—¿¡Qué te ocurre, querido!?—preguntó Ms. Elizabeth, cuando su esposo se detuvo en medio de la danza.
Por supuesto que no obtuvo de él una respuesta inmediata.
Mr. Andrew mantenía la vista fija en un individuo bien conocido para ella: Mr. Long, aquel molesto vejestorio que siempre hablaba mucho y generalmente no decía nada.
La joven imaginó que no se encontraba en Whispers House para unirse a las celebraciones, ya que apenas si había pasado de la puerta principal. Y allí se mantenía el viejo, enfrascado en una densa charla con su suegra y su cuñado.
Luego de un tiempo lo vio marcharse, en perezoso y lento ascenso hacia el segundo piso.
—Enseguida vuelvo. Continúa bailando si gustas o inicia conversación con nuestros invitados —dictaminó su cónyuge y se alejó tras los pasos del letrado, dejándola en medio de la pista.
Ms. Elizabeth dejó escapar un hondo suspiro que comprimía su pecho —incluso más que el apretado corsé—, se arremangó la pesada falda de su distinguido vestido parisino —otro ostentoso regalo de bodas de su familia política—, tanto como le fue posible para moverse con mayor prisa y, por supuesto, no hizo absolutamente nada de lo que su marido le ordenó.
Estaba cansada, sus pies le dolían en demasía de tanto bailar y no tenía la menor intención de conversar con aquella multitud canibal. Una cosa era que la despedazaran en su ausencia, no habría reacción sino podía oír lo que decían, pero otra muy diferente era que hicieran comidilla frente a frente con sus comentarios irónicos y ponsoñosos. No podría ser capaz de contenerse y olvidaría los modales que con tanto esfuerzo su madre y sus institutrices le habían inculcado durante tantos años.
En cambio, decidió eludir a sus damas de honor y escabullirse a través de las cocinas para tomar la escalera del servicio hacia la planta alta y averiguar qué pasaba. Pues era evidente que algo de importancia ocurría que ocupaba la atención inmediata y la solapada convocatoría de aquellos caballeros un día de festejo como ese.
Mientras avanzaba rumbo a la cocina, cavilaba al respecto.
Los acuerdos referentes a su boda con Mr. Andrew se habían firmado hacía tiempo, la mayoría únicamente entre su padre y su suegro, otros habían incluído al novio, solo uno la involucraba a ella, pero todos los documentos habían estado bajo supervisión del Abogado Long, fiel servidor de Whispers House. Esto nunca le había dado buena espina. Pero también era cierto que, dada la precaria situación de su casa, los que resultarían en pérdida (en términos monetarios al menos) eran los Bradley y no al revés. De alguna forma se tenían que cubrir.
"¿Qué motivos ocultos había tras esa boda apresurada? Extorsión, chantaje, poder...secretos." Eran pensamientos que flotaban en su mente hacía un tiempo. Sin embargo, lo más importante en ese momento era averiguar ¿de qué se trataba ese encuentro? Tal vez allí pudiera hallar sus respuestas. Una cosa era certera, la reunión tenía como participantes principales a los hombres Bradley y dejaba por fuera a los miembros de su familia. Su padre seguía en el Salón, según había observado.
La curiosidad podía ser un arma de doble filo. Un poco era saludable para nutrir la mente, mucha podía resultar peligrosa y nociva...especialmente si era una mujer quien la manifestaba. Al menos eso le habían dicho durante toda su vida.
No obstante, Ms. Elizabeth sentía cierta aversión a seguir las reglas al pie de la letra y por lo general solía desestimar las advertencias y, por eso, desde pequeña siempre había sido un dolor de cabeza para sus padres.
El ascenso de servicio a los pisos superiores era ciertamente más complicado.
Estrecha y enroscada, la escalinata de caracol trepaba por el torreón izquierdo de la propiedad envolviéndolo como una serpiente de piedra. A pesar de la longitud, Elizabeth debió admitir que el trayecto ofrecía una vista preferencial a los vastos jardines de la propiedad, a través de las muchas ventanas ojivales de la torre.
La noche estaba inusualmente despejada en esas tierras bañadas por la niebla casi perpetua y permitía el paso de los rayos lunares hacia el interior. Los destellos de los astros impactaban en los diamantes de su vestido haciéndolo refulgir. En cierto sentido era como ver un fantasma flotando en la noche.
Lo cierto es que aquella velada no carecía de misterio, pero lo que los muros guardaban también se reflejaba en el exterior y de una forma un tanto más aterradora.
Al tiempo que un coro de gritos pavorosos, provenientes de la planta baja, perpetraban el sepulcral silencio que envolvía la torre y sonaban con ahínco en los oídos de la desconcertada joven obligandola a iniciar un presuroso descenso, una figura se guarecía detrás de las ángelicales estatuas del jardín.Una sombra mucho menos noble, de aspecto siniestro y recóndito, que no escapó a la aguda visión de Elizabeth.
Su corazón dió un vuelco cuando los orbes de la aparición enigmática se fijaron en los suyos. Y aún a esa distancia, gracias a que el negro atavio de la noche yacía interrumpido por claros de luna, captó un atisbo de absoluta malicia brotando de aquella turbia mirada.
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