Capítulo 1. Como cuervos nocturnos

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Sus ojos apenas eran más grandes que las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Solo tenía seis años, pero ese día, en medio de la oscuridad y el caos, su infancia se desvaneció como un sueño frágil. Se aferró a su hermana como si fuera la única cosa en este mundo que tenía sentido. La noche estaba envuelta en sombras profundas cuando aquellos hombres llegaron con sus armas, provocando el mayor estruendo que había escuchado jamás. No entendía qué sucedía ni por qué entraron de aquella manera, pero a cada segundo que pasaba ya iba comprendiendo todo: habían venido a por ellos, a por su familia. Los gritos de sus padres resonaban en sus oídos mientras los hombres de uniforme irrumpían en su modesta vivienda.

Su madre luchaba con valentía, defendiéndolos; los querían a ellos, a él y a su hermana, llevárselos. Su padre, con los puños apretados, enfrentaba a aquellos que amenazaban con arrebatarlos de su lado; pero en medio de esa lucha, estaban superados en número y fuerza. Pudo apreciar, en lo que sus ojos lagrimosos le permitieron, aquel uniforme oscuro, negro como el humo que salían de sus casas, y se dio cuenta de que se trataban de soldados, soldados de la Nova Élite al servicio de la Neosynth.

Esos hombres eran implacables, sin corazón. Uno de ellos alzó su arma y, en un destello de metal frío, su mundo se derrumbó. Vio a sus padres caer, sus cuerpos inmóviles como muñecos rotos. El sonido de un llanto desgarrador llenó la habitación, y se dio cuenta de que el llanto era suyo.

Él y su hermana, temblando de terror, se aferraron a la vida como si fuera la cuerda que los mantenía anclados a la realidad. La vida tal como la conocían había terminado en ese momento.

El despertar fue abrupto, como si una mano invisible lo hubiera arrancado de las fauces de aquel mal sueño. Su cuerpo, envuelto en la desgastada manta, estaba tenso y sudoroso. La respiración agitada parecía querer escapar de su pecho, una lucha constante por salir de allí, de ese mundo ficticio donde la realidad era cruel; aunque desease que aquello hubiese sido, efectivamente, ficción. Los recuerdos de aquella noche eran cadenas que nunca se rompían. Y como cuervos nocturnos, las pesadillas graznaban en la oscuridad de una mente dormida.

Se incorporó en la cama, pasó la mano por su frente para quitarse el exceso de sudor y luego por el pelo rojizo revuelto. Intentó calmar su ritmo cardíaco, mientras las imágenes de la noche fatídica de su infancia persistían en su mente. La habitación, húmeda y fría, se ceñía a su alrededor como las paredes de un sepulcro. No había comodidades, solo la desnudez funcional de su supervivencia.

Sus ojos recorrieron la pequeña habitación, tomando conciencia de la realidad. Estaba atrapado en ese refugio subterráneo, como un animal herido ocultándose de los depredadores. El eco de sus propios suspiros se mezclaba con el zumbido lejano de la maquinaria que mantenía esa estructura en funcionamiento. Cerró los párpados, tratando de pensar en si realmente esa lucha los estaba llevando a alguna parte. A veces tenía ganas de rendirse.

Meterse en la cama era una tortura para él, el hecho de descansar era una actividad que no lograba hacer. Casi todas las noches tenía el mismo sueño, un momento de su vida que lo perseguía desde años atrás, y que fue la razón por la que estaba ahí. Fue una noche oscura, más oscura que cualquier otra. Recordaba el sonido sordo de los disparos, aún zumbaban en sus oídos si se concentraba demasiado, así como los gritos de su hermana pequeña y de sus padres defendiéndolos. Pero, sobre todo, recordaba la fría indiferencia en los rostros de los miembros de la Nova Élite. Esos soldados se lo arrebataron todo, no solo a sus padres, sino su casa, su barrio, sus amigos...
Su infancia entera.

Se levantó de la cama con una sensación de claustrofobia, como si las paredes estuvieran a punto de cerrarse sobre él. Sus piernas parecían tener la consistencia de una gelatina. Sus manos temblaban mientras sus jadeos iban disminuyendo, recordándose a sí mismo que aquello pertenecía al pasado; que ya está, que lo tenía que dejar atrás. Pero en ese mundo distópico, el pasado nunca llegaba a estar realmente enterrado. Se dirigió hacia una pequeña repisa en la esquina de la habitación, sintiendo la aspereza del suelo bajo sus pies descalzos. Sus dedos se movieron con cautela entre los objetos dispersos hasta que encontró el pequeño bote que andaba buscando.

Neosynth | WoosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora