La Vuelta a Casa

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El calor de los fogones llenaba de vida la cocina donde casi una veintena de personas corría sin parar, todos coordinados como el engranaje de un reloj, moviéndose dentro de su propio espacio pero aún así, tratando con delicadeza sus creaciones. A lo lejos, se oía el murmullo de las voces del gran salón cada vez que se abría la puerta de la cocina y entraba algún camarero a dejar el siguiente pedido.

Para Ainhoa aquello era el paraíso, su modo de vida. Se sentía llena de energía y creatividad dentro de una cocina y disfrutaba de los servicios, ya fueran difíciles o normalitos. Aquella tarde, se encontraba en su zona, en el centro de la cocina, donde acababa de dar los últimos toques a su salsa especial. De vez en cuando se giraba para dar indicaciones a alguno de los cocineros, pues ser jefa de cocina no era solo firmar un menú, también implicaba estar presente en cada uno de los platos.

Ainhoa adoraba su trabajo, le gustaba zambullirse de lleno en la creación de nuevos platos, la búsqueda de sabores especiales y dirigir la cocina no se le daba nada mal. No por nada era considerada una chef tan admirable por la cual se peleaban muchos restaurantes y lugares de prestigio.

Sin embargo, a Ainhoa no la movía el dinero ni los títulos. En toda su carrera se había dejado llevar por su intuición y más allá de buscar los mejores restaurantes, se había centrado en encontrar las mejores experiencias.
Había ido de un lado para otro recorriendo el mundo y sus viajes y aventuras la habían llevado hasta Santorini, donde ya llevaba unos cuantos años trabajando.

El servicio de cena culminó entrada la noche con un gran aplauso por parte de todo el personal del restaurante, que tras un exitoso día hicieron corro alrededor de Ainhoa para felicitarla por su desempeño. Habían logrado sacar adelante un día complicado sin ningún retraso y habían recibido numerosas alabanzas por parte de la gran mayoría de comensales.
Ainhoa, con un nivel de inglés bastante decente y pulido después de varios años de viajes, dio un discurso breve sobre lo agradecida que estaba y poco después salió de la cocina sintiéndose realizada.

Al salir a la calle, sonrió al notar la brisa mediterránea en su piel y ver una hermosa luna llena coronando el cielo oscuro. No le iba nada mal, y podía decir que poco a poco las cosas iban saliendo como lo necesitaba. Se dio unos minutos para respirar, y airearse. Adoraba la cocina pero el calor extremo a veces podía llegar a ser agobiante.
A pesar de la hora, las calles de Santorini lucían llenas de vida y calidez, con un precioso iluminado y aquella pintura blanca dándole un aire mediterráneo tan especial, la gente parecía no ser consciente de la hora y paseaban admirando la belleza del lugar.

Y ahí estaba ella, salida de un pequeño pueblo de España, viviendo su sueño de conocer la cocina del mundo y trabajando en un restaurante que adoraba.

Mientras caminaba hacia su casa, sacó su teléfono, que apenas solía utilizar, y cuando vio la hora, vio también una notificación que la dejó tan helada que dejó de caminar.

En la pantalla aparecía el nombre: papá.

Cuatro letras tan simples que casi parecía una ironía lo rápido que se pronunciaba una palabra que en la realidad venía acompañada de tantas complejidades.

Tenía varias llamadas perdidas, cosa extraña teniendo en cuenta que hacía meses que no recibía ninguna llamada y la última apenas duró escasos minutos en los que intercambiaron muy pocas palabras.

Varias llamadas perdidas podrían significar algo importante, pero Ainhoa reanudó su marcha y decidió guardar el teléfono pensando en que ya volvería a llamar o se cansaría de intentarlo.
Sin embargo, al ir a guardarlo, volvió a sonar otra vez.

No lo pensó demasiado puesto que no quería caer en la tentación de rechazar la llamada y le dio al botón de contestar.

—Papá —dijo como si le costara físicamente pronunciar la palabra.

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