Melodyless

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Choi Yeonjun había estructurado su vida entera bajo una primicia: "no desees más de lo que tienes, porque atraerás cosas malas". Era un dictamen que su padre le repetía desde que era un niño. A grandes rasgos, era una manera bastante burda de hacerle entender que debía conformarse con lo poco que tuviera, porque la codicia podía ser peligrosa. Había crecido bajo una crianza bastante estricta y cuadrada, en donde su pasado, presente, y futuro ya estaban planeados, en su mayoría, con ideales un tanto conservadores: estudiar obteniendo buenas notas, graduarse, conseguir un empleo digno, y casarse para formar una familia. El joven desde el primer momento, se había esmerado para cumplir con la expectativa, y, de hecho, ya estaba a mitad del camino. Recién acabada la carrera universitaria consiguió un puesto empresarial decente al cual estaba totalmente dedicado.

Para el joven la rutina podía llegar a ser muy satisfactoria. Las personas normalmente tienden a desesperarse cuando los días se tornan monótonos, sin embargo, acostumbrarse a que sus planes funcionaran de forma concreta y en tiempos estipulados era su forma de mantener bajo control la situación. Despertar, salir al trabajo, cumplir con su horario, regresar a casa, dormir. Su vida no era tan mala, después de todo, ser codicioso era impensable...

En esas ocasiones en donde surgía un leve asomo de aburrimiento, podía sentir la mirada acusatoria de su padre tras su nuca; sin importar que había decidido vivir solo desde que comenzó a cursar la universidad, era complejo despojarse de la presión con la cual había sido educado. En pocas ocasiones se había aventurado a salir de fiesta con sus compañeros, pero regresaba a casa con un pesado sentimiento de culpa, así que evitaba ese tipo de actividades. En los tiempos libres y fines de semana, dedicaba largos ratos para consumir series de televisión o películas. De ese modo, Yeonjun transcurría su vida de manera sencilla y tranquila. O por lo menos, trataba de convencerse de eso.

—No hay nada nuevo —bufó el hombre. Aquel domingo, colocado en su cama, estaba buscando en su portátil algo que lo entretuviera, pero acabó rindiéndose cuando nada era lo suficiente interesante, además, había visto la mayoría del contenido del catálogo—. Supongo que pondré otra vez "Everything, Everything".

Esa era una de sus películas favoritas, a pesar de que sus amigos solían bromear acerca de sus "peculiares" gustos cinematográficos, eso no le impedía disfrutarla. Siempre podía conectar con el personaje principal: una chica encerrada, bajo el mando de su madre, que cree estar conforme con su estilo de vida, pero con esa punzada en el alma proveniente de la duda y curiosidad. Cada vez que terminaba de verla, hallaba en el final de la historia algo de consuelo.

De vez en cuando creía ridículo que, siendo independiente, pareciera como si todavía estuviera regido por las reglas familiares, pero si los hábitos suelen traer calma, suena poco convincente arriesgarse al cambio.

—A la mierda, saldré a comprar cerveza y soju —soltó de pronto.

Aunque no había pensado bien en ese improvisado plan: apenas eran las tres de la tarde, si alguno de sus vecinos lo descubría comprando bebidas alcohólicas para beber solo, seguramente comenzarían a cotillear hasta crear rumores equivocados. Así, a mitad de camino se arrepintió, y se desvió mientras caminaba sin rumbo.

"¿Querías romper con la rutina no es así, Choi Yeonjun?". Se estaba dando zapes mentales. Siempre sucedía: un pequeño desliz en la rutina y terminaba descarrilado. Como mínimo, trató de disfrutar la caminata; el clima templado era agradable, y las nubes tapaban el sol lo suficiente como para no lastimar la vista. Su vecindario era agradable, la gente se conocía entre sí por lo que era normal saludar a cualquiera que pasara a un lado. Mientras fue avanzando, se percató de un grupo de niños que yacía frente a un poste de luz, observaban algo que Yeonjun no lograba ver. Por mera curiosidad, y con mucho tiempo libre, se dirigió hacía ellos para enterarse de la novedad.

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