble. No podía pedir más en una persona, ella era lo mejor que le había pasado y que le pasaría en toda la vida.

Se acercó a su esposa, que había fruncido los labios como una niña malcriada, y le acarició la mejilla.

—Esta vez iremos al festival —le aseguró—. Déjame comprarte un vestido.

Los labios rosas de la chica se abrieron, demostrando lo impresionada que estaba, e inmediatamente comenzó a negar con la cabeza.

—¡Oh, no, Jimin! No es necesario. Puedo arreglar uno de los vestidos de mi madre…

Él la tomó por las mejillas, obligándola a verlo directamente a los ojos. Se mantuvo serio, aunque tuvo ganas de soltar una pequeña carcajada al darse cuenta de que a Ciara se había puesto colorada.

—No vas a arruinar esa máscara tan linda con un vestido viejo. Vamos, puedo pagarlo.

Y era cierto, podía hacerlo, aunque perdería las pocas monedas de oro que había estado ahorrando para poder ampliar un poco la pequeña casa en la que vivían.

La chica se puso de puntillas para dejarle un casto beso sobre los labios, pero Jimin se le adelantó y la tomó por la cintura para acercarla más a su cuerpo. Sus pechos impactaron y el chico quería todavía más, por lo que la subió sobre la mesa para colarse entremedio de sus piernas. Ciara soltó un pequeño grito de sorpresa y se alejo para verlo con los ojos verdes bien abiertos.

—Todavía no es de noche.

Pero su esposo ya se encontraba besándole el cuello, provocándole estremecimientos y pequeños suspiros.

—¿Quién dice que debe ser de noche para hacerte el amor? —Susurró contra su piel y luego se incorporó—. Quizás así el bebé tarde menos en llegar.

Ella lo observó con una pequeña sonrisa mientras se mordía el labio inferior. Quiso decirle algo, aunque no lo hizo porque prefirió esperar el momento indicado.

—Quizás sí… —asintió con la cabeza y como pudo escapó de las garras de Jimin—. Pero podemos hacerlo después, ahora vayamos a ver ese vestido. ¡Qué emoción!

El chillido de su esposa le sacó una sonrisa y, aunque estaba decepcionado por no haberle podido hacer el amor, se dispuso a abrigarse con lo único que tenía, un suéter del color natural de la lana que Ciara había tejido para él, y siguió a su mujer en dirección a la calle.

En el sector en el que vivían no pasaban muchos carruajes, pues las calles eran demasiado estrechas y torcidas como para dejarlos pasar, además de que nadie que viviese por allí podría pagar siquiera un transporte como ese, pues la mayoría de las personas eran igual o más pobres que Jimin y Ciara. En realidad, Venecia no era un lugar de carruajes, sino de góndolas, los pequeños botes alargados que se movían a través de los canales, pero el joven matrimonio tampoco podía permitirse un viaje en uno de esos, así que no tenían de otra más que caminar a través de los puentes que conectaban los trozos de tierra en los que estaban dispuesta la vida de la ciudad.

La campanita del atelier de Estella sonó cuando la puerta fue abierta. Estella le había hecho vestidos a gente del sector en donde vivían Jimin y Ciara, lo que significaba que sus precios eran los más accesibles dentro de todas las modistas que había en el centro de la ciudad. Aunque al muchacho le hubiese encantado poder regalarle algo de mejor calidad a su esposa, era lo que podía pagar. Una mujer regordeta, de mejillas coloradas y cabellos dorados los recibió con una sonrisa en los labios.

—Ven aquí, bella —dijo Estella, poniendo la mano sobre la espalda de Ciara y guiándola hacia uno de los grandes espejos de pared de la tienda—. ¡Tan sólo mírate! ¡Che bella donna! Ahora, ¿en qué puedo ayudarte?

Jimin se quedó a un lado de la puerta, observando de lejos la radiante sonrisa de su esposa. Sabía que jamás había ido a comprarse un vestido, solamente utilizaba los que habían sido de su madre cuando era joven y que arreglaba a mano para que no estuviesen pasados de moda. A pesar de eso, Ciara era una joven que brillaba con lo que tuviese puesto, llevándose siempre las miradas de todo aquel que pasara cerca de ella, pues su hermoso cabello negro y sus llamativos ojos verdes no pasaban desapercibidos en ningún lugar.

La campana de la puerta sonó nuevamente y el chico se hizo a un lado para dejar la pasada a un par de mujeres que le dedicaron una sonrisa tímida.

—¡Estella! —Saludó una de ellas.

La recién nombrada, que ya se encontraba tomando las medidas del cuerpo de Ciara, giró el rostro en dirección a la muchacha.

—¡Hola, querida! —Respondió, sosteniendo un par de alfileres con los dientes—. Tendrás que esperarme un momento…

Jimin dio un par de pasos hacia el mostrador de la mujer, dejando libre el par de asientos que estaban destinados a la espera. Por un momento se sintió pequeño estando rodeado de mujeres, sobretodo con ese par que no dejaba de dedicarle miradas fugaces y que de vez en cuando soltaba pequeñas risas nerviosas.

—Mi mayor anhelo es encontrar un chico en el festival —dijo una de ellas en un suspiro.

—¡No me digas que asistirás!

—¿Por qué lo dices?

La otra chica guardó silencio por un par de segundos. Aquello llamó inmediatamente la atención de Jimin, pues no se imaginaba qué podría ser tan terrible como para provocar que alguien no quisiera asistir al gran evento que era el festival de máscaras de Venecia, siendo que era algo tan masivo en la que, sin importar el sexo o clase social, se era bienvenido.

—¿No te enteraste? —Le preguntó entonces la chica, al no escuchar respuesta, siguió—. Hay un asesino suelto… ¡Los heraldos lo han anunciado en cada esquina del centro de la ciudad! Únicamente ataca mujeres jóvenes con un simple cuchillo, pero las deja irreconocibles. ¿No me atrevería a andar en una multitud enmascarada sabiendo eso!

Entonces el muchacho ya no pudo seguir escuchando la conversación. Realmente no se había enterado de las atrocidades que habían estado ocurriendo en Venecia y encontró toda la razón al pensamiento de la asustada chica que relataba, pues él tampoco se sentiría seguro sabiendo que había un enfermo haciendo ese tipo de cosas con las mujeres.

Tuvo el impulso de tomar a Ciara por la muñeca y arrastrarla de vuelta a casa, sellar la puerta y las ventanas con tablones y quedarse allí hasta que acabara el festival, por lo menos un mes después. Sin embargo, se quedó allí, con el cuerpo tenso, esperando pacientemente a que Estella terminase de montar los trozos de tela color anaranjados y amarillos en el esbelto cuerpo de Ciara.

—No iremos al festival —le dijo a su esposa cuando volvieron a casa.

La sonrisa de Ciara comenzó a desaparecer lentamente de su rostro y dejó la tetera que acababa de llenar de té sobre la mesa.

—¿Qué dices, Jimin?

El chico asintió con la cabeza. Jamás había sido severo con ella, nunca había visto la necesidad de serlo hasta aquel momento, puesto que Ciara era una mujer inteligente y a él le encantaba que tuviese su propia opinión y visión de las cosas.

—Hay un asesino suelto, es peligroso.

—¿Te refieres al del cuchillo? No creo que sea para tanto…

—¡¿Ya lo sabías?! —Exclamó.

El asentimiento que dio la cabeza de Ciara lo dejó descolocado.

—¡¿Por qué no me lo dijiste?!

La muchacha se encogió de hombros.

—Creí que lo sabías… ¡El otro día te lo mencioné!

La boca de Jimin se abrió, pues estaba seguro de que recordaría haber escuchado algo como aquello, pero, por más que intentó buscar dentro de su mente, no logró encontrar el momento en que Ciara supuestamente se lo había dicho. Negó con la cabeza frenéticamente.

—Es peligroso —resolvió.

Ciara, que había seguido con su tarea de servir el té, frunció los labios, demostrando no estar de acuerdo con la decisión que había tomado su esposo.

—Espera, Jimin —dijo, intentando sonar razonable—, acabas de comprarme un vestido que estará listo mañana. Si no vamos, será dinero desperdiciado.

—Puedes utilizar ese vestido en otra ocasión.

El chico pegó un saltó cuando escuchó el ruido de la tetera impactando contra la madera de la mesa. Ciara la había golpeado de manera intencional.

—¿Puedes decirme en qué ocasión podría? —Soltó, con la voz ligeramente más aguda de lo normal—. No salimos a fiestas, ni tampoco somos invitados. Nadie nos toma en consideración, Jimin, simplemente… somos un par de ratas para los ricos. ¡No hay otra ocasión para utilizarlo!

Su esposo frunció el ceño a la vez que volvía a negar con la cabeza. Estaba comenzando a molestarse por el atrevimiento que estaba teniendo Ciara, pues no podía permitir que su esposa comenzara a gritarle cuando se le diera la gana.

—Entonces lo utilizarás el próximo festival.

Ciara jadeó, sabiendo que el próximo festival llegaría el siguiente año, y sólo Dios sabía cuánto podría llegar a cambiar su cuerpo durante todo un año, por lo que seguía pareciéndole un despilfarro de dinero, teniendo en cuenta que a duras penas podían comer hasta sentirse ligeramente satisfechos. Formó un par de puños con sus manos, intentando controlar las ganas que sentía de comenzar a gritar.

—Jimin, ¿sabes cuánta gente muere a diario? —Su esposo se limitó a observarla, por lo que siguió—. No tengo la cifra exacta, pero puedo apostarte a que es inimaginable. Un aficionado con un cuchillo no va a arruinarme el festival.

El chico pestañeó un par de veces, atónito, y, por más que quiso, las palabras no salieron de su boca, así que simplemente tuvo que ver cómo Ciara se daba media vuelta y salía de la casa. No podía creerlo, no podía creer el atrevimiento que la chica había tenido con él como para decirle aquello, afirmándole que, sin importarle las razones que le diera, asistiría igualmente al festival.

¿Cómo podía ser que Ciara no midiera el peligro? El sólo hecho de imaginarse que entre la multitud podría haber un enfermo le daba escalofríos a Jimin.

------- † -------

—¡El asesino de jovencitas ha vuelto a atacar esta noche! —Anunció el heraldo que estaba parado en la esquina por la que Jimin iba caminando mientras agitaba su campanita para llamar la atención de la gente.

El chico se pasó las manos por la cara y se apresuró a volver a su casa, donde se encontraba Ciara preparando la cena. Había permanecido en silencio desde la tarde anterior, molesta todavía por culpa de la conversación que sostuvieron el día anterior, pero nada iba a detenerla y Jimin lo sabía, por lo que se había propuesto acompañarla en todo momento, incluso si eso significaba seguirla hasta el baño. Ambos sabían las intenciones del otro, pero ninguno lo explicitó.

Ciara lo ignoró cuando él entró a la casa y se lavó las manos con el agua que tenían junta en un balde de madera. Tarareó una canción para dejar de pensar en lo enojada que se encontraba mientras revolvía con una cuchara la espesa mezcla con la que iba a adobar el trozo de carne que su esposo había comprado en el mercado. No siempre podían darse el lujo de comer carne, pero Jimin justo había recibido la paga semanal.

Quizás había comprado ese trozo de carne a modo de disculpa, pero Ciara había decidido hacer como que ni siquiera lo sospechaba.
Dejó el cuenco sobre la mesa de madera y se giró hacia el único mueble que constituía su cocina para buscar el cuchillo con el que rebanaría la carne, pero no estaba allí.

—¡Cazzo! —Susurró, buscándolo con la mirada en el resto de la casa y agradeciendo mentalmente que ya no había tantas moscas por culpa del frío—. ¿Dónde lo puse?

Se limpió las manos en el mugriento delantal que ocupaba para cocinar y comenzó a rebuscar en las esquinas de la pequeña casucha en la que vivían.

—¿Qué buscas?

Ciara le dio una mirada fugaz a Jimin y siguió en su búsqueda.

—El cuchillo.

Escuchó que él se paró de la silla en la que se encontraba y dio un par de pasos.

—¿Este? —Le preguntó, llamando su atención.

La chica se giró en su dirección y se encontró con el delgado cuerpo de Jimin sosteniendo en el aire el único cuchillo que habían tenido y que, precisamente, era el que ella buscaba. Siempre había estado en el mueble de la cocina, pero ella no lo había visto, o eso había dicho su esposo. Asintió con la cabeza y volvió a ponerse manos a la obra, agradeciéndole en voz baja por haberlo encontrado.

Después de la cena, Ciara había ido a buscar agua al pozo que había en el barrio en el que vivían y se había dado un baño para prepararse para el festival. El sol comenzaba a esconderse, por lo que la música comenzó a resonar por las calles, indicando que la gente ya se había puesto acorde y que la fiesta ya había empezado. Peinó su cabello húmedo en una trenza que descansaba sobre su hombro, se puso el hermoso vestido que su esposo le había regalado y se maquilló un poco antes de ponerse la máscara.

Detrás de ella salió Jimin, también vistiendo la máscara que hacía juego.

El festival se realizaba en todas partes de Venecia, pero la gente se concentraba en la Piazza San Marco, donde se habían reunido un montón de músicos que interpretaban alegres canciones con la que la gente danzaba, en grupos grandes o en pareja. Ciara, que hasta aquel momento había sido seguida de cerca por Jimin, apresuró el paso, ansiosa por unirse lo antes posible a la celebración.

—¡Ciara, espérame! —Gritó, apresurando el ritmo de sus pasos.

No quería perderla de vista. No podía sabiendo que había alguien por allí que podía atacarla. No sabía que haría si Ciara ya no estaba con él, pues perdería su pilar, a la persona que lo motivaba a levantarse cada mañana para intentar salir adelante, a pesar de saber que era prácticamente imposible que su situación mejorara. Nada era tan horrible si es que estaba Ciara con él.

Vio cómo la chica se perdió entre la multitud y su corazón comenzó a martillear contra su pecho. La había perdido de vista. Se abrió paso entre la gente, intentando seguir los pasos de Ciara, pero cuando miró a su alrededor, a la masa de personas enmascaradas, supo que la había perdido. Tragó saliva, obligándose a sí mismo a no entrar en pánico, e intentó pensar con claridad.

Quizás había otra cosa que pudiese hacer.
Pero el hecho de no encontrar el hermoso cabello azabache de su esposa lo estaba volviendo loco.

Volvió a mirar a su alrededor, todavía teniendo una mínima esperanza de encontrarse con los ojos verdes, pero, en cambio, se topó con una mirada tan oscura que le llegó a parecer escalofriante. Era un hombre de cabellos oscuros, cuyo rostro era tapado con una máscara de color negro y que contrastaba perfectamente con el pálido tono de su piel. Jimin aguantó la respiración. Esa persona le daba mala espina, una sensación amarga en la boca que solamente podía significar algo malo.

¿Quién sería él?

Dio un paso inseguro hacia el hombre. ¿Podría él haber visto hacia dónde se había ido Ciara? El de máscara negra no se movió y sus ojos seguían observándolo de esa manera tan extraña. Cuando Jimin estaba levantando el pie para dar el segundo paso, el hombre se dio media vuelta y comenzó a alejarse.

¿Y si él era el asesino y, de alguna forma, lograba encontrar a Ciara?

—¡Oye! —Gritó entonces, llamando la atención de las personas a su alrededor—. ¡Espera!

La gente pareció abrir un pasillo para que el persiguiera al hombre que rápidamente se iba perdiendo de su vista. Pero Jimin no fallaría dos veces la misma noche, así que comenzó a correr para intentar alcanzarlo o, al menos, seguirle el paso.

Pronto se encontró fuera de la multitud persiguiendo a algo que había dejado de parecer una persona y que se asemejaba más a una escurridiza sombra, serpenteando en la oscuridad de los callejones vacíos. Jimin podía escuchar a lo lejos la música de la plaza en la que minutos antes había estado, la oía como un agonizante sinsentido que zumbaba al ritmo de los acelerados latidos de su corazón.

Dio vuelta en la esquina, la misma en la que había girado el hombre de máscara negra, y se encontró de frente con una puerta. La puerta de su casa. El chico tragó saliva y avanzó hacia el trozo de madera que le dejaba escuchar con claridad una conversación entre una mujer y, el que Jimin supuso, era el hombre a quien perseguía momentos antes.

—¿No estás sorprendida?

—Siempre he sabido que eras tú…

El corazón de Jimin se detuvo por una fracción de segundo al escuchar aquella respuesta dada por la mismísima Ciara. Apoyó la mano sobre la puerta, con la intención de abrirla, pero se detuvo al volver a escuchar la voz de su esposa:

—Siempre lo he sabido, por eso es que no tengo miedo. Sé que no me pasará nada.

La mano del chico formó un puño. Así que Ciara había estado viéndose con otro hombre, que además resultaba ser el asesino. Se sintió estúpido, por supuesto que ella no tendría miedo si se trataba de su amante.

Abrió la puerta de una patada, encontrándose con los ojos llorosos de Ciara, que lo observaban más abiertos de lo normal, enrojecidos de una manera en los que jamás había visto. Dio un paso hacia adentro de la casa, creyendo que la había pillado con las manos en la masa, en aquella conversación íntima con otro hombre.

—Pero sí pasó, ¿cierto?—finalizó Ciara.

Entonces ella ya no vestía el hermoso vestido que él le había regalado, sino su ropa de cada día: un harapiento vestido que alguna vez había sido blanco y del que destacaba una gigantesca mancha escarlata en el sector del estómago. Luego notó otra en el pecho y finalmente un montón de gotas que caían desde el ya inexistente ojo derecho de Ciara. Jimin miró su mano derecha, sorprendiéndose de estar sosteniendo el mismo cuchillo que su esposa no encontró a la hora de la cena. Entonces lo recordó: él lo había tomado la tarde anterior luego de la pequeña discusión.

𝐎𝐍𝐄 𝐒𝐇𝐎𝐓'𝐒│HALLOWEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora