Capítulo V

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En el recinto, los rostros de júbilo se habían tornado en parcas expresiones.

Cristales, cual diamantinas gotas de lluvia, trazaban un largo sendero sobre el parqué. Algunos, manchados de escarlata, auguraban un fatídico panorama.

Ms. Elizabeth observó que varios invitados habían sufrido lesiones menores, cortes y rasguños. Los mismos estaban siendo asistidos por personal femenino del servicio, coordinado por el diligente brazo del ama de llaves.

Pero había sido Mr. Clarke, el clérigo que había oficializado la ceremonia, quien se había llevado la peor parte. Aparte de varias cortadas repartidas en su ancha faz, tenía incrustado en la frente, cerca del ojo, un gran trozo de vidrio. La sangre fluía, impiadosa, vulnerando aquel atuendo beato.

Por fortuna o gracia divina, el médico de la familia, Mr. Powell, estaba participando de la velada y había corrido a auxiliarlo de inmediato.

―La buena noticia es que no perderá el ojo, pero quedará una gruesa cicatriz ―anunció, tras haber retirado la cristalina pieza, evaluando los daños ―. Puedo recomendarle un ungüento, una vez que retiremos los puntos. Quizá ayude a atenuarla un poco ―añadió, con una pizca de optimismo el hombre de ciencia.

―No es necesario, todos tenemos marcas. Algunas más visibles que otras. Llevaré la mía con orgullo, como recordatorio de que todos somos igual de vulnerables ante los ojos de nuestro Señor ―declaró el hombre de fe.

Sin embargo, no se rehusó a beber de la botella de licor que le extendió Mr. Butler, uno de los sirvientes principales, que serviría de anestésico.

¡Bastaba mirar la inmensa aguja que serviría para suturar su herida para compadecerse del pobre cristiano!

Ms Elizabeth, en tanto intentaba captar algún murmullo que le contara la historia completa. Para su desgracia, los invitados parecían sumidos en una especie de transe temporal. No obstante, sabía cómo obtener la codiciada información sin levantar demasiadas sospechas.

La servidumbre femenina siempre era buena aliada, en especial cuando había una jugosa promesa de convertirse en la favorita, tal vez en la futura doncella personal de la Señora de la casa.

―¡Qué terrible acontecimiento! Y justamente el día de mi boda. ¡¿Será acaso un mal augurio?! ―exclamó, fingiendo escándalo, aunque no se consideraba supersticiosa contrario a su madre.

Se colocó junto a Miss White. Una de las sirvientas más jóvenes, reciente adquisición de la familia. La menuda pelirroja no tardó en hacer una breve acotación, dando razón a la nueva dama de la mansión.

>>Pero, me temo que todavía no comprendo ¿qué fue exactamente lo que pasó? No pude ver el incidente desde donde estaba ―añadió, con astucia.

―Oh... Pues... yo pude ver directamente lo que ocurrió mi Señora. ¡Fue una calamidad! ―expresó frotando sus manos, nerviosa. Su blanquecina tez empalideció aún más ―. No estaba aquí en el Gran Salón, por supuesto. Como el resto del personal femenino mi puesto está en el saloncito de servicio durante las celebraciones, excepto...

―Sí, sí...como es la costumbre ―cortó la mujer.

Al parecer no había errado en sus especulaciones sobre su generosa conversación, pero tanto palabrerío la exasperaba.

La muchacha se empequeñeció todavía más, por lo que su ama sonrió amablemente para animarla.

―Cómo iba diciendo, en ese momento estaba en el jardín, pues Ms. Cook me había enviado a buscar coles. Se habían acabado y necesitaba...Como sea, estaba pasando junto al ventanal cuando todo ocurrió... Fue algo de lo más extraño, la verdad... ―volvió a divagar y la siguió un hondo silencio.

Ms. Elizabeth examinó en detalle a su compañera por vez primera. En efecto, tenía magulladuras en su piel.

―¡¿Pero qué fue lo que pasó finalmente?! ¡¿Qué o quién rompió el cristal? ―apuró.

La muchacha tragó saliva antes de posar sus ojos inquietos en el techo. Dentro de sus verdes iris se percibían atisbos de un hondo terror.

―Fueron aves Señora. Una horda de cuervos impactó contra el ventanal haciéndolo añicos.

Ms. Elizabeth empalideció. No por el hecho de que un grupo de pájaros extraviados chocara contra una pared casi invisible a mitad de la noche, sino porque finalmente entendía de dónde provenían la mayor parte de las heridas de los invitados.

Por otro lado, pensó que en el futuro debería perfeccionar sus excusas.

―Y lo peor ocurrió después, cuando las aves entraron. Tras el ataque, los córvidos volaron en círculos en lo alto y murieron. Todos al mismo tiempo...Cayeron en caída libre desde el techo....

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⏰ Última actualización: May 03 ⏰

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Whispers House. El origen del mal. (En Curso) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora