Primer día (2): El escape

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¿Una novia en fuga? Sip, esa era yo. Con medio cuerpo fuera de la ventana y la otra mitad pataleando para sacar la pesada tela sin morir asfixiada en el intento.

Escuchaba los pasos apresurados de la servidumbre al otro lado y a mi madre dar órdenes de no molestarme hasta que el viejo lo ordenara.

Estúpido viejo.

Mantuve el equilibro y tomé impulso, lo del aire se me olvidó hasta que, a media caída me hizo falta, algo que se vio reflejado en el momento que caí con el tobillo torcido luego de perder el equilibrio por un pequeño mareo. 

—¿Ami? —Alcé la mirada, topándome con el rostro aterrorizado de mi madre. Los gritos a sus espaldas avisaron de un tormento que se avecinaba, ella solo tendría que gritar y un millón de guardias llegarían para llevarme de vuelta. Así fuera a rastras, estaba segura de que el viejo me forzaría a casarme. 

Sin embargo no gritó.

No dio voz de alarma.

Se despidió con un gesto tranquilo y, como si nada hubiera pasado, jaló las persianas de bambú, cubriendo la ventana y, con ello, la huida de su hija rebelde.

Me ganó tiempo, no demasiado, pero si el suficiente para que la primera alarma sonara cuando estaba cerca de cruzar la puerta principal.

Los guardias me rodearon en cuestión de segundos; los que habían estado haciendo guardia en la avenida principal y en el arco de entrada corrieron hacia mí apenas se dispararon las alarmas y bloquearon mi paso

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Los guardias me rodearon en cuestión de segundos; los que habían estado haciendo guardia en la avenida principal y en el arco de entrada corrieron hacia mí apenas se dispararon las alarmas y bloquearon mi paso. 

Hasta el momento me las había apañado con todo y el molesto traje tradicional, pero, me estaba agotando. 

—Tenemos órdenes de llevarla de vuelta para la ceremonia. —Habló uno, el líder, lo sabía por su postura confiada y porque siempre estaba frecuentando la oficina del viejo. No sabía su nombre, no me había molestado en aprenderlo y no iba a comenzar ahora.

—¡Eso lo sé! —Grité. Mi pecho subía y bajaba mientras buscaba la apretura perfecta para que ellos no notaran la unión en mis manos. —No soy una idiota.

La apertura llegó junto a la estridente aparición de un auto negro. 

El vehículo derrapó sobre el concreto para no chocar contra el grupo que formábamos en medio de la calle y se desvió sobre la banqueta. 

Sonreí. Era mi oportunidad. 

Fuera un civil o un alto mando invitado por el viejo, ese auto era una valiosa herramienta que no iba a desaprovechar. 

Usando la confusión inicial aproveché la cercanía con uno de los vigías para incapacitarlo y tomar su arma. Los demás reaccionaron a tiempo, pero yo ya tenía un curso que seguir, primero el abrirme paso hasta el auto y sacar al conductor; el hombre me ahorró el trabajo al asomarse para ayudar.

—Disculpe. —Lo empujé un poco para tener acceso al lado del piloto. Al empujarlo pude arrebatarle las llaves. —Lo tomaré prestado. 

Después de guiñarle un ojo entré a toda prisa y arranqué.

Recubrir un objeto con energía maldita requería una gran cantidad de energía, y recubrir todo el auto para que los ataques que me seguían desde atrás no acabaran con mi grandioso plan de escape y fuga, fue todavía peor.

Las manos me sudaban sobre el volante, varias veces resbalaron, causando derrapes ocasionales que no pasaron a mayores; el atuendo, antes liso y sin arrugas, estaba aplastado en su totalidad, con los listones sumidos, flojos, las correas de oro enredadas y una manga rota. El peinado también era historia, mis largos mechones blancos, que tanto tiempo le tomó a mi madre peinar, se habían liberado y parecían más una cascada de nieve con ornamentos enterrados.

No importaba eso ahora, ni el traje estropeado, ni el peinado. Lo único que tenía en la cabeza era la seguridad de mi madre.

Iba a asegurarme de no fallar, me volvería más fuerte y volvería por ella.

Juntas romperíamos esa jaula de barrotes inmensos para volar por donde quisiéramos.

A través del retrovisor notaba a los guardias perseguirme y al mismo tiempo...

Casi frené al notar una segunda melena blanca ondear por la fuerza de la velocidad y el viento.

Sonreía, el bastardo infeliz sonreía.

—Empezaba a sentirme terriblemente frustrado de ser tan poco relevante que ni siquiera notaste mi humilde presencia al robar mi auto. —Su sonrisa creció más mientras la expresión en mi rostro se coloraba por la vergüenza y la ira. Disfrutó de ese momento, en especial la parte donde el énfasis rodeó el "MI auto".

—Satoru... 

—Oh preciosa, no me veas a mí. Ojos en el frente que, si no giras, pronto moriremos en un accidente por exceso de velocidad.

Gruñí y pisé el acelerador. 

Al volver a ver el espejo retrovisor las diminutas manchas que antes no abandonaban el paisaje habían desaparecido. Dejé de ver la carretera y me centré en Satoru.

—¿Fuiste tú?

Fingió demencia aparte de la que ya tenía.

—¿Qué yo qué?

Buscaba que le restregara su buena acción en la cara. Rodé los ojos y seguí conduciendo. Que buscara a alguien más, no estaba de humor para hacerlo.

—Un "Gracias Satoru, gracias por ser tan guapo, increíble, genial y amable, por venir a salvarme", no estaría mal. —dijo.

—Gracias.

—No te vayas a quedar seca por tantas palabras. —Se acomodó en el asiento. —Al menos di que me extrañaste. Llevas todo el verano sin ver mi increíble cara, ¿no te resulta conmovedor tenerme de nuevo a tan solo unos centímetros de distancia?

Sentí su aliento sobre mi cuello y no pude evitar un mal movimiento que nos orilló; el auto rozó la barandilla y perdió un espejo. Lo fulminé al tener nuevamente el control sobre el volante, el camino y el ritmo pesado de mi corazón.

—Compórtate. No estoy con ánimos para tus juegos inmaduros.

Retrocedió haciendo pucheros. 

—Quizá debí dejar que te casaras con el idiota con el que te fueras a casar. Mi error del día ha sido salvarte.

—Cállate. —Me detuve delante de una gasolinera. —Por favor, basta... Mi madre sigue ahí. Mi madre no me delató, ella... —Me aferré al volante y golpeé mi cabeza un par de veces. La culpa era una carga muy pesada. —El viejo tomará represalias contra ella.

—¿Quieres que volvamos?

Negué.

—No quiero volver.

—Entonces vamos. Quizá ella no vaya a estar bien, pero, estoy seguro que no se arrepiente de su decisión, así que aprovéchala y no te arrepientas tan pronto de la tuya. —Salió del auto y se paró delante de la puerta del piloto. —Ahora quítate, estorbas. Estoy seguro que puedo manejar mejor que tú. 

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