Muriel - Proceso de adaptación

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Muriel comprendió, en las primeras semanas, que una librería debía vender libros y que una biblioteca funcionaba sólo para prestarlos. Nadie le dijo cómo debía administrar el 'negocio del señor Fell' solo fue arrojada al mundo como un bebé al agua para que aprendiera a nadar -y vaya que era difícil-. No comprendía entonces por qué su nuevo jefe tenía ese errante horario colgado en la puerta, ni siquiera ella llegaba a captarlo. Debía vender libros, así que decidió tener un horario más estable. Claro que preguntó si podía cambiar ciertos detallitos, sin embargo, el arcángel Azirafel nunca respondía. Hasta que se cansó de esperar y empezó por si misma, observando las costumbres de sus vecinos humanos.

Por la mañana, se preparaba una taza de té -aunque no pasaba ni un sorbo-. Después se cambiaba el pijama -que sólo usaba para estar cómoda por la noche, porque hacía frío- y por último, bajaba las escaleras para abrir la librería. Horas más tarde, cuando ya había vendido un libro o dos, tomaba un descanso de una hora e iba en frente para 'simular' tomar un café y leer un libro de fantasía que descubrió que le fascinaban. Por último, abría un par de horas más para después cerrar por la noche -vaya, que a ninguna persona se le ocurría pasarse por un libro en medio de la oscuridad- y ponerse un bonito pijama de tartán que le quedaba grande, y botarse a leer hasta que se volvía a hacerse de día.

A veces notaba un dolor en el pecho, cómo en el cielo cuando la dejaban completamente sola. No le gustaba eso. Debían bastarle los humanos que la rodeaban, sus amables vecinos y los clientes, pero era diferente. Parecía que el cielo la había dejado ahí, sin instrucciones, sin nadie de los suyos con quién hablar ni tareas que hacer. Y cuando su mente se decantaba por esos pensamientos tan negativos y crueles, sacudía la cabeza para auyentarlos. No, no debía dudar, porque Metatrón le encargó la librería con un propósito, sólo debía esperar y tener fé.

Esa mañana pasó algo completamente inesperado. Lo sintió desde el momento en que bajo a la librería, una presencia oscura que emanaba olas de maldad. El instinto con que todos los ángeles contaban, se activó en ella; tenía miedo pero también valentía. Así, con las cejas fruncidas y un puño en el pecho, salió a encontrarse con lo que fuera que estuviera rondando por ahí.

Muriel vio todo normal hasta que su mirada se topó con la fuente de oscuridad. El demonio le hizo un guiño que la desconcertó para luego darse la vuelta y seguir con sus travesuras. Con pequeños chasquidos de dedos hacía aparecer monedas pegadas al piso o anudaba los zapatos de los transeúntes.

Con valor, Muriel se acercó al demonio de ojos mal delineados cruzando la calle.

— Uhm — Muriel llamó la atención del demonio aún desconocido —. ¡Uhm!

— ¿Si?

— Mi nombre es Muriel, escribano de nivel 37.

— Erick.

— Bien, Erick, voy a pedirte que te marches ahora.

— No.

Muriel se quedó muda y después chilló —: ¡¿Qué?! ¡¿Por qué no?! Escucha, estás importunando la paz de este sitio, ¡¿Me estás escuchando?!

— Si, pero no voy a irme, tengo un trabajo qué hacer.

— Yo también. Así que es mejor que te vayas.

— ¿Tú? Sólo te la pasas fingiendo que eres una vendedora de libros. Y eso es en lo que te haz convertido, o dime, ¿Has hecho algún milagro recientemente?

Erick tenía razón, dolía admitirlo, no había hecho nada más que adaptarse a su vida en la tierra, pero, pero no debía dudar. Era, ella era... —. Pues, para que lo sepas, el mismo Metatrón me encomendó esa librería. Además, ¿tú cómo sabes que yo?

— ¿Que ahora eres una vendedora de libros? Pues te vi saliendo de ahí, y estás usando pantuflas. Ningún cliente sale nunca en pantuflas.

Muriel se ruborizó. No era justo que un demonio jugara con ella.

— Ve-vete o voy a chasquear los dedos— amenazó el ángel no teniendo ni un recurso más con qué defenderse.

— No te atreves.

— L-lo voy a hacer.

Erick se encogió de hombros —. Hazlo.

Crowley, que miraba desde una distancia prudente, decidió que era un buen momento para intervenir. Ya se había cansado de ese par, pues en algún momento dejó de ser divertido. ¿Para eso salió de su cómodo departamento? Ah, no, no. Era un pasó más en su 'proceso de sanación' como le decían los humanos. Y justo tenía que encontrarse a ese par, después de no haber pisado esa calle en meses.

— ¡Maestro Crowley!

— ¡Señor Crowley!

Exclamaron Erick y Muriel. Crowley no necesito decir hola, ni llamarlos por sus nombres, pues su sola presencia fue suficiente para hacerse notar. Sus profundos ojos amarillos asustaban aún viéndolos a través de los lentes oscuros.

— No, sin discusiones. Es mejor si llegan a un acuerdo, les hará más fácil el trabajo.

Y una vez dicho eso, se fue. Muriel miró a Erick y él volteó a verla también después de que Crowley entró al Dirty Donkey.

— Supongo que tiene razón.

— Si no tengo alternativa — respondió Muriel.

Caminaron al café del frente y pretendieron que comían algo mientras charlaban.

Good Omens One-ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora