Sinceramente, Agus.

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Las cosas nunca estuvieron peor. Sentía que estaba a un paso de que se me rompiera el corazón en un millón de piezas diferentes. Nadie podía darse cuenta porque soy buena fingiendo estar bien, soy tan buena que a veces me lo creo yo misma. Se supone que yo siempre debería estar feliz, con esta gran sonrisa en mi rostro y si, podía estarlo. En realidad, podía aparentarlo. Porque sería una mentira enorme decir que todos los días me despierto sonriendo. No. 

Parece que se me ha vuelto costumbre levantarme del lado incorrecto de la cama. Cuando tengo días malos, pienso que todos tienen días malos pero al final está la recompensa. Como una mala película de Hollywood. Primero la protagonista tiene que pasar por esta clase de tragedia que la deja devastada y luego al final su príncipe azul la encuentra, se convierte en princesa, y muchas otras grandes mentiras que se han inventado para que chicas como yo crean que en realidad si se puede ser feliz. Pero no. Aquí no hay príncipes, ni castillos. Aquí nadie será princesa. Así que mi clase de recompensa puede ser solo terminar con una gran pizza a mitad de la noche o puede ser no volver a ver al estúpido que decidió romperme el corazón. O quizás solo me lo rompí yo, creándome estas falsas ilusiones que solo me dejaron hecha un desastre de lágrimas. Tal vez solo debería volver meses atrás y contar la historia. Tal vez de esa manera pueda saber cuál es la lección que todo esto me deja. O simplemente no hay ninguna puta lección. Como sea, decidí que voy a contar como todo paso. Espero que llores conmigo también al final.

Sinceramente,

Agus. 

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