Calentón burgués

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No puedo decir que mi matrimonio fuera malo. Gustavo me había dado amor, comprensión. Hijos. Cuántos, no lo tengo claro. Siempre están por ahí, con las criadas. A veces me los traen para que los bese un poco. El otro día, en el club, me trajeron por error los de otra familia, y les di cariñitos igual. Tanto da.

El caso es que el otro día por fin accedí a la fiesta que daban Rodrigo y Walter en su hacienda. Más que hacienda, era un pequeño parque natural de dos millones de metros cuadrados, con animales en libertad y su propio ferrocarril. Dejé a algunos de mis niños, o quizá a todos, montando en ñandúes, y me reuní con el grupo que estaba ya degustando spritz.

Walter y yo bebimos más de la cuenta y, de algún modo, no me sorprendió cuando me propuso el trío con el babuino John.


50 Sombras de un weiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora