❝ Kolmetoista ❞

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¡Jeonghan!

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¡Jeonghan!

Su corazón destiló temor como solo una vez sintió.

Peleó como pudo, en medio de la nieve y con el frío quemando su piel, pero sin lastimarlo realmente, porque en esos momentos no se podía permitir sentir más dolor del que sentía en su pecho.

Lanzas, flechas, espadas que por el frío parecían duplicar su peso como su filo.

Debía llegar a su omega.

La batalla se tornaba cada vez más brutal. Habían gritos y lamentos por todas partes, las espadas chocaban y las flechas volaban por el aire. Los cuerpos vacían esparcidos por el campo de batalla y la sangre manaba de las heridas. El sonido del hierro chocando había alcanzado un todo tan alto que incluso el suelo parecía temblar. Por ello había preparado emboscadas, había liberado a las fieras y había hecho casi lo imposible por dejar en claro que su omega debía tener seguridad por encima de cualquier otro ser vivo.

La daga que había puesto en el abrigo de su omega también sería de algo de ayuda.

Sus latidos aumentaron más y más sintiendo la desesperación y el llamado de su omega.

Los leones de ahora pelaje blanco, aparecieron sobre las montañas nevadas, no muy lejos del campo de batalla. El sol aún reflejaba lastimeramente el blanco que al mirar tanto lastimaba su vista.

Rugieron y por fin pudo sonreír.

¡Yebra! —grito en el lenguaje antiguo que le habían enseñado desde pequeño, aquel que solamente él como líder de su tribu podía usar.

Las fieras de pelaje blanco no dudaron en atacar.

La naturaleza que aún lo hacía uno más del lugar de donde provenía, como el destilaje de su linaje aun fuera tan poderoso como lo fue aquellos años antes del mestizaje que los manchó de por vida, pero les fue obstáculo para seguir con sus tradiciones a pesar de haber perdido mucho. No solían llamar muy seguido a las fieras, no era algo que se podía sobrellevar como cualquier cosa. La comunicación con los animales siempre estuvo en sus primeras prioridades, era una bendición que pocos tenían y habían desarrollado. Comúnmente se les enseñaba desde muy pequeños a comunicarse con las demás vidas, pero el lenguaje al igual que el linaje se fue perdiendo, quedando en el intento de algunos esta comunicación vital entre dos especies de completa indiferencia.

El carmín de la sangre se tiñio en el blanco de la nieve. El suelo estaba repleto de una variedad de rojos que lo preocupaba, temía cada vez más sintiendo más presente el llamado de su omega.

¡Jeonghan!

Gritó, intentando liberar su aliento hecho vapor por los aires alguna señal de su esposo.

Corrió en medio de ataques, pero su adrenalina no le daba más que unos segundos con sus rivales antes de seguir y seguir.

Su ropa tenía manchas de sangre al igual que el suelo que tanto juzgaba con sus miradas y su rostro llevaba salpicado el color carmín como sello de su pelea.

ᖴIEᖇᑕE ➻ ᴊɪʜᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora