Primer día (3): El escondite

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No, era definitivo, Satoru no conducía mejor que yo. 

Cuando paramos por segunda vez ni siquiera sabía dónde estaba, mi mente se centró en la supervivencia a lo largo del trayecto; mis manos dolían por sostenerme con fuerza del asiento y comprobar repetidas veces si el cinturón seguía en su sitio.

Él bajó como si nada y giró hasta la puerta contraria, la abrió y tendió una mano en mi dirección.

—Madame.

Me desplomé sobre el asiento y quité el seguro del cinturón. Solo después de dos largos respiros pude reaccionar y aceptar su mano.

El contacto con su piel activó una luz en mi cabeza, no hubo infinito alguno que me repeliera, era solo él, solo su mano y su tacto.

No podía recordar la última vez que lo había sentido de esa manera sin que un espacio de nada me detuviera; ya no recordaba lo suave que podía llegar a ser su piel y lo tibia que se sentía en comparación al clima fresco. 

Cuando dejé de prestar atención a esos detalles pude darme cuenta de que nada al rededor me era conocido. No estábamos en la escuela de hechicería, ¡pero claro! No podía ir allí luego de lo que hice, sería la manera más fácil de exponerme y dejar que me encontraran.

Suspiré despacio y me mentalicé, lista para hacer la pregunta que Satoru esperaba.

—Sa... —Me interrumpí al pasar por un pilar con tallados en Kanji. —No puede ser. —Me solté de su agarre y retrocedí. La piedra no mentía y la escritura en ella tampoco. Miré a Satoru y luego al pilar, repetí la acción varias veces, hasta que el rostro de mi amigo se llenó de aburrimiento.

—¿Qué tiene de interesante esa piedra que no lo tenga yo? —protestó.

—¡Tú..! Tú...

—Sí, yo. Soy guapo, atractivo, y con mejor parecido que...

—No, no. ¡Tú! Me trajiste a tu casa. —Parpadeé. —¿Por qué?

Ya no estaba irritado, más bien parecía divertirse con mi actuar. No le presté atención a su burla disimulada, estaba más ocupada en tener una respuesta que en defenderme de sus ataques sarcásticos.

—¿No es obvio? Aquí nadie va a encontrarte. Y me tendrías de roomie. ¡Alégrate! Geto afirma que soy una compañía bastante agradable.

—Eso es mentira. 

Mi rostro se iluminó. ¡Por fin, alguien con sentido común! 

—Shoko. —Corrí a abrazarla, pasando de largo por los brazos abiertos de Geto. —¡Dios! Te extrañé tanto. 

Satoru soltó una carcajada y palmeó el hombro de su amigo.

—¿Primera vez? 

—Hola también, Geto. —Lo estreché contra mí luego de llenar de mimos a mi mejor amiga. —¿Qué hacen todos aquí? ¿Satoru les abrió las puerta para una pijamada?

—En realidad... —Geto se separó un poco y acomodó los mechones más rebeldes de mi pelo. —Vinimos luego de que se notificara a la escuela que el clan Zen'in puso una noble y generosa recompensa a aquel te llevara de vuelta. 

Sonreí con sarcasmo.

—¿Vienes a cobrar el premio?

—Para nada, soy bastante capaz de sobrevivir sin el dinero de tu familia y estoy seguro que, de intentarlo, podrías matarme sin que me diera cuenta. Y no gracias, aún quiero vivir.

Le sonreí con más ganas. Sin darme cuenta medio verano se había ido y yo los extrañé igual.

Empezaba a perderme en la nostalgia y mis ganas de volver a abrazarlos cuando una voz me sacó de mi autosufrimiento dramático.

The perfect IDIOTWhere stories live. Discover now