Entré lentamente en mi casa cerrando la puerta detrás mío, afuera el cruel invierno congelaba las mentes de los más débiles. Luego de sacarme los zapatos que estaban completamente empapados pasé a la cocina. Abrí la heladera y contemplé una y otra vez el vacio infinito que se hallaba dentro de ella, la cerré. Me di cuenta que arriba de el mármol de la cocina había una pequeña pero hermosa manzana, su color rojo carmesí irradiaba una belleza única, y por otro lado el fruto no se veía tan mal en estos momentos. La tomé entre mis manos, y sin esperar a lavarla ni nada le un gran mordisco. Mastiqué lentamente apreciando primero el sabor dulzón pero suave del fruto, pero luego empecé a sentir uno más amargo y metálico. Pacería como si se te fuera a pegar en la lengua el insípido gusto, de una forma que no lo podrías quitar. Lentamente empecé a comprender que ese sabor no era nada más ni nada menos que el de la sangre, tan fresca que daba asco de tan solo pensarlo. Escupí en el tacho los restos de lo que habían sido una manzana, y me fui a ver en el espejo del baño. Nada, ni un solo rastro de sangre, ni una mordedura accidental en la lengua, nada. No entendía que estaba pasando, pero cuando empecé a comprender ya era tarde. El cuerpo se me iba debilitando y yo caía por un vacio interminable. Al instante ya sentía el frio y duro piso, pero yo ya dejaba de pensar, porque empezaba a formar parte de otro tipo de realidad, y no, no había muerto, solo había cambiado.
~Lucii Macalli~
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Días Oscuros
Novela JuvenilRelatos que se aparecen en mi mente esporádicamente, los deseo plasmar en un silencioso recuerdo.