4. El despertar de Celina

25 2 1
                                    

Mi casa estaba irreconocible. Las paredes de madera estaban cubiertas de hiedras y enredaderas, como si el lugar hubiese estado deshabitado durante varias décadas. El jardín delantero estaba flanqueado por grandes flores amarillas, cuyos pétalos medían cerca de un metro. Había un pequeño caminito libre de plantas que daba al porche, pero con las raíces serpenteando debajo de las flores, una de las cuales parecía querer alcanzar la pala que descansaba sobre la tierra húmeda, ahí cerca, aquello resultaba bastante peligroso.

—Dios mío... —exclamó Eric—. No podemos entrar ahí. Tenemos que ir al hospital.

Melania volvió a gemir.

—No puedo. Tengo que entrar ahí. Mi abuelo y mis hermanitos, Tomás y Mateo... no los puedo dejar... ahí.

Miré a Eric suplicante, y él le dirigió una mirada de reojo a su novia, que agonizaba.

—Vale, te acompañaré.

Descendimos del coche y cruzamos la calle con paso dudoso. La casa parecía la guarida de algún monstruo selvático, sí, pero solo las flores amarillas cuyo accionar aún no conocíamos estaban presentes. No había ninguna violeta que pudiera lanzarnos sus espinas ponzoñosas.

—Entraré yo primero, Vi. Si todo está en orden...

—De ninguna manera —lo corté—. Ya tengo demasiado con lo que le pasó a Mel, no voy a dejar que tú también pongas tu vida en riesgo por un capricho mío —alegué, sabiendo que aquello tenía que funcionar.

—Pero Vi... —intentó protestar él.

—No —y procuré sonar enfadada y fría—. Iré yo.

Eric suspiró y, cuando pareció que finalmente yo había ganado aquella batalla, el ruido de unos cristales que se rompían nos tomó por sorpresa. Ambos nos giramos para observar el coche y ver cómo el codo ensangrentado de Melania había roto una de las ventanillas del asiento trasero. Emergió por aquel hueco, sin importarle que los pedazos de vidrio le rasgaran la ropa y le cortaran la piel.

Su cuerpo, pálido y surcado por venas azuladas, se deslizó hasta el suelo como si ella no tuviera control alguno de sí misma. Luego se puso de pie e hizo crujir alguno de sus huesos dislocados. Tenía el cabello desordenado, y los ojos, negros y desencajados en una mirada diabólica.

Y antes de que pudiéramos siquiera reaccionar, Melania corrió en nuestra dirección en medio de un grito desaforado de ira. Alcancé a apartar a Eric de su camino antes de que ella lo hiciera trizas. Mi amigo apenas podía reaccionar, estaba en estado de shock. Caí al suelo de espaldas, con la que alguna vez había sido mi mejor amiga forcejeando y arañando mis brazos en una lucha desaforada por llegar a mi garganta.

Quise gritar, pedirle ayudar a Eric o cualquier persona, pero no pude. Las palabras se me atragantaron, presas en mi garganta. La sola imagen del rostro irreconocible de mi amiga me impedía hablar. Estaba perdida. Pronto me cansaría de resistir y Melania me desgarraría el cuello. Entonces moriría o me convertiría en algo como ella, no podía saberlo.

¡PUM!

Melania voló un par de metros en el aire y cayó sobre las flores amarillas. Contuve la respiración, sin saber exactamente qué era lo que había sucedido. Eric me tendió una mano. En la otra llevaba la pala ensangrentada con la que había golpeado a su novia. Ambos observamos como las raíces escurridizas de las plantas amarillas envolvían a Melania y la llevan a las profundidades de su reinado.

—Siento haber tardado tanto —se disculpó, con la voz entrecortada, mientras observaba anonadado el lugar en el que el cuerpo de Melania había desaparecido.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 18, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La Bruja del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora