Los años pasaron y me acostumbré a esa forma de vivir. Aprendí a caer de las escaleras de forma que no me causara tanto dolor, a esquivar los trozos de cristal del suelo y a maquillar mis golpes. Comprendí que, por mucho daño que me provocara, mi madre era la que más sufría de los dos y yo era su única familia por lo que ya no quería que me separaran de ella. La historia que quiero contar se desarrolla cuando tenía diecisiete años, ocho años después del accidente.
Era un día como cualquier otro, caminando con Marc de vuelta a casa. Para que no me pillaran con ropa diferente había ido a su casa a cambiarme y ya tenía puesto uno de los pocos vestidos que soporto por si simpleza, un vestido de día beige con decoraciones en los tirantes y un pequeño lazo rojo en el centro.
Marc siempre me acompañaba a la puerta de mi casa para asegurarse de que todo estaba medianamente bien y luego se iba. Me despedí de él y di un gran suspiro antes de entrar a casa.
-Todo en orden- susurré. Me aproximé a la puerta de la cocina haciendo el mínimo ruido posible aún sabiendo que no iba a ser efectivo pero con la ligera esperanza de que esta vez fuera diferente. Efectivamente, madre me vio.
-Bienvenida Helena- me sonrió de manera escalofriante y me estrechó en sus brazos de manera extraña, como siempre. -te he hecho la comida- observé el plato que se encontraba en la mesa. Una mezcla homogénea de un color extraño y que emitía un olor bastante desagradable yacía en el plato. -Gracias mamá, pero no tengo demasiada hambre, hemos almorzado en el instituto y...- su cara comenzó a cambiar y empezó a beber de la botella de cerveza que tenia en la mano derecha. Señaló al sótano, pero eso normalmente ocurría después de comer, por lo que no me lo esperaba. Aún así cerré la boca y me aproximé a la puerta del sótano. Nunca pude bajar antes de que ella me empujara porque ella guardaba la llave del sótano, por lo que me limité a esperar mi destino. Abrió la puerta y me empujó, caí sin muchos daños, como siempre, pero mientras rodaba observé como un objeto sobrevolaba por encima de mi y algo me golpeaba la cabeza de manera seca y brusca mientras se rompía y sus pequeñas partes se me clavaban. Después de eso, nada.
Tras despertar di una bocanada de aire. Se sentía puro, limpio, y no olía a mugre, ni alcohol, olía a hierba fresca, flores y libertad.
Me tomé ese tiempo para analizar la situación, no sabía ni donde estaba cómo había llegado allí. Sin abrir los ojos intenté sentir mis piernas. Estaba arrodillado en lo que se sentía como césped, era húmedo y templado. Empecé a escuchar a la brisa chocando contra las hojas de los árboles, que como consecuencia provocaba un agradable sonido. No eran cristales rotos ni gritos, era el sonido de la naturaleza. Por último, lentamente comencé a abrir los ojos. Lo que no esperaba encontrarme era a dos chicas "coloridas" por llamarlas de alguna manera que me observaban fijamente.
Di un brinco del susto e inmediatamente me puse de pie. Las chicas comenzaron a mirarme de manera curiosa desde todos los ángulos posibles.
-¿Alguna vez habías visto algo así?- preguntó la de piel rosa.
-La primera vez, ¿Crees que será un elfo raro?- Respondió la de piel verdosa.
-No, no creo. No tiene orejas puntiagudas- Ambas comenzaron a reírse.
-Escuchadme, ¿podéis parar?- Las dos pararon en seco y empezaron a mirarme a los ojos.
- Aish Molly ya hemos empezado otra vez- dijo la de piel verde -Lo sentimos- dijeron ambas a la vez inclinándose ligeramente en señal de disculpa.
La verdad es que las dos además de su obvio comportamiento desinteresado y casi infantil al observarlas de cerca eran algo interesantes de ver. Ambas llevaban la misma ropa y accesorios y, a pesar de algunos detalles que hacían claras sus diferencias era notable el esfuerzo que tenían por parecerse a la otra.
Tras disculparse, las chicas me mostraron una gran sonrisa y comenzaron a presentarse correctamente.
- Mi nombre es Holly.- Dijo la chica de piel verdosa. Ella era un poco menos alta que la otra, tenía el pelo lacio y, si no fuera por las alas anormalmente grandes que llevaba diría que era una criatura marina debido a sus orejas y rasgos faciales. Tenía además unas alas que mostraban un patrón muy diferente al de la otra chica, siendo de telaraña y a su vez de forma algo más puntiaguda y apariencia más amenazante.
-Y yo soy Molly.- Dijo la otra chica. Esta tenía la piel rosada y el pelo corto con unas ondulaciones que hacían su apariencia más divertida. Además, su cara estaba adornada por unos ojos enormes y una sonrisa mucho más grande que la de su compañera. En cuanto a sus alas estas eran más similares a las de los cuentos tradicionales. Unas alas de mariposa con un patrón que recordaba a lugares de cuento como en el cual estaba. Tras pensar eso me di cuenta de que no sabía dónde estaba.
- Encantado, soy Jaques. ¿Se puede saber qué sitio es este?- Las chicas extrañadas se miraron entre sí. Su expresión se bañó de miedo cuando probablemente se dieron cuenta de que un ser al que ni reconocían estaba admitiendo que no sabía dónde estaba. No las culpo, en mi mundo se habría considerado una invasión alienígena.
Ambas comenzaron a alejarse lentamente, pensarían que guardar la distancia las salvaría de un posible ataque por mi parte.
- Chicas, sé lo extraño que puede parecer, pero no vengo a hacer daño a nadie. No sé cómo he llegado a parar aquí.- Holly se acercó un poco más. -Si necesitas salir creo que sé dónde podemos llevarte.- Molly parecía horrorizada ante estas declaraciones, como si hace unos minutos no hubieran estado a mi alrededor preguntándose que tipo de criatura soy.
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A Través Del Prado
Fantasia¿Y si pudiéramos estar en otro sitio mientras soñamos? A partir de esta pregunta se desarrolla el mundo de los sueños. Todas estas historias se desarrollan en la mente, independientemente de cómo se encuentre el cuerpo de la persona que viaja a este...