2 - Una niña no tan niña

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Unas cuantas horas más tarde, Olivia, cansada de las patadas que Abby solía dar a diestro y siniestro mientras dormía, la mandó a la habitación de Dylan a dormir.

—¿Cómo voy a ir a la habitación de tu hermano? —musitó, todavía adormilada, pero consciente de que él ocupaba su cuarto.

—Ha dicho que no viene a dormir —gruñó Olivia dándose la vuelta y estirando las piernas. Para esa mujer, dormir era un ritual sagrado—. Así que, o te vas allí, o duermes en el suelo.

—¡Qué desagradecida eres! —Siseó Abby, y cogió el móvil de la mesilla de noche antes de salir de la cama—. Tampoco es tan difícil dormir conmigo.

—Abby, quien te haya dicho eso, miente.

Abby le lanzó un cojín a su amiga, quien refunfuñó pero ni siquiera abrió los ojos, y salió de la habitación rumbo a la de Dylan, que, para ser sincera, conocía bastante bien, puesto que durante los diez años que él había estado fuera, la había ocupado para dormir. Él, por supuesto, no tendría ni idea.


***

Dylan estaba borracho y se sentía bien. Desde que Gala se fue, salir a divertirse había pasado a formar parte de su rutina, especialmente en las horas en las que el sol se escondía y el mundo dormía. Era una forma de desquitarse con ella.

Ella.

Una mujer tan dañina como el veneno.

Era preciosa, de esas chicas que nunca estaban feas. De rostro afilado, pómulos altos y piernas esbeltas. Sus ojos, grandes y redondos, del color del cielo, eran su atributo más peligroso, pues si los mirabas fijamente, conseguían atraparte como una serpiente a su presa. En fin, un metro setenta y cinco de cianuro, envuelto en un perfecto papel de elegancia y sensualidad.

Gala.

Maldito el día en que la conoció.

Nada más verla, lo supo: era la mujer de su vida.

De su vida, sí, claro. Se rio para sí mismo. ¿Quién iba a decirle que la mujer de su vida acabaría abandonándolo justo a veinte días de casarse?

A Dylan ya no le importaba nada. Bueno, mejor dicho, todo le traía sin cuidado. Había decidido volver a casa con sus padres y su hermana porque necesitaba salir de California y sabía que a ellos les haría bien tenerlo cerca durante un tiempo. Pero, si fuera por él, ya estaría a diez mil kilómetros de allí, con una mochila a cuestas, viajando.

Algún día debería plantearse superarlo. Sí, algún día. Pero no ese. Ni el siguiente. Por ahora, el trabajo y la cerveza eran sus mejores amigos. Y tenía pensado que fuera así por algún tiempo más.

Entró en casa consciente de que hacía más ruido del necesario. Ya no recordaba cómo era vivir con alguien, andar de puntillas para no despertarlos. Había pasado mucho tiempo.

Subió a trompicones hasta su habitación.

Su habitación.

¿Cuántos años hacía que no dormía allí? ¿Nueve? ¿Diez? Algo así.

No se sorprendió al descubrir que estaba exactamente igual a como la dejó. Las paredes azules, las cortinas amarillas, los libros en el estante, los pósteres y las fotografías colgadas de la pared.

Se desnudó, porque a Dylan le gustaba dormir desnudo, a pesar de que Gala no lo soportaba; pues bien, jódete rubia, ahora dormía sin nada. Y sin lavarse los dientes, ya lo haría al día siguiente, se dirigió a la cama. La luz de la luna se filtraba por la ventana alumbrando gran parte de la habitación, por lo que no necesitó encender una lámpara para llegar a la cama.

Abrió la colcha para acostarse y se encontró con un cuerpo acurrucado entre las sábanas. cuerpo, en concreto, no llevaba nada más que una camiseta grande, la cual le sonaba demasiado, y unas braguitas color verde.

—Pero qué cojones... —Dio un respingo y apagó la luz.

Abby, la amiga metomentodo de su hermana, se giró en ese momento hacia él haciendo que la fina camiseta gris se le subiera hasta el ombligo y dejara demasiada piel al descubierto. ¿Qué narices hacía ella en su cama?

Dylan la miró. Por un breve, muy breve instante, pero la miró.

Dormía plácidamente, la respiración en consonancia con los latidos de su corazón, como si nada la perturbase. Como si en ella no existieran más problemas que los propios de una chica de veintiún años.

Dylan tuvo que reconocer tres cosas. La primera, que sin gafas de sol, ni moños en el pelo, Abby era bastante guapa. La segunda, que para su delgado cuerpo tenía unas caderas anchas y unas piernas firmes. Y la tercera...

¡Por Dios! Estaba demasiado borracho.

Meneó la cabeza para eliminar cualquier pensamiento hacia la chica que dormía en su cama. ¿En qué narices estaba pensando? Era como estar mirando a su propia hermana... Solo que Abby no era su hermana. Nunca lo había sido.

Apartó la vista, disgustado consigo mismo, y, tambaleándose, cogió unos pantalones de chándal y se marchó.

Dormiría en el sofá.

Si no enciende una luz, es difícil que vea los colores y las prendas tan claramente, ¿no?

NADIE DIJO QUE FUERA FÁCILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora